Tribuna abierta

Derrotar al Califato

Diario de noticias de Gipuzkoa, Por Igor Barrenetxea Marañón, 30-08-2016

pero eso no impide pensar en aquellos que han acabado como víctimas en la mayor tumba natural de la historia reciente: el mar Mediterráneo.

La ayuda internacional se hace, en este contexto, no solo básica sino imprescindible. Europa ha sabido mover bien sus fichas para impedir que la cuestión de los refugiados afectase a sus gobiernos, pero a costa de arrinconar la conciencia y reforzar al presidente turco, Erdogan, en su compromiso de impedir que lleguen más desplazados. Y gracias al fallido golpe militar producido hace unas semanas, ha aprovechado para llevar a cabo una limpieza sistemática en todos los estamentos de la sociedad, tanto en el ejército, la educación como en la justicia, con lo que su control de la oposición y los grupos disidentes es mayor todavía.

En lo que concierne al Califato, debido a la ofensiva internacional ha perdido el 45% del territorio que controlaba. Ha sufrido serios reveses en el campo propagandístico, militar y económico, ya que tanto los países occidentales como los musulmanes se han dado cuenta de la creciente amenaza y lo que significaba no estar unidos frente a un enemigo que ha sabido utilizar los instrumentos de la modernidad, las redes sociales, (aunque propugne un sistema oscurantista e inhumano) para sus fines. Las redes se convirtieron en su mejor plataforma para que miles de fieles vieran en el Estado Islámico (Daesh o ISIS) un falso lugar donde recuperar, equivocadamente, su amor propio. Por fortuna, la mayor parte de los suníes no piensan del mismo modo. Sin embargo, todo radicalismo solo es una perversión del ideal religioso.

En este caso, los yihadistas se aprovecharon del caos o la debilidad estructural que padecían tanto Irak como Siria. Además, han ido abriendo sucursales de grupos afines o adheridos en otros países inestables o fallidos como Libia, Nigeria, Mali, Yemen, Arabia Saudí, Afganistán, Pakistán, Egipto, Somalia, Bangladesh, Filipinas, Indonesia o Túnez. Estos colectivos rebeldes no tienen la entidad del Califato pero la lacra del yihadismo hay que analizarla en relación a la falta de desarrollo. No podemos considerarla un fenómeno casual porque, previamente, se dio el caso de los Talibán, en Afganistán. Pero el Estado Islámico ha ido más lejos por su carácter internacionalista (su constitución no atiende a unas fronteras definidas), capaz incluso de atraer a aquellos creyentes descontentos, procedentes de los más diversos rincones del mundo (incluso Europa), para imponer una forma de gobierno y una visión cerrada y perversa del islam.

Actualmente, con los yihadistas viendo cómo su reino de terror está siendo demolido por la alianza internacional, ha traído consigo una clase de violencia nociva y desgarradora donde el fundamentalismo se ha convertido en un instrumento aún más inquietante para las sociedades occidentales porque ya no cogen un avión para luchar en el frente de Oriente Medio sino que deciden quedarse y emprenderla con la población civil (da igual si son creyentes o infieles). En algunos casos, son lobos solitarios, jóvenes que optan por la inmolación o la furia asesina provocando caos y horror a su paso. Y, ahí, ante esta invisible amenaza, el problema para la convivencia en Europa es grave. Nunca antes nos hemos enfrentado a una violencia de estas características llevándonos a desconfiar de amigos y vecinos.

La pasada Eurocopa celebrada en Francia y las selecciones multirraciales, así como los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro, nos muestran que no podemos dejarnos llevar por el miedo. El esfuerzo y el compromiso es colectivo, las comunidades musulmanas en Europa no solo no han de ser estigmatizadas sino que están comprometidas contra esta locura. Nos toca asumir este tiempo con su descarnada realidad. Pensar, como hacen los populismos islamólogos, que sin los musulmanes Europa vivirá libre de toda lacra social no solo es infantil sino irreal porque Europa no sería la misma. Y, en todo caso, tampoco nos ayuda a comprender bien la Historia que tanto nos empeñamos en conmemorar. Las sociedades no progresan ni avanzan en soledad sino unidas. Sus valores no pueden ser herméticos, ni mucho menos del cerrado nacionalismo ha surgido un sentimiento ideal y bueno sino que ha venido acompañado por la mezquindad y otra clase de radicalismo igual de cruel e inhumano (el totalitarismo).

La derrota del Califato es, a todas luces, inevitable. Pero eso no significa que la toma de Raqa o sus capitales, en Siria e Irak, sea el fin de la cuestión. Vivimos los efectos de una post Guerra Fría tardía. Por supuesto, pocos analistas se podían imaginar algo así ni que nos veríamos afectados de este modo tan caprichoso y virulento por los efectos del yihadismo. Pero nuestro desarrollo social no es ajeno a las vicisitudes de la actualidad. El fanatismo y el totalitarismo son dos órdenes que están ahí, muy presentes, en nuestras sociedades humanas. Son males endémicos, la única vacuna es la democracia, que vienen determinados por el desigual desarrollo de los países. La geografía, la historia, la naturaleza todo influye en la singularidad de este planeta. Los ensayos y libros que se están publicando sobre el Estado Islámico y sus repercusiones nos muestran que los procesos que se han dado en la región y en la esfera internacional no son casuales ni anecdóticos sino que han sido la suma de una serie de efectos negativos que no supimos atender en su día. Así que los valores y los compromisos (reales, no peregrinos) conforman, en buena medida, los puntales que necesitamos afianzar para constituir un manto que nos proteja. La ONU y la implicación de los países han de ser la fuerte cadena que lo haga posible, hermanados por una aspiración de lograr un mundo mejor, tolerante, justo y, algún día, en paz.Doctor en Historia y docente

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