Europa menguante

La Vanguardia, Xavier Vives, 15-09-2016

Andan los líderes europeos desnortados y perplejos. El liderazgo se ha desplazado claramente a los estados, con Alemania a la cabeza y seguida por Francia e Italia, una vez apeado el Reino Unido y desaparecida España en su impasse político. La Comisión Europea va a remolque, aunque la comisaria de competencia, Margrethe Vestager, logra dar la apariencia de autoridad con la reclamación a Apple de 13.000 millones de euros en impuestos debidos a ­Irlanda. La canciller Merkel sufre reveses electorales, que prefiguran un futuro político problemático, después de sus valientes, aunque improvisadas, decisiones sobre los refugiados. El presidente Hollande está en horas bajas ante la amenaza terrorista en una Francia que se resiste a la más mínima reforma, y que se encamina a una elección presidencial que se dirimirá ­entre la derecha y la extrema derecha. El primer ministro Renzi podría perder un referéndum constitucional mientras la crisis de la banca italiana le puede estallar en las manos. En los tres países los avances de los partidos populistas son importantes aunque con posibilidades reales de llegar al gobierno solamente en Italia. ¿Podría soportar la Unión Europea la caída de Renzi y su reemplazo por los antieuropeos grillini?

Más en general, cabe preguntarse si la UE puede sobrevivir a múltiples turbulencias políticas y económicas. Posibilidades no faltan: inmigración masiva y descontrolada; inestabilidad violenta en la ribera sur del mediterráneo; reactivación del conflicto con Rusia en Ucrania; consolidación de los populismos nacionalistas en el este de Europa, con Polonia y Hungría a la cabeza, y de la extrema derecha en el norte de Europa; agudización de los ataques terroristas en suelo europeo; el bloqueo de la negociación del Brexit entre el Reino Unido y la UE, o una crisis sistémica bancaria en Italia. Agradecerá el lector que no haya añadido a la lista la inestabilidad en la península Ibérica.

La cuestión es que los problemas a los que se enfrenta Europa necesitan en su mayor parte una respuesta colectiva. Sin embargo, ni la UE tiene la arquitectura institucional y política para hacerles frente, ni los gobiernos de los estados están por la labor. De hecho, el resurgir del nacionalismo parece incompatible con el proyecto federal europeo. La intención de construir una Europa federal con políticas comunes de inmigración, defensa y energía, por ejemplo, y con una coordinación fiscal que permita mecanismos de aseguramiento entre países para poder responder adecuadamente a episodios de crisis cada vez se ve más lejos. Sin esta política fiscal común, que permita también proyectos de inversión ambiciosos a escala europea, se corre el peligro de que la eurozona se quede en un estancamiento crónico. La capacidad del Banco Central Europeo de hacer milagros es limitada. En este escenario sombrío la decisión del Reino Unido de darse de baja del club podría mostrarse acertada.

Hay espacio para la esperanza puesto que en muchas ocasiones el proyecto europeo ha avanzado cuando el abismo se vislumbraba claramente. Este es el caso de la decisión de avanzar en la unión bancaria con un supervisor y autoridad de resolución de bancos únicos en la eurozona. La dificultad en el proceso europeo es política, se necesita un proyecto que galvanice las esperanzas de los ciudadanos europeos, y que les dé capacidad de decisión clara. Solamente Alemania, junto con Francia, puede liderar este proyecto de cesión de soberanía.

Hay una alternativa a la Europa federal que se concentra en mantener el mercado único y las libertades de movimiento de personas y capital. Se trataría de despojar a Bruselas de todas las atribuciones no imprescindibles, mantenido algunas facultades reguladoras y la defensa de la com­petencia. Un sistema confederal con una mínima cesión de soberanía de los estados en la que estos deciden las políticas prin­cipales, incluyendo la fiscal. Es muy po­sible que en este escenario el acuerdo de Schengen decayese puesto que los estados no renunciarían al control de sus fronteras. De hecho, esto ya está sucediendo por la falta de una política de inmigración común en la UE. Este sistema confederal podría ser viable incluso para la eurozona si se garantiza el rigor fiscal en el ámbito de la moneda común mediante una elevada disciplina de mercado. En este escenario los rescates de los países no serían posibles, tal como la cláusula del tratado eu­ropeo establecía pero que saltó por los ­aires con la crisis, y los mecanismos de resolución bancaria también deberían ser muy estrictos. El hipotético éxito de esta alternativa a una Europa más federal con una moneda única y múltiples políticas fiscales nacionales está por comprobar.

De momento, entre una mayor integración en una perspectiva más federal, y una Europa estrictamente de mercado único, con toda probabilidad las autoridades europeas saldrán del paso otra vez con parches que seguirán dejando vulnerable al proyecto europeo, y que aumentarán la irrelevancia de Europa en el concierto internacional.

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