Aristocrática solidaridad

Diario de Noticias, Por Juanma Alonso, 29-07-2016

escuché hace unos días en la radio a Cayetano Martínez de Irujo, hijo de la difunta duquesa de Alba, disertando sobre la crisis de los refugiados. Afirmaba estar sensibilizado con el problema hasta el punto de alojar en su propia casa a varias familias sirias. Eso sí, aseguraba prestar esa ayuda de manera absolutamente discreta.

Asombrado por tan aristocrática solidaridad y por tan peculiar manera de entender la discreción, visité a san Google y vi que el Grande de España lleva meses paseando su discreción por medios como El Mundo, La Razón, Hola y Cuatro: por lo visto dos familias sirias viven en su finca de Carmona, en Sevilla, y lo hace porque le sale de dentro y porque él es así. Y que hace las cosas, pero no las dice. Pues menos mal que no las dice. No quiero hablar del conde de Salvatierra, sino de la crisis de los refugiados. Cuando estudiaba en Deusto, allá por los años 90, nos enseñaban que el desarrollo y el subdesarrollo son dos caras de la misma moneda. No hay recursos en el planeta para que la humanidad entera pueda disfrutar del nivel de consumo material del mundo desarrollado, y eso se sabe: para que nosotros sigamos siendo ricos, ellos tienen que seguir siendo pobres. Y los que cortan el bacalao se encargan de que eso siga siendo así.

En la actualidad, la situación es bastante peor a la de hace 25 años: las 62 personas más ricas del planeta poseen lo mismo que la mitad más pobre de la humanidad. Que se dice pronto. Y para perpetuar esa situación se invaden países, se sostienen gobiernos corruptos y se crean condiciones en que miles de millones viven en la miseria, la inseguridad y la semiesclavitud.

Nosotros somos la cara y ellos son la cruz. Millones de seres humanos quieren escapar de la pobreza y la inseguridad, que es lo mejor que pueden ofrecerles sus países de origen, y han descubierto que hay una manera, por peligrosa que pueda ser, de llegar a la Tierra Prometida. Siria es tan solo la punta del iceberg; en los próximos años serán muchísimos más los que quieran venir, y Europa da palos de ciego intentando diseñar una respuesta.

Que vengan todos es demagógico, por irrealizable. Que les den dos duros no solo es perverso e irresponsable, es también necio: ignorar el problema no va a solucionarlo. Parece que Europa opta, como Cayetano de Alba, por una solidaridad más o menos aristocrática: vamos a ver cuántas familias acogemos, vamos a ver cómo organizamos campos de refugiados en las fronteras que les den unas mínimas condiciones de vida.

Mientras no entre en la agenda ir a la raíz del problema, esto es, corregir la inaceptable desigualdad global que se vive en nuestro planeta, la crisis de los refugiados sirios no será sino un leve aviso de lo que está por llegar.

El autor es analista

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