Hungría da la espalda al pulso de Viktor Orban

El Mundo, CARMEN VALERO BUDAPEST, 03-10-2016

El primer ministro húngaro, Viktor Orban, no está protegido por los dioses. Quiso emular a Sigmundo y arrancar a las urnas «la espada con la que defender a vida o muerte» su país «contra una política de refugiados que conduce al crepúsculo a todo el continente», pero las urnas se cerraron en banda. Le queda luchar como Sigfrido contra el dragón de Bruselas, pero a machete y, como el héroe de la saga wagneriana, ignorante de que el tesoro que busca está maldecido.

Orban sólo logró en el referéndum celebrado ayer movilizar al electorado en contra de que la Unión Europea pueda decidir, sin el consentimiento del Parlamento húngaro, sobre el reasentamiento en Hungría de ciudadanos no nacionales. El umbral de participación que marca la ley electoral para dar validez a la consulta estaba en el 50% y se llegó sólo al 43,3%. El escrutinio, no obstante, se llevará a cabo y al cierre de esta edición el no había logrado un 98% de las papeletas. Pero la victoria en un referéndum invalidado será para la Oficina Electoral húngara tan irrelevante como para Orban es ya su derrota.

«Lo importante no es la participación sino el sentido del voto», repitió Viktor Orban urbi et orbe estos últimos días en respuesta a unos sondeos que auguraban que la abstención se impondría. Con esa amenaza rondándole la cabeza, acudió Orban a su colegio electoral ayer domingo y tras depositar su voto hizo las delicias de propios y ajenos con otro de sus malabares, esta vez acompañado de una pirueta: «Siempre es mejor un referéndum válido que uno inválido, pero las consecuencias legales se aplicarán», declaró sin detallar qué legalidad cabe esperar de un mandatario que recurre al subterfugio para eludir la derrota.

Y es que Orban nunca ofrece una performance sin red. Casi el 63% de la ciudadanía cree que Hungría no tiene obligación alguna de ayudar a los refugiados y considera que las medidas adoptadas por el Gobierno son correctas, incluida el levantamiento de alambradas de espino a lo largo de sus fronteras, la declaración de zonas de acceso restringido que impide a organizaciones y ciudadanos solidarios llevar ayuda a los refugiados, o la imposición de hasta cinco años de cárcel a quien intente cruzar ilegalmente el territorio nacional.

Este referéndum pone fin a una campaña en la que el partido del gobierno, Unión Cívica (Fidesz), ha enarbolado el miedo y la xenofobia como estandartes, traicionando con ello sus propias siglas. «Ha sido una campaña demagógica y racista», declara el escritor húngaro Rudolf Ungväry.

Ha sido tal el lavado de cerebro llevado a cabo por la maquinaria propagandística del Estado que hasta los sectores de la población más olvidados y marginados, como los gitanos, apoyaron el no que pedía el partido de Orban, el Fidesz, y su pareja de baile, el Jobbik, formación de extrema derecha que se ha caracterizado, precisamente, por demonizar a judíos y gitanos.

Se calcula que en Hungría hay entre medio millón y 800.000 romaníes, casi tantos como votantes de Jobbik, aunque, en este caso, demasiados para asegurar la continuidad de ayudas sociales, pues de ganar el sí en el referéndum, advertía el Gobierno, parte de los fondos públicos se destinaría a cubrir las necesidades de los refugiados. El mismo chantaje a las clases desfavorecidas. Y un tercio de la población vive en Hungría bajo el umbral de la pobreza.

No sólo eso, el Gobierno aseguró al electorado que los migrantes constituyen una amenaza seria contra la seguridad y el orden, pues inmigrantes eran los autores de los atentados en París y Bruselas e inmigrantes los violadores de Colonia. «No te arriesgues». Porque no es gente de bien y porque, según la embajadora de Hungría en España, Enikö Györy, la llegada de tanto migrante podría romper el equilibrio racial del país y de toda Europa Central.

Y por si eso fuera poco, ahí está el ex jugador del Real Madrid, el alemán de origen turco, Mesut Özil, como ejemplo de que la integración de migrantes procedentes de países musulmanes nunca funciona. «¿Se han dado cuenta de que él nunca canta el himno nacional alemán antes de los partidos internacionales?», afirmó el presidente del Parlamento húngaro, Laszlo Köver, durante una breve visita a la ciudad de Köver, al este de Budapest.

Su colega de partido y jefe del grupo parlamentario del Fidesz, Lajos Kósa, atacaba mientras por otro flanco. «El Gobierno dimitirá si gana el sí», aseguraba sibilino el diputado con la esperanza de que los votantes de izquierda se dejaran llevar por ese espejismo y contribuyeran a empujar el índice de participación más allá del 50%.

Salvo el Partido Liberal, que pedía el sí, todos los partidos de izquierda se aliaron contra el Fidesz y Jobbik llamando al boicot. Y no porque la abstención fuera sinónimo de solidaridad con la UE y los refugiados, sino para tentar una derrota que cortara las alas a Orban.

No contaban con que Orban recurriría a artimañas para atribuirse la victoria sin esperar a que fuera declarado válido e incluso empezara el escrutinio. Que el referéndum no sea válido, no es óbice para que el primer ministro se haga en el mercado paralelo con una dosis del jarabe que necesitan sus castigadas cuerdas vocales para seguir gritando, aunque Bruselas seguirá haciendo oídos sordos. «Nunca nos preocupamos por la celebración de un referéndum», ha afirmado el comisario de Migración, Dimitris Avramopoulos, máxime cuando se trataba de una votación acerca de una decisión ya aprobada con la mayoría cualificada de los Veintiocho.

Sin una espada bendecida por los dioses, a Viktor Orban no le queda otra que usar un garrote para defender su territorio en casa. Y, visto el resultado, es improbable que otros países del bloque del Este se enfrenten al dragón con nuevos referendos.

Texto en la fuente original
(Puede haber caducado)