Acoso escolar y salud mental

Diario de Noticias, Por Manuel Torres y Mila Leoz, 29-07-2016

A grandes rasgos, cuando nos enfrentamos al acoso escolar infligido a un menor (bullying), se suele recurrir como paliativo al cambio de centro (víctima), al régimen disciplinario (agresor) o al ámbito psicosocial, pero rara vez penetramos en su perímetro psicopatológico.

En vista de la amplia proyección mediática que suele suscitar este viejo – aunque recurrente – problema, un oportuno comienzo sería precisar qué es, quiénes lo perpetran y dónde opera. Según la definición de Goodman & Scott (Child Psychiatry. Oxford. 2005), se considera acoso escolar el uso repetido y deliberado de agresiones verbales, psicológicas o físicas por parte de un niño o adolescente, con el fin de maltratar y/o dominar a un semejante sin que medie provocación, en el conocimiento de que la víctima carece de medios con los que defenderse.

Sus actuantes ejecutan cuatro roles: el agresor (bully); la víctima; la víctima – agresor; y el sujeto neutro, un compañero o compañeros presentes durante la agresión, pero no implicados directamente en la misma. El escenario más habitual es la escuela, de hecho agresor y víctima suelen pertenecer al mismo nivel educativo y, aunque cabe suponer que los menores están supervisados dentro del recinto escolar, la mayoría de estos episodios quedan al margen del conocimiento de profesores o tutores, mientras el afectado se siente incapaz de dar cuenta de los hechos a sus padres o a los responsables del centro.

Con frecuencia se prodigan enérgicas manifestaciones de tolerancia cero desde estamentos educativos y sociales, dirigidas a atenuar la gran alarma ciudadana que este tipo de agresiones provoca, con el fin de promover una nueva percepción del problema y, como resultante, implementar recursos en información y educación para lograr un mejor clima de convivencia en el centro y en la comunidad, sin olvidar que el acoso escolar posee una estructura grupal, no individual, y es así como debe abordarse. De lo contrario, creer que esta cuestión se reduce a una relación entre agresor y víctima, puede llevarnos a ignorar el contexto real en el que dicho fenómeno se gesta y exonerar de responsabilidad al resto de implicados.

Con todo, nuestro objetivo es detenernos en el ámbito psicopatológico del problema. Cada vez con más frecuencia, investigaciones recientes han analizado las consecuencias del bullying en la salud general de los ciudadanos, su repercusión en salud mental, en el índice de suicidios y en hospitalizaciones psiquiátricas. Como declaró recientemente el doctor Celso Arango, jefe de psiquiatría infantil y adolescente del Hospital Gregorio Marañón de Madrid, el bullying tiene una estrecha asociación con trastornos psiquiátricos, de hecho triplica el riesgo de depresión cuando los menores se hacen adultos, cuadruplica el de suicidios, duplica el riesgo de padecer patologías graves como la esquizofrenia, incluso sus secuelas pueden llegar a ser más difíciles de asimilar que los abusos sexuales, sostiene Arango.

Un estudio publicado en The Lancet Psychiatry por investigadores de la Universidad de Warwick y el Duke Medical Centre del Reino Unido, señala que los niños maltratados en su entorno familiar tienen a su vez más posibilidades de ser víctimas de bullying. Asímismo, sufrir acoso escolar durante la infancia, pronostica peores efectos a largo plazo en salud mental que el hecho de sufrir maltrato por parte de los padres u otros adultos. Dicha investigación reveló que los menores afectados de maltrato y acoso tienen mayor probabilidad de desarrollar trastornos psicológicos en la edad adulta, como ansiedad y depresión, además de tener más probabilidad de autolesionarse.

Abundando en ello, según datos extraídos del Estudio Avon de Padres e Hijos del Reino Unido (ALSPAC), los niños maltratados por adultos, además del riesgo a padecer acoso, son futuros candidatos a desarrollar enfermedades cardiovasculares y hepáticas, alcoholismo y adicción a sustancias (cabe precisar que este estudio no utilizó el término bullying, sino que lo definió como abuso físico, emocional o sexual). Lo cual sugiere que la presencia del acoso escolar puede ser también indicador de una disfunción familiar. De hecho, según Bauer (Bauer NS, Herrenkohl TI, et al. Childhood bullying involvement and exposure to intimate partner violence. 2006), el 97% de los casos de niños acosadores ya eran víctimas de maltrato familiar, lo que nos lleva a considerar que el abordaje del problema es más complejo de lo que habitualmente se percibe desde el entorno escolar o social.

Analizando las diferencias entre los distintos roles, los chicos y chicas implicados en el rol del agresor presentan trastornos de conducta externalizada e hiperactividad. Los que soportan el rol de víctima suelen correlacionar más con problemas de tipo internalizado. Y los implicados en el rol de agresor – víctima apuntan a un mayor riesgo de padecer síntomas psiquiátricos, así como sufrir más perturbaciones psicológicas.

Aunque es de suponer que una tendencia espontánea hacia la protección de la víctima nos lleva a pensar que sólo ésta necesita ayuda, debemos considerar que realmente el mayor riesgo de sufrir trastornos psicosociales en la adolescencia y en la edad adulta, ocurre en chicos y chicas concernidos en el papel del agresor.

Por tanto, cada vez es más evidente la necesidad de un enfoque profundo e integral, con la identificación de factores de riesgo como el rechazo o las agresiones tempranas, y su redefinición en una sociedad cambiante como la nuestra, expuesta a transformaciones constantes y aceleradas en casi todos sus ámbitos, sin perder de vista el complejo capítulo de la integración de menores inmigrantes o refugiados llegados de otras culturas, o la emergencia de nuevas patologías psicosociales como el cyberbullying, esto es, el acoso mediante el uso de dispositivos tecnológicos, redes sociales como Whatsapp, Skype… donde la víctima puede llegar a padecer con más virulencia la sensación de vulnerabilidad y desamparo al rebasar el agresor los contornos de su intimidad.

De todo ello, se desprende que habrá que estar alerta ante los nuevos retos y disponer de una perspectiva amplia con la que afrontarlos, puede que esa sea la mejor garantía de avanzar en un tiempo tan tornadizo e incierto como el nuestro.

Los autores son responsables del Centro de Psicología Ética (www.psicologiaetica.es)

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