El auge de las bandas latinas

La Policía admite que hay un «repunte cualitativo» de su actividad con dos asesinatos en Madrid en 2016Entre 250 y 300 menores integran estas violentas organizaciones

El Mundo, PABLO GIL MADRID, 02-11-2016

En Madrid hay chavales que están acuchillando a otros chavales a machetazos, que se disparan a bocajarro. Chavales que matan a chavales. De 16, de 15, incluso de 14 años. La dinámica enquistada de las bandas latinas dura ya más de una década, con rebrotes de violencia como el que se está produciendo en 2016 con dos asesinatos, los primeros desde 2012 entre estos grupos.

Desde la Policía Nacional se explica que es «un repunte cualitativo pero no cuantitativo, pues este año se están produciendo la misma cantidad de delitos que en años anteriores», dice F.J.G., inspector jefe de uno de los grupos que combaten a las bandas dentro de la Brigada Provincial de Información.

Hace tres semanas la Policía detuvo a siete personas, cuatro de ellas menores, por la muerte de un joven con armas blancas, ocurrida el 25 de septiembre. El 5 de marzo otro muchacho de 15 años fue asesinado, también con armas blancas; entre los siete detenidos cinco eran menores. Además de ambos homicidios, se vienen produciendo con frecuencia peleas y riñas tumultuarias extraordinariamente agresivas, como la que el 29 de agosto llevó a un chaval de 14 años al hospital con seis heridas por arma blanca, una de 30 cm.

«La única medida preventiva que se ha implantado realmente en esta década es la policial», afirma Bárbara Scandroglio, profesora de la Universidad Autónoma de Madrid y doctora en Psicología Social. «De entre las medidas sociales se ha intentado negar intencionadamente la realidad de los grupos de la calle, sobre todo desde las instancias públicas de servicios sociales o las entidades que gestionan subvenciones públicas y medidas judiciales», sentencia. «Si hubiera habido algún tipo de prevención no tendríamos niños con pistolas», denuncia el responsable de una ONG que trabaja en la calle con los chicos y que prefiere mantener el anonimato.

Las bandas latinas alcanzaron su apogeo entre 2005 y 2006, cuando la Policía calcula que tenían 700 miembros. Hoy son entre 250 y 300 los que engrosan estos grupos enfrentados en una constante pugna suicida.

«Gracias a la labor policial se ha logrado reducir y contener esta actividad a una cantidad socialmente aceptable y manejable para una población de seis millones de habitantes», afirma la Policía Nacional. «Las bandas latinas están bastante controladas en Madrid. La práctica totalidad de los delitos, y en particular los homicidios, están resueltos».

En la actualidad funcionan cuatro bandas: Trinitarios y Dominican Don’t Play (DDP), de origen dominicano, y Ñetas y Latin Kings, de origen ecuatoriano. En ellas cada vez se encuentran más chicos de nacionalidad española.

«Los trinitarios han copado la escena de pandillas de Madrid, son los más activos y numerosos», explica la Policía. «En los últimos años han protagonizado bastantes ilícitos penales, como robos con intimidación o menudeo de drogas de bajo nivel». En lo que va de año, 131 miembros de bandas han sido detenidos en Madrid; más de 40 eran trinitarios.

El distrito de Tetuán es territorio trinitario. En Villaverde Alto también hay trinitarios, mientras que en Villaverde Bajo dominan los DDP. En Vallecas hay trinitarios, ñetas y los pocos latin kings que quedan. En Latina y Carabanchel hay trinitarios y DDP. Su territorio natural son los parques, aunque últimamente están okupando pisos que establecen como lugar de reunión, para organizar fiestas o para vivir, informa la Policía.

Los ecuatorianos los llaman capítulos o chapters; los dominicanos se refieren a ellos como coros o combos. Son los grupos, cédulas organizativas básicas que se coordinan con el resto de la banda. Cada una de esas pandillas se forma por unos 15 o 20 miembros, siempre varones, organizados con una fuerte estructura jerárquica. «Hay un jefe y varios lugartenientes», explica el inspector jefe de la Policía. «Suelen tener un jefe de guerra o warlock, que es el que reparte las armas cuando va a haber una caída (ataque) en territorio enemigo. Además hay un secretario, que es el que adoctrina; y un tesorero, que lleva las cuotas semanales que todos deben pagar, que suelen estar entre tres y siete euros semanales».

Una figura significativa es el que impone las sanciones internas ante una crítica a las órdenes de los jefes o por no asistir a una reunión. Los pandilleros están expuestos a castigos muy severos, ya sean tablazos (golpeo con un palo) o palizas, incluso golpes con una manguera.

La violencia, dicen los expertos, es cotidiana en la vidas de estos chicos desde el entorno familiar, hasta el punto de que la asimilan como la única forma de resolver problemas. Muchos de estos pandilleros son hijos de inmigrantes en familias desestructuradas y en un entorno humilde, particularmente apegados a la figura materna, que suele estar ausente del hogar todo el día por el trabajo. La desigualdad, el desarraigo y la brecha educativa provocan un sentimiento de exclusión, de modo que la banda ocupa el espacio de la familia; de hecho, entre ellos se llaman «hermanos» o «hermanitos». Ahí encuentran, o al menos buscan, una identidad, la pertenencia a un grupo de iguales donde tener alguna cuota de poder.

Bárbara Scandroglio se lamenta de que el problema no se haya encarado con planes de prevención municipales o regionales. «La posición de las autoridades ha sido pensar que no se puede abordar el tema en los centros de menores ni trabajarlo con ellos, y apuntan hacia el alejamiento, aislamiento y salida del joven del grupo», explica. «Esas medidas de carácter estrictamente individual no tienen ningún efecto en adolescentes que no tienen nada más valioso que el reconocimiento de sus iguales», dice Scandroglio, quien además opina que la labor policial no ha sido eficaz como medida de prevención, sino al contrario. «Los jóvenes condenados con penas de prisión son vistos como mártires entre los suyos; la cárcel puede convertirse en el factor que indentifique al joven con la banda, y por tanto es más probable que siga en activo cuando salga».

En opinión de esta psicóloga, se deberían tomar medidas a nivel local para «la inserción integral del joven a nivel familiar, cívico, académico y laboral» y también «reconocer al grupo como actor social».

En el Ayuntamiento de Madrid nunca se ha hecho una estrategia para abordar el tema. Esa labor ha quedado, entre otras muchas ocupaciones, a la libre iniciativa de los educadores sociales, cuyo trabajo de calle era escaso y ahora es inexistente, denuncian las ONG.

En la Comunidad de Madrid tampoco se ha encarado el problema con un programa o estrategia, y se ha confiado la gestión a la voluntad de los profesores técnicos de servicios a la comunidad, una figura destinada a dar apoyo socioeducativo a los centros. «En general el tema de las bandas latinas nunca lo abordamos, todo el mundo prefiere evitarlo», confiesa uno de estos docentes.

Los institutos son un lugar habitual para la captación de nuevos miembros de la banda, cuando tienen 13, 14 o 15 años. Esos nuevos soldados deben pasar antes pruebas de valor como atacar a un rival o cometer un robo; cuando son aceptados, suelen ejecutar encargos de riesgo como un traslado de armas o un intento de homicidio. «Saben que la Ley del Menor es más laxa que el Código Penal», opina el inspector jefe de la Policía.

El hermetismo es radical en la banda, incluso se comunican entre ellos usando códigos secretos, y eso se mantiene cuando intentan abandonarla. «En las bandas es fácil entrar y difícil salir», explica la Policía. Las amenazas y castigos contra los que quieren desligarse son más habituales con los menores; los mayores que estabilizan su vida con un trabajo y una familia se alejan progresivamente, manteniendo la ley de silencio y la lealtad hacia sus compañeros. «Otros simplemente pasan a engrosar la delincuencia normal», apunta el inspector jefe. «No hay que olvidar que las bandas latinas son una escuela de delincuentes».

armamento para el combate callejero
Los miembros de las bandas latinas han encontrado en las ‘caídas’ (peleas) y en las armas una forma de autoafirmación, imbuidos por una parafernalia cinematográfica de fuerza, bravura, machismo y resentimiento y narcotizados por el consumo habitual de marihuana y hachís. Suelen portar tipo de arma blanca, ya sea una navaja, un estilete, un machete, una ‘mariposa’ (navaja de abanico) o un bolomachete, un tipo de machete concebido para el desbroce de selva, con una hoja de unos 45 cm. Además, últimamente la Policía está detectando el uso de ‘chilenas’ o ‘hechizas’, pistolas detonadoras modificadas con las que se pueden llegar a efectuar dos o tres disparos mediante una perforación en el cañón.

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