El drama de los 'pequeños Aylan' continúa
Diario Sur, , 03-09-2016roma. Una tercera parte de los 272.300 inmigrantes y refugiados que han llegado a Europa a través del mar en lo que llevamos de año son niños. Detrás de estas cifras hay historias como las de Samia, una cría de ocho años nacida en Damasco que se jugó la vida junto a su madre y a su abuela para escapar de Siria, atravesar Turquía y finalmente echarse al mar para cruzar el Egeo y desembarcar en la isla griega de Lesbos, donde hace unos meses esperaba junto a su familia a que se resolviera su solicitud de asilo en el país, pues la frontera con Macedonia ya estaba cerrada y no podían seguir su viaje hacia las naciones más ricas del centro y el norte Europa.
Otra de esas historias tras los números es la de Heybe, un adolescente somalí que salvó la vida mientras muchos de sus compañeros de viaje perecían ahogados en el Canal de Sicilia y que ahora trata de encontrar su camino en Italia.
También están detrás de las estadísticas los chavales árabes anónimos, en su mayoría egipcios, que se prostituyen en los alrededores de la estación ferroviaria de Termini, en el centro de Roma, para poder mandarle algo de dinero a sus familias. Pertenecen a ese espeluznante grupo de menores no acompañados presente cada vez que llega una embarcación cargada de desplazados. Ayer mismo arribó una nave de la Guardia Costera italiana al puerto de Cagliari, al sur de la isla de Cerdeña, con 931 inmigrantes a bordo salvados en los últimos días frente a las costas libias.
El buque también portaba los cadáveres de tres personas que no aguantaron la travesía. Entre los supervivientes había 202 niños, un buen número de los cuales viajaba sin compañía de un adulto. Es una tendencia cada vez más habitual: según los datos de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), de los 16.500 niños y adolescentes que llegaron a Italia el año pasado, alrededor de 12.000 eran menores no acompañados. Suponen un 72% del total.
Aunque resulte en ocasiones difícil de creer por las duras condiciones de vida que afrontan, estos críos son afortunados, ya que 2016 se está destapando como el año con el más alto índice de mortalidad registrado en el Mediterráneo desde que comenzó la crisis migratoria. Según los cálculos del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur), 4.176 personas han muerto o desaparecido en las aguas del Mare Nostrum desde el pasado 1 de enero.
Acnur, al igual que otras organizaciones como la OIM, Save the Children, o el Fondo de Naciones Unidas para la Infancia (Unicef), retomaron ayer sus sacudidas de conciencia a la opinión pública internacional aprovechando que se cumplía un año desde la aparición de la fotografía del pequeño Aylan Kurdi, el niño kurdo muerto en una playa cercana a la localidad turca de Bodrum cuando trataba de llegar a Grecia.
¿Y ahora qué?
Aquella imagen generó una enorme conmoción social en todo el mundo convirtiéndose en uno de los grandes iconos de la tragedia de los refugiados. Después de enterrar a Aylan, a su hermano y a su madre en la ciudad del Kurdistán sirio de Kobane, el padre, Abdullah Kurdi, se refugió en Erbil, desde donde clama contra la falta de memoria de los poderosos. «Tras la muerte de mi familia los políticos dijeron: ‘Nunca más’. ¿Y qué sucede ahora? Las muertes continúan y nadie hace nada», se quejaba Kurdi, citado por la prensa local.
Entre las llamadas de atención de las organizaciones humanitarias destaca la que realizó ayer Unicef, que alertó de que desde enero de 2015, unos 500.000 niños inmigrantes y refugiados han recurrido a los servicios de traficantes de personas para conseguir llegar a Europa. Este organismo dependiente de Naciones Unidas recordó los datos ofrecidos por un informe reciente de Europol – Interpol, según el cual más del 90% de los viajes realizados por los desplazados que arriban a la UE son facilitados por traficantes que trabajan para redes criminales.
Para Marie – Pierre Poirier, coordinadora especial de Unicef para la crisis de refugiados e inmigrantes en Europa, estas cifras muestran que «cerrar fronteras es como cerrar las puertas con llave, pero dejando las ventanas abiertas», lo que empuja a los niños, especialmente a los no acompañados, «a asumir riesgos mayores». A muchos de esos críos se les pierde la pista. Según Europol, el año pasado desaparecieron 10.000 menores refugiados después de su llegada a algún país europeo.
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