"No me gusta, pero es lo que hay"

El Periodico, DAVID GARCÍA MATEU / BARCELONA, 10-10-2016

Un grupo de agentes de los Mossos d’Esquadra custodia los entornos de la Sagrada Família con armas largas y rostro severo. No se trata de algo excepcional, es un operativo habitual. En distintos momentos del día, aparecen por la zona a diario. Incluso forman parte del paisaje urbano del templo: “Quieras o no, te terminas adaptando; todo el mundo está así”, comenta Joan Chiva mientras pasea con su mujer Lidia Codina. “Ya me gustaría que no estuviesen, pero si es necesario nos tendremos que ir acostumbrando”, dice ella, a pesar de haberse quedado “impactada” al encontrárselos cuando giraba la esquina.

Suvenires, turistas y armas largas. Miguel Ángel Rodríguez regenta un pequeño bar enfrente del monumento y celebra la presencia de los agentes. “Tienen que llevar armas poderosas para imponer, así infunden más respeto”. “Todo lo que sea seguridad, bienvenido sea”, añade.

“Todo lo que sea seguridad, bienvenido sea”, explica un comerciante de la zona de la Sagrada Família
Una opinión que no comparte la responsable de una cafetería situada unos metros más allá del bar de Rodríguez. Sabrina Sierra cree que aportan una mayor “sensación de inseguridad, en lugar de protección”. “Cuando se apostan ante la puerta del local, a los trabajadores nos crean la incertidumbre de no saber qué pasa", comenta Sierra.

“UN POCO DE COSA

La plaza de Sant Jaume siempre está controlada por agentes que vigilan las entradas tanto del Palau de la Generalitat como del Ayuntamiento de Barcelona. Hoy, además, se encuentran acompañados por policías con armas largas y el dedo en el gatillo. Un grupo de estudiantes precisamente comenta su presencia al verlos. Adriano Ovejero, de Madrid, asegura que no le han llamado la atención, ya que está “acostumbrado a que hayan falsas alarmas de bombas en papeleras o en las estaciones de Cercanías”. Una ‘cotidianidad’ contraria a la de su compañera sevillana Marta Ortega, a quien sí que le da “un poco de cosa” tenerlos cerca, aunque acepta que su presencia “está encarada a disuadir”.

“No creo que vayan a resolver ningún problema por llevar un arma más o menos potente”, dice un ciudadano
Cada persona responde de una forma distinta en una sociedad que en el pasado solía ver con sobresalto a los agentes fuertemente armados. Uno de ellos es Arsenio Marcos, que ha venido desde Euskadi a pasar unos días de vacaciones en Barcelona y a quien no le da “ninguna sensación de seguridad” contar con su compañía. “No creo que vayan a resolver ningún problema por llevar un arma más o menos potente”, opina. Aun así, dice irse “acostumbrando”, sobre todo después de su experiencia en Roma: “La situación era bastante peor allí, incluso con vehículos militares por la calle”. Al otro lado de la plaza, Emilio Garrido, vecino de la zona, se lo toma con resignación: “Qué remedio… No me gusta, pero es lo que hay; el enemigo va armado”.

ANGUSTIA EN LOS CENTROS COMERCIALES

En los centros y los ejes comerciales los agentes también se hacen notar con sus armas. Algunos clientes se sorprenden, otros ni se fijan. Después de atender a una clienta en su tienda de ropa infantil en La Maquinista, Mayka Muñoz explica una percepción quizá errónea pero extendida entre el resto de comerciantes del complejo: que los agentes acuden allí para prevenir peleas entre grupos juveniles que se citan en el recinto para pelearse. En cualquier caso, considera que a la gente que llega “les impacta y les tira un poco atrás”.

“Si fuesen de paisano estaría mejor, ya que no impactarían tanto en un sitio donde además en realidad no pasa anda, pero al ver las armas automáticamente la gente piensa que algo está pasando” reflexiona Muñoz. Ella es de los que creen que “nunca” nos adaptaremos a la presencia policial. “Cuando están ahí sabemos que es porque algo puede suceder y nos entra la angustia”.

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