Pespunte

New order interplanetario

Diario de Noticias, Por Víctor Goñi, 10-11-2016

un magnate excéntrico y agresivo, elegido por las clases populares. Una discordancia colosal que ha generado una inquietud planetaria y el deseo ferviente de que el nuevo presidente de los todopoderosos Estados Unidos de América incumpla buena parte de las promesas que lo encumbraron. Todo puede esperarse de quien no tiene más ideología que su misma mismidad, aunque Trump se haya revestido de republicanismo para ascender hasta el despacho oval.

El diagnóstico se antoja cristalino un vez depositado el voto. Trump será el 45º inquilino de la Casa Blanca por la suma de adhesiones de la ciudadanía antisistema contraria al establishment institucional hasta hace unas horas dominante y también de los supremacistas blancos al alza contra lo que propalan como una inmigración invasiva, avales previsibles al que ha incorporado el respaldo trascendental de abundantes víctimas de la globalización. Y, en concreto, de ese colectivo en progresión geométrica de estadounidenses de cuna empobrecidos que ha dado la espalda a Clinton, particularmente en los a la postre decisivos estados de Pennsylvania, Michigan y Wisconsin. Para análisis ulteriores queda el hecho sorprendente e incluso alucinante de que un tercio del voto femenino latino se haya decantado por un candidato sexista y racista, prueba inequívoca de ese sufragio silente más que oculto – en las votaciones por Internet ganaba Trump, no así en las telefónicas – que siempre alentó las expectativas republicanas.

La rotundidad extrema de Trump, aun en su grosería, le ha deparado el triunfo. Gracias a esa radicalidad ha preservado los feudos tradicionales de la América más rural, estimulada por la constante apelación a los valores seculares, pero también ha percutido las áreas dependientes de la industria menos competitiva con su apuesta declarativa por un proteccionismo selectivo. Una estrategia dual investida de hegemonismo yanki en tanto que soportada en un relato endogámico sustentado a su vez sobre un discurso del miedo ante el mundo exterior. Está por ver que el fanatismo argumental que le ha hecho presidente pueda guiar sus pasos ahora, para empezar porque la servidumbre del cargo le obliga a acompasar la rebaja de impuestos comprometida con la de la deuda. Como resulta dudoso que pueda materializar en los términos publicitados su inquina por organismos multilaterales como la OTAN y la ONU o por las políticas compartidas contra el cambio climático, por citar dos cuestiones recurrentes en la campaña de Trump, que ya en su primera comparecencia como comandante en jefe in pectore se condujo con una moderación inédita en él y más propia en efecto de un dignatario internacional.

En la otra cara del dólar encontramos el rostro de la acartonada Clinton, que no será la primera presidenta estadounidense tras treinta años sin conducir, siempre subida a un coche oficial. Un especímen burocrático doblegado por un populista forjado en los shows televisivos como Trump y cuyo antídoto más eficaz parecía Sanders, perdedor sin embargo de las primarias demócratas pese a su oratoria fresca e incisiva. No parece casual que Clinton haya extraviado voto a espuertas precisamente en los estados donde Sanders le doblegó en su cuita por la candidatura orgánica. La derivada de la escabechina demócrata es que Trump va a dedicar los primeros dos años de su incipiente mandato a sepultar la herencia de los Obama – incluida Michelle, para arruinar sus eventuales aspiraciones políticas – , sirviéndose de las dos Cámaras que controlan a su libre albedrío los republicanos.

Junto a Clinton, también cabe insertar en el capítulo de los fracasados a la demoscopia y a la prensa. Las empresas dedicadas a la prospección sociológica no fueron capaces de aquilatar en toda su complejidad el voto a Trump, en línea con las fallidas encuestas sobre el brexit en Reino Unido o el proceso de paz en Colombia. Los medios de comunicación tradicionales han quedado igualmente retratados para mal, en este caso por su falta de influencia fáctica, ya que los rotativos con líneas editoriales condescendientes con Trump han constituido una minoría irrelevante, incluyendo por cierto el periódico del Ku – Klux – Klan.

Ya al otro lado del Atlántico, estos comicios conllevan un desasosiego cierto, pues representan un riesgo evidente de contagio. Quién podía sugerirles siquiera a los fundadores de la Europa pretendidamente social que en el Viejo Continente iban a emerger por doquier émulos de proyectos autoritarios, xenófobos y hasta misóginos como el ya exitoso de Trump, al que con prontitud y singular entusiasmo felicitó la ultraderechista gala Marine Le Pen.

Las elecciones que han arrumbado el sueño de que en Estados Unidos se sucedieran dos presidencias no protagonizadas por un varón blanco – para, contradictoriamente, entronizar a la quintaesencia de ese prototipo de hombre – han supuesto la nueva difusión de una paradoja insondable. El mayúsculo contrasentido de un respaldo creciente a siglas conservadoras por parte de electores tradicionalmente progresistas que cambian de voto por la depauperación de sus condiciones de vida en favor de quienes rechazan el fortalecimiento de las coberturas sociales. Una aberración intelectual que sólo puede explicarse por la preponderancia de la emoción sobre la razón, el signo de este nuevo orden mundial. No por ordenado, sino más bien por ordeno y mando.

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