Colaboración

De Amatrice al cementerio del Mediterráneo

Deia, Por Blanca Regulez, 15-09-2016

eL terremoto de Amatrice ha sacudido Europa. Un duro golpe al corazón de Italia con el que empatizamos los ciudadanos/as de todo el mundo. Empatizamos con el dolor y sufrimiento de víctimas y familiares, como es evidente. Las imágenes en los medios nos estremecen, pero no menos que las que vemos casi cada día en las costas italianas con miles de inmigrantes que son rescatados en aguas del mortal Mediterráneo.

En el Canal de Sicilia saben mucho de esto. Ante un terremoto, nuestro margen de maniobra y anticipación puede ser muy pequeño, pero ante el drama de la inmigración y la crisis de los refugiados nuestro margen de acción puede y debe ser mayor.

Recientemente, hemos visto cómo las costas de Italia y Grecia afrontaban en tres días el rescate de más de 7.000 inmigrantes, un drama al que parece somos inmunes. Según la Organización Internacional de las Migraciones (OIM) un total de 322.914 inmigrantes han cruzado el Mediterráneo en busca de una vida digna en lo que va de año. No podemos olvidar a todas las mujeres y hombres de todas las edades que se han quedado, se quedan y se quedarán por el camino huyendo de la guerra y el hambre, no tanto por la actitud de Europa en su conjunto, sino por la poca actitud humanitaria de los Estados – Nación del Viejo Continente.

Podríamos cuestionarnos si el acuerdo que cerró Bruselas con Ankara en marzo para regular el flujo de refugiados ha tenido algo de positivo, pero este es otro capítulo. Lo que sí es cuestionable es el papel de algunos países europeos, ya que ahora sabemos, gracias a los informes de la OIM junto a la Universidad de la Ciudad de Londres y la Universidad de York, que hay países que ni siquiera investigan el origen y la identidad de los desparecidos en sus costas. También que las víctimas rara vez reciben sepultura. No podemos dar respuestas eficaces a los desafíos que se presentan en Europa si los Estados – Nación son incapaces de responder con coherencia al reto de la inmigración o de las personas refugiadas.

Son, en última instancia, los Estados y sus democracias quienes terminan por estar cuestionados. Todos sabemos que hay países que no tienen la más mínima intención de aceptar la cuota de solidaridad de refugiados que les corresponde. La España de Mariano Rajoy es uno de ellos, con el inconveniente de no poder dar respuesta a esta y otras urgencias por el singobierno de tener un gobierno en funciones: la mejor excusa para no legislar de otra manera sobre asuntos de este calibre. También sabemos que la financiación para la respuesta humanitaria a conflictos como el de Siria no ha estado a la altura de las necesidades de la población: ni siquiera se ha cubierto la mitad de la petición de la ONU registrada en 2015 de 8.400 millones de dólares para ayudar a la población siria.

Si no se hace frente al problema en origen, nos encontraremos con las costas de Europa desbordadas de lanchas y balsas saturadas de personas en busca de una vida digna. Pero el problema no solo radica en la financiación a la ayuda humanitaria o en aceptar la cuota que corresponde a cada país, sino que además ahora hay socios que se niegan a aceptar refugiados de religión musulmana.

En una entrevista a la televisión pública ARD, Angela Merkel se declaró abierta recientemente a buscar una “solución común” que no implique un sistema de reparto de solicitantes de asilo por cuotas nacionales obligatorias y “en contra de la discriminación de carácter religioso”, algo que por desgracia ya está sucediendo. Merkel se mostró abierta a negociar con los países más opuestos a las cuotas una vía de entendimiento y habló de que “cada uno debe contribuir con su parte”, con lo que dio a entender que se podrían buscar arreglos que no implicasen el reparto de refugiados por Estados.

Las instituciones comunitarias han tanteado soluciones, pero hay un déficit por parte de las autoridades de los Estados – Nación por avanzar en gestos y no solo palabras hacia estas personas: el Estado español es uno de ellos. En Amatrice se lloró a 231 muertos, el cementerio del Mediterráneo es mucho mayor, está inundado de lágrimas.

Mientras damos la espalda a estas personas que huyen del horror, sabemos que varios voluntarios que ayudaron en las labores de desescombro en Italia y que aportaron donativos frente al terremoto, eran refugiados. Paradojas de la vida.

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