Del comando al 'lobo solitario' en 30 años

El Mundo, PABLO PARDO , 20-07-2016

Hace 30 años, Europa vivió una de las mayores crisis de terrorismo de su historia. Agentes libios pusieron una bomba en la discoteca La Belle, en Berlín Occidental. En 1986, dos soldados estadounidenses y una inmigrante turca murieron. Ronald Reagan reaccionó bombardeando la capital de Libia, Trípoli, y la segunda ciudad del país, Bengasi. Muamar Gadafi escapó vivo porque el líder de los socialistas italianos, Bettino Craxi, le avisó del bombardeo.

Era la culminación de una serie de ataques y contraataques entre EEUU y varios grupos terroristas encabezados por Abu Nidal y la Yihad Islámica. Ése era el terrorismo de la antigua usanza. La Yihad Islámica era básicamente una prolongación del Gobierno de Irán. Y Abu Nidal se trataba de «un grupo al que los gobiernos de Oriente Próximo subcontrataban sus servicios para atacar a Estados Unidos», como lo define Camile Pecastaing, profesor de Estudios de Oriente Próximo de la Universidad Johns Hopkins. Los dos tenían una estrategia política, estaban organizados y dependían de Estados patrocinadores. Y por eso desaparecieron. En los 90, Teherán decidió que la Yihad Islámica estaba actuando con demasiada autonomía y la liquidó. Gadafi hizo lo propio con Abu Nidal para congraciarse con Occidente.

La Yihad Islámica o Abu Nidal son lo contrario de lo que estamos viendo en Niza, Baviera, Orlando, Estambul, París, Bruselas o San Bernardino. No hay grupos, sólo lobos solitarios o células. Así que, ¿es la radicalización de musulmanes y neonazis o la islamización e ideologización de gente que ya era radical, inadaptada y violenta per se?

Los lobos solitarios y los comandos suicidas son, en el fondo, dos versiones de la misma dinámica. El lobo solitario opera sin contar con nadie. Pero el comando es, en sí mismo, un grupo cerrado, sin apenas conexión con el resto de la organización a la que pertenece. Sus miembros saben que no saldrán vivos de su operación. No necesitan un plan de escape. Lo que decida su organización desde el punto de vista político o de la lucha armada, una vez que ellos hayan muerto, no es asunto suyo.

El ejemplo más obvio es el 11-S. Aparte de contactar con Ramzi Binalshibh, que hacía de intermediario entre los suicidas en EEUU y Osama bin Laden, para decirle que todo estaba listo para actuar, el jefe de los asesinos, Mohamed Atta, no mantuvo contacto con el mundo exterior en las semanas previas al atentado. Tampoco lo hicieron sus subordinados. Y es de prever que los autores de las últimas matanzas también habían cortado sus vínculos con el resto del mundo antes de atacar. Estas células son, en cierta medida, agregaciones de lobos solitarios.

Es un problema complicado para los Estados. Omar Mateen, que asesinó el 12 de junio a 49 personas en una discoteca en Florida o Thomas Mair, que asesinó a la diputada laborista Jo Cox en el Reino Unido, el 16 de junio, eran lobos solitarios: actuaron en solitario, se habían radicalizado solos, y habían dejado indicios. Pero, como ha señalado el Financial Times, aún no sabemos si terroristas como Omar Mateen, o Syef Farook y Tashfeen Malik, que asesinaron a 12 personas en la ciudad californiana de San Bernardino en diciembre, «han sido radicalizados por el IS o se han radicalizado ellos solos». El diario recordaba que los lobos solitarios «se mueven en un silencio casi total: cualquier evidencia que dejan sólo tiene significado cuando su trabajo ha acabado».

PROFESIONALIZADOS

La única debilidad que ofrecen los comandos suicidas es que son más miembros y, por tanto, las posibilidades de que cometan errores es mayor. Pero, al mismo tiempo, esas células suelen estar formadas por activistas más profesionalizados que los que se lanzan a actuar por sí solos. La matanza de la revista Charlie Hebdo, en enero de 2015, en Francia, fue organizada de forma cuasimilitar por dos terroristas bien entrenados de Al Qaeda en la Península Arábiga que sabían que era sólo cuestión de horas o días que los localizaran y que estaban dispuestos a hacer lo que fuera necesario para no entregarse con vida. Es lo mismo que sucedió en Estambul.

Para los teóricos, la violencia está supeditada a un objetivo político. Un atentado es parte de una estrategia política. Eso exige jerarquía. Y la jerarquía demanda comunicación. El mejor resumen de ello es el que hace Sun Tzu, que vivió en una época en la que cuatro reinos de similar poder se disputaban el control de China, sin que ninguno pudiera imponerse a los otros: «La suprema excelencia no es combatir y conquistar a tus enemigos en todas tus batallas. La suprema excelencia consiste en romper la resistencia de tu enemigo sin combatir».

Esa frase está en las antípodas de la violencia aleatoria que vemos hoy en día. Se han acabado los comandos. Los han sustituido las células, es decir, grupos autónomos enviados a realizar misiones hasta que los maten a todos, como los que cometieron la matanza de Charlie Hebdo, o los de las de París y en Bruselas. Y cada vez hay más lobos solitarios.

Incluso los comandos actúan cada día más como lobos solitarios. No es posible detectar a alguien como Mateen, que solo piensa en el corto plazo, no coordina su estrategia con nadie y, encima, mezcla su ideología con sus propios problemas personales. Como ha escrito Daniel Byman, director del Centro para Oriente Próximo del think tank de Washington Brookings Institution: «No podemos proteger todas las fiestas de Navidad, todos los maratones, ni todas las discotecas».

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