Recuperar la sublime puerta

Deia, Por Gabriel Mª Otalora, 06-08-2016

EN menos de un siglo, este hubiese sido el quinto golpe de Estado en Turquía, un país complejo al encontrarse a caballo entre Europa y el Oriente Medio asiático y por el contexto político y religioso. Limítrofe con Siria y su guerra, acoge a regañadientes a más de 2,5 millones de sirios en su territorio como refugiados (datos de Acnur).

Por otra parte, los militares de Turquía son el segundo mayor ejército de la OTAN. Aspira a entrar en la UE con iguales derechos y obligaciones que el resto de Estados miembros. Y se debate entre el islamismo y el laicismo con un presidente cada vez más actuando como dictador. Con setenta y cinco millones de habitantes, lucha a muerte contra la minoría kurda que malvive intentando tener voz propia en el mundo desde el fallido Tratado de Sèvres, que preveía la creación de un Estado kurdo tras el fin de la Gran Guerra. Los kurdos son el mayor pueblo sin Estado del Planeta, repartidos en cuatro países. En el territorio turco, viven 20 millones y ocupan también un 28% del territorio.

La realidad es que el gobierno turco ha sido ambiguo en casi todo: respecto a su postura en Siria, desde la permisividad con la entrada de muchos yihadistas extranjeros a la lucha contra los terroristas del EI, dejando sus bases a la coalición liderada por Estados Unidos. Por otra parte, ha reanudado sus relaciones con Rusia, con Egipto y con Israel. Tayyip Erdogan mantiene una guerra abierta contra la prensa, con muchos periodistas encarcelados, y otorga al ejército papel guardián como una pieza clave para mantener el orden que él quiere. De hecho, el golpe de Estado ha sido una bicoca para él: me atacan, reacciono como un héroe, lidero la reacción del pueblo para que defienda la democracia, me pongo al frente de la reacción, proclamo el fracaso del golpe y me dedico a castigar a los enemigos en plan dictadura al uso.

Cuesta mucho no pensar en un Erdogan que sueña con un golpe de Estado de estas características buscando retorcer la elección de los turcos entre dictadura y golpe de Estado. Hasta me recuerda, en otro contexto no cruento, al golpe de Juan Carlos I para reforzar su autoridad democrática. Todo parece indicar que la megalomanía de Erdogan encamina a Turquía hacia una dictadura islamista ante la pasividad de la UE, abocada a ser la heredera directa de lo que fue un gran imperio: el otomano. La Sublime Puerta que daba entrada a las dependencias en Estambul al gobierno del imperio otomano y del Gran Visir, donde el sultán oficiaba la ceremonia de bienvenida a los embajadores extranjeros, y de la que quedaba solo la metáfora diplomática, quiere recuperar su realidad imperial.

Erdogan sueña con suceder a los otomanos que dominaron la historia del mundo musulmán entre los años 1290 y 1924 y que en el siglo XVIII se atribuyeron la dirección política y espiritual de todos los musulmanes como respuesta a las presiones de los países occidentales. Un nuevo panislamismo que logre la unificación de todos los musulmanes bajo un mismo guía político y espiritual, tal como lo había sido antiguamente.

Entonces, el objetivo lo impidió la progresiva degradación política y moral del propio Imperio Otomano. Al terminar la Gran Guerra, Kemal Ataturk unificó en torno suyo una corriente política para construir el Estado turco moderno (1922) en el que por primera vez dentro del islam se separaba la esfera política de la religiosa. Desde entonces hasta el régimen de Erdogan, Turquía ha vivido al margen del sueño de la unificación de los pueblos musulmanes bajo una única dirección política y espiritual. No es descabellado pensar que Erdogan quiera volver a ejercer de forma absoluta el poder religioso y político tal como lo hicieron los antiguos califas del Imperio Otomano. Miedo me da.

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