Claudio Magris
"Ahora sí que Le Pen puede ganar"
El Mundo, , 11-11-2016Los años parecen empeñados en refutar Danubio, el gran libro de Claudio Magris. La línea del Danubio ya no es una tierra de nadie, amable y alegre por la que decenas de naciones europeas mezclan sus culturas y se refinan mutuamente, como aparecía en la obra de Magris. Al contrario, el Danubio es hoy una llaga por la que sangra Europa. El autor no se engaña al respecto: «Las fronteras son un puente pero también son un muro. Por supuesto que la historia de las fronteras está llena de odios». Y hablando de muros y de odios… Pregunta.– Cuesta plantear una entrevista sobre el Trieste austro-hungaro y las novelas de Italo Svevo ahora que ha ganado Trump. Respuesta.– Claro, estamos ante un verdadero cambio histórico. Me da miedo pensar que estamos ante el final del cordón sanitario que convertía en un tabú votar a determinados partidos extremos. Ahora sí que es posible una victoria de Le Pen. Pero no digo que Trump sea un fascista: la palabra fascista se ha convertido en una estupidez. P.– Es difícil de interpretarlo, ¿no? R.– No sabemos si la realidad moderará a Trump. Ojalá que sí. O si éste es el comienzo de una segunda guerra de secesión americana. Le confieso que me siento un poco desplazado, un poco fuera de juego, sin la agilidad para entender las nuevas formas de hacer política. Soy un hombre del novecientos. No renuncio a mis valores ni a mis ideas, pero sé que se han quedado desfasados. Y eso es culpa de la clase dirigente, en la que me incluyo, que no ha sabido entender el mundo. P.– Se supone que la literatura habla de la complejidad, de los matices. Ahora es como si la humanidad dijera: no nos interesan los matices, queremos respuestas monolíticas. R.– Eso también es culpa nuestra, culpa de los escritores que hemos aceptado tantas cosas. La inteligencia se ha convertido en una categoría estática y conformista. Mire, me acuerdo de Pasolini. Pasolini no era una persona a la que quisiese mucho, pero entendía lo que pasaba. Su famoso poema de 1968 en defensa de la policía, ¿qué era? Era la literatura captando una transformación antropológica. Se dio cuenta de lo que era esa aparente exaltación de la identidad y la libertad. En realidad, era una publicidad genial del consumo. Cuando Marx, estaba el lumpenproletariado y ahora están los lumpenlectores y los lumpenburgueses, que pueden ser utilizados para cualquier causa reaccionaria. Los van a llevar a la Cuarta Guerra Mundial, la cuarta, porque la tercera ya fue. Ahora tenemos que averiguar quién va a luchar contra quién. P.– ¿Dónde estaba usted en los años de plomo? R.– Era profesor en Turín. P.– Turín era una de las ciudades duras de esa época, ¿verdad? R.– Sí, pero también fue la primera ciudad en la que hubo una resistencia contra el terrorismo rosso. Franco Venturi, que era un comandante partisano, me dijo: «Me dan ganas de volver al monte, pero ahora para luchar contra las Brigadas». Los años de plomo fueron un problema de soberbia intelectual. Conozco a un profesor de Literatura Italiana de Génova, un magnífico experto en Petrarca, que estuvo en las Brigadas. Fue a la cárcel y durante su reclusión tuvo una hija, entonces dijo: «Ahora que tengo una hija, sé que no se debe asesinar a alguien que es padre». Ah, bueno. Y a alguien que es tío, ¿sí? P.– Ahora, como en los 70, la política invade todo. R.– No estoy seguro de eso. Hay mil polémicas todos los días, pero no hay un debate político que vaya al núcleo de los problemas. No hay opiniones fuertes. P.– ¿Y nunca le tentó ser comunista o trotskista? R.– No. Siempre estuve en la tradición del Partido Republicano y nunca creí en el comunismo como sistema. Crecí en un mundo que sabía lo que había hecho Stalin. Pero mi padre me transmitió un respeto por los comunistas. Siempre vi en el comunismo un anticuerpo necesario frente a otros pensamientos fuertes como el fascismo o el nacionalismo que son los virus… y que siempre vuelven. Ahora han vuelto. P.– Sus libros están llenos de personajes huidizos.Estos días, tienta hacer algo como en la canción de Simon y Garfunkel: «Soy una roca, tengo la poesía y las canciones que me protegen». R.– No es una actitud posible pero como instinto, es natural. No es tanto «pienso en mis libros y en mis discos y me da igual el mundo». Es más como Wakefield, el cuento de Nathaniel Hawthorne. Wakefield quería no ser nadie. Como dice mi amigo Octavio Prenz: a veces deseamos existir un poco menos. P.– ¿Y la ironía? En sus libros, la ironía es un refinamiento vienés, una manera de quitar énfasis. Ahora, la ironía está en todos lados, pero más como una forma de agresión. R.– La ironía sólo tiene sentido como autoironía. Yo veo la ironía como una expresión de afecto. Con la ironía nos presentamos a nosotros mismos como niños que están jugando. Saben que son pequeños, que no son el centro del mundo. Me parece una manera de querer a los demás. P.– Ironías: Berlusconi no estaba tan mal comparado con Trump. R.– Berlusconi gobernaba un país pequeño, era su gran ventaja. P.– ¿Hablamos ya de Trieste? R.– Claro. P.– Leí que el éxito literario de Trieste se debía a que todo el mundo era de otro lugar y tenía añoranza. R.– El esplendor cultural de Trieste empezó cuando la ciudad cayó en su decadencia política y económica. Hasta Svevo, Trieste era la ciudad de «una burguesía feliz que creaba una literatura infeliz», como dijo Enzo Bettiza. Una ciudad irrelevante culturalmente. Hay un libro de Jane Morris, Nowhere, sobre Trieste que expresa esa idea del «lugar de nadie». Y hace un siglo, en 1913, Hermann Bahr, un escritor austriaco, llegó a Trieste y dijo lo mismo: «Es una ciudad muy bonita pero hay un sentimiento de Niergends zu sein, de no estar en ningún sitio». P.– En España conocimos hace poco a Gianni Stuparich. Qué bueno, ¿verdad? R.– Es notable pero no es el mejor. Tiene el libro de la escuela [Un año de escuela en Trieste] que es muy bonito. Tiene el de la guerra [Guerra del 15], que es un buen libro de combate y el de la muerte del padre [La isla], que es precioso. Tuvo la mala suerte de ser el amigo y heredero de Scipio Slapater, que murió con 27 años en la guerra. A Stuparich le tocó ser su hermano pequeño. Mal destino. Hay una anécdota bonita de Stuparich. Franco Girardi hizo una película de Un año de escuela y buscó a la chica que inspiró el personaje femenino. La encontró en Berlín. La mujer, que ya era anciana, le dijo: «Me acuerdo perfectamente de esa época pero no es un buen recuerdo». P.– Leí que Trieste fue una ciudad propicia para los fascistas. R.– ¡Mucho! La confrontación con el mundo eslavo fue un caldo de cultivo magnífico. En Trieste, la violencia fascista se dirigía contra los eslovenos. En cambio, la minoría judía vivió bien en Trieste, tuvo alcaldes famosos. Mussolini proclamó sus Leyes Raciales en Trieste porque la comunidad judía de Trieste le era favorable. P.– Ahora que le dan un reconocimiento como periodista: ¿Cómo lleva estos años de pesimismo? R.– Soy moderadamente pesimista sobre la viabilidad del periodismo. Soy optimista en cuanto a su necesidad. Creo en el periodismo y lo quiero empapelado. Y soy bastante pesimista con la tendencia de los periódicos a ser todos iguales, planos, a ser conformistas y a aceptar una agenda. No creo que el poder marque esa agenda, no es tan sencillo… Pero no sabemos romper con ella.
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