La violencia expulsa a millones de niños
La Vanguardia, , 08-09-2016La violencia es la causa de que 28 millones de niños hayan tenido que huir de sus hogares en el mundo, a los que hay que sumar otros 20 millones que salen de sus países en busca de mejores condiciones de vida, según un preocupante informe de Unicef, que añade que en el último decenio la cifra de niños desplazados se ha duplicado. Una trágica realidad que se suma al drama cotidiano de menores víctimas de los enfrentamientos armados, como en el caso de Omran, un niño sirio de cinco años que sobrevivió mediado agosto a un bombardeo y cuya imagen desorientada dio la vuelta al mundo, o las fotografías de niños de Alepo atendidos tras un ataque con bombas químicas de cloro esta misma semana. Por no citar el contingente de menores que participan en la aventura de cruzar el Mediterráneo, en la que parte de ellos no tienen la fortuna de sobrevivir.
Unicef revela que casi la mitad de los refugiados en el mundo son niños: el 45% de los migrantes controlados por Acnur en el 2015 eran menores procedentes de Siria y Afganistán. El informe en cuestión, Desarraigados: una crisis creciente para los niños refugiados y migrantes, añade que, en muchas ocasiones, estos niños desplazados de sus hogares viajan solos y son víctimas de grupos de delincuentes que comercian con ellos, los prostituyen y maltratan, cuando no son directamente asesinados. El año pasado se contabilizaron 100.000 niños que viajaban solos, el triple que en el 2014, y que pidieron asilo en 78 países.
Frente a esta dramática realidad, ¿qué se puede hacer? Si a la comunidad internacional no le es factible evitar una guerra o una hambruna, debe trabajar para paliar las consecuencias catastróficas para los menores que huyen. La primera medida es garantizar que los niños que han tenido que migrar de sus países encuentren la acogida básica e imprescindible allí donde se alojen en lo que se refiere a estatus legal, vivienda, sanidad y educación. Resulta impropia, al tiempo que descorazonadora, la realidad de los campamentos de refugiados donde los niños carecen de estos cuidados básicos. La segunda medida es la lucha contra la xenofobia y la discriminación que también afecta a los menores. Ocurre en muchas ocasiones que, cuando un niño refugiado tiene la suerte de compartir aula con los nativos del país que le acoge, tiene dificultades de integración, por lo que corre el riesgo de convertirse en víctima.
Paralelamente, la comunidad internacional debe luchar contra las mafias y grupos de delincuentes que trafican con los migrantes y, especialmente, con los niños que viajan solos. Desde la ONU deberían arbitrarse unos protocolos internacionales de protección de los menores de obligado cumplimiento bajo la amenaza de fuertes sanciones para los gobiernos que no los cumplan. Por ejemplo, impidiendo su detención y expulsión, que, aunque están prohibidas, se siguen practicando en algunos países europeos. Y finalmente, facilitar que las familias de migrantes sigan unidas, que es la forma básica de garantizar los derechos del menor.
Son medidas paliativas de una tragedia impropia del siglo XXI, pero sin las cuales la vida se convierte en un infierno para millones de menores que tratan de sobrevivir a la sinrazón de los mayores. La protección de los niños es básica en toda sociedad moderna y el drama de los niños migrantes y refugiados clama a la conciencia de todos. Es de todo punto necesario y urgente encontrar una solución factible que garantice un futuro mejor para ellos y para el resto de la humanidad.
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