Trump o el triunfo de la antipolítica

El Mundo, , 21-07-2016

NADIE se tomó en serio hace un año a Donald Trump cuando se postuló como candidato republicano a la Casa Blanca. Y menos que nadie los pesos pesados de este partido, que consideraban al polémico magnate poco menos que un bufón que sólo podía aspirar a su minuto de gloria. Pero Trump pronunciará hoy el discurso de aceptación como aspirante oficial a la Presidencia de EEUU, después de que el cónclave republicano le haya coronado sin remedio. En las primarias más insólitas de la historia, el provocador empresario fue deshaciéndose sin esfuerzo de todos y cada uno de sus rivales y cuando la dirección conservadora se dio cuenta de que el tsunami Trump iba en serio ya era demasiado tarde para reaccionar.

Al final, casi el 70% de los delegados le han respaldado para que se enfrente a Hillary Clinton. Eso sí, el 30% restante representa el porcentaje de oposición más alto desde la convención republicana de 1976. Un síntoma de que, antes que nada, Trump tiene que conjurar el rechazo que sigue provocando en un sector importante de conservadores que creen que, con su nominación, el Partido Republicano se ha cavado su propia tumba.

Pero lo cierto es que, primero se cayó el mito de que un populista tan políticamente incorrecto pudiera ser candidato presidencial, y últimamente se tambalea otro mito, el de que en todo caso sus opciones de victoria el 8 de noviembre son nulas. Porque las últimas encuestas indican lo contrario y muestran un empate técnico entre Trump y Hillary Clinton, su rival demócrata. Hasta tres puntos de ventaja le confieren algunos sondeos al primero, lo que deja claro que sin duda hay partido y que el resultado es extremadamente incierto.

La candidatura de Trump resulta inquietante. Porque supone el triunfo de la antipolítica –de pocas cosas se jacta tanto el magnate como de no haber ocupado jamás un cargo público– y, sobre todo, de un discurso peligroso en el que se mezclan sin pudor y con simpleza mensajes populistas, xenófobos, machistas o islamófobos. Y, aun así, es innegable que Trump conecta con amplias capas sociales de estadounidenses. ¿Por qué? Desde luego destaca el hecho de que el republicano ha llegado en el momento oportuno, aprovechando la ola de rechazo ciudadano hacia la política tradicional y el sistema que sacude a buena parte del mundo. Y, además, en un clima de grandes incertidumbres, con un sentimiento de inseguridad creciente por fenómenos globales como el del terrorismo yihadista, o dentro de EEUU por el estallido racial, calan con mayor facilidad los mensajes maniqueos de un demagogo como Trump que se erige en paladín de la seguridad, aunque sus recetas resulten tan disparatadas como la de construir el mayor muro del planeta para impedir la llegada de un solo inmigrante más. El magnate parte con la ventaja de que sus simpatizantes no le exigen las respuestas complejas e inciertas que la política ofrece para problemas igualmente complejos. De hecho, por no tener, Trump no tiene ni un verdadero programa; su mensaje es él mismo, su personalidad tan arrolladora como incorrecta, a lo que añade su dominio del lenguaje televisivo.

En un sistema basado en el checks and balances como el estadounidense ni siquiera la llegada de Trump a la Casa Blanca supondría un giro político radical. El presidente más poderoso de la tierra está constreñido en su acción por demasiados intereses en juego y el contrapeso constante del Congreso. Que se lo digan a Obama. Aun así, en las cancillerías internacionales preocupa que Washington abandonara el rol hegemónico en la resolución de los mayores conflictos multilaterales que ocupa desde hace décadas si Trump optara, como promete, por un aislacionismo voluntario. Y, dentro de EEUU, alarma la gran polarización social que produciría una presidencia como la suya. Veremos hasta qué punto el candidato es capaz ahora de moldear un perfil presidencial. Por lo pronto, tiene la suerte de que su rival inspira en el estadounidense medio casi tan poca confianza como él. Lo dicho, la crisis de la política.

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