Behatokia

La UE y la resolución del problema de los refugiados tras el ‘Brexit’: ¿Oxímoron histórico?

Deia, Por José Félix Merladet, 06-07-2016

HACE unos días pude visitar el campamento de refugiados de Elliniko en un antiguo aeródromo y campo de hockey en Atenas. Vimos un lugar con cinco mil personas hacinadas, muchas de ellas durmiendo en tiendas de campaña o en grandes pabellones abiertos, mal alimentados… Ante tanto sufrimiento, se despertaban los más nobles sentimientos de esa solidaridad. En puridad debemos distinguir entre refugiados, que tienen un estatuto jurídico especial, por razón de un conflicto, por ejemplo, y emigrantes económicos. En el campo de Elliniko había muy pocos sirios que obtienen paso con mayor rapidez y muchos afganos, además de algún somalí. Ahora bien, ya hemos olvidado que en Afganistán sigue existiendo una catástrofe humanitaria de primer orden y prosiguen los combates. Varias mujeres y un joven profesor de inglés que quería pasar a Francia, Mohamed, me contaron que perderían la vida si regresaban a su país. Mohamed había pagado 4.000 euros por su pasaje.

Europa debe mostrar su solidaridad sin remilgos con las personas que huyen de un conflicto para salvar sus vidas. Es una labor de conciencia urgente y se debe manifestar tanto aquí como creando y manteniendo campos decentes de refugiados en las zonas vecinas a la guerra, pero el gran problema de fondo es que Europa no tiene capacidad para ayudar a todo el mundo todo el tiempo. A mediados de siglo, los migrantes económicos superarán los 300 millones de seres, en su mayoría procedentes de regiones cercanas a Europa como el África subsahariana. Todos los analistas coinciden en que el principal problema que ha motivado el Brexit ha sido, con razón o sin ella, el de la inmigración en Reino Unido. Ante esta situación, que se plantea en toda Europa, caben tres posibles alternativas.

Una es seguir como hasta ahora, escondiendo la cabeza bajo el ala sin adoptar decisiones hasta que la UE vaya desmoronándose poco a poco y pase a ser historia. El Brexit puede tener efecto dominó y habrá tal vez otros países que podrán plantearse abandonar un barco sin rumbo cierto. Mantener el statu quo y que nada cambie es muy útil a corto plazo para los que están en el poder pero un desastre a la larga para todos.

La segunda alternativa es la reacción de fuerzas disgregadoras, nacionalistas, euroescépticas y populistas que claman por defender los valores de nuestra tradición pero pueden romper Europa y acabar con esos mismos valores que dicen defender (Frente Nacional en Francia, Alternativa para Alemania, y sus equivalentes en Hungría, Polonia, Austria, Países Bajos, Noruega, Dinamarca, etc.) Muchos de estos opinan que la vieja dicotomía de izquierdas y derechas ha sido superada por otra entre los que se sienten “identitarios” y los “cosmopolitas” partidarios del mestizaje y el sincretismo. Para estos movimientos opuestos al cambio hay un diseño deliberado de ingeniería social de los centros de poder económico de derechas para traer a Europa millones de personas de fuera (hasta 155 millones recomendaba un informe de Naciones Unidas en 2000), mucho más manejables que los autóctonos. Es cierto que el mensaje del chivo expiatorio usado por los adalides del Brexit es muy fácil de digerir por los marginados de la globalización, pero hay personas cultivadas que no entienden por qué se precisa esta afluencia de foráneos que podría ser innecesaria. Y menos en tiempos en que la tecnología hace aumentar la productividad y desaparecer puestos de trabajo. Además de ser sintomático – según ellos – de una endofobia ideológica izquierdista que lleva a culpabilizar a Europa de todos los males del mundo, cosa absolutamente injusta.

En tercer lugar, cabría reforzar la UE y darle una verdadera política exterior de seguridad y de defensa común. Es con más Europa y no con menos Europa como conseguiremos prever, impedir, atajar y solucionar rápidamente algunas crisis cuyas consecuencias, una vez desatadas, son dolorosas e imprevisibles. Si Europa fuese la gran potencia exterior que fueron algunos de sus países en el pasado, habría plantado cara a la aventura americana en Irak que, después del manifiesto fracaso en Afganistán, fue una guerra injustificable de agresión, si no un genocidio. Después siguió la destrucción sistemática de Oriente Medio: Egipto, Libia, Yemen, Siria… ante la cual cabe preguntarse, qui prodest? ¿Quién propició la aparición y auge económico del Daesh? Se sabe que compraban vehículos y armas en Catar y que fueron apoyados por Arabia, pero ¿quién aprobó que estos países autoritarios con pies de barro iniciaran esta acción de la que todos pagamos las consecuencias, o no reaccionó contra ello cuando hubiese debido? Para los americanos, eliminar la base mediterránea de Rusia en Siria sin duda era un bocado de gusto. Causar que millones de refugiados se dirigiesen después a Europa les importaba muy poco. ¿Por qué no obligar a acogerlos a los ricos correligionarios suníes de Arabia, Catar y otros países que disponen de territorio y viviendas vacías?

Los nuevos aprendices de brujo destruyeron irreflexivamente una construcción casi centenaria franco – británica que, buena o mala, al menos mantenía el orden y la estabilidad en Oriente Medio. Había dictadores, pues el autoritarismo es una característica general de las sociedades islámicas, pero la situación era notablemente mejor que el caos sangriento actual con millones de muertos. La verdadera solución a tantos problemas, más que ese Plan Marshall del que se ha empezado a hablar, sería un autentica prevención gracias a una política unida europea de seguridad capaz de diseñar equilibrios geoestratégicos y de plantar cara a los abusos de EE.UU., Rusia y otras potencias emergentes como China. Acompañada de una política de cooperación y sobre todo comercial para desarrollar estos países. La UE no puede seguir siendo ese enano político que es hoy. Por otra parte, solo así podrá controlar u oponerse a la globalización desbocada y sin control y al dumping social y ecológico de varios países. Una UE fuerte podría oponerse a dicha globalización y salvar nuestra democracia, soberanía y el mejor estado del bienestar del mundo.

Estamos sometidos a shocks constantes en la forma de guerras, conflictos, catástrofes… que no nos dejan casi ni tiempo para reaccionar y menos para recapacitar sobre los cambios profundos que estamos sufriendo y los que quedan por venir en el orden social, económico, o espiritual. Y, sin embargo, las cosas más evidentes son aquellas tan cercanas que no las percibimos. El mundo que nos espera será casi opuesto al que recibimos. Pero ¿es deseable realmente el cambio por el cambio que, como mantienen algunos, es bueno e inevitable? ¿Es la vida realmente ese devenir líquido de comienzos y finales incesantes del que habla Bauman sin unas referencias permanentes no relativistas? El corolario de la doctrina del shock que tan bien nos explicó Naomi Klein, no puede ser otro que la doctrina del antifrágil de Nassim Taleb. Es decir, que el cambio es positivo y fortalece a los fuertes que aprenden a adaptarse a él. Pero con este neodarwinismo, ¿Qué pasará con los más débiles e inadaptados? ¿Supondrá retornar a un egoísmo capitalista salvaje que destruirá nuestros logros sociales?

En todos casos, si a un árbol se le cortan casi todas sus raíces y se sustituyen sus ramas por injertos, acaba por secarse. En el caso de Europa, las raíces, cada vez más en cuestión y en riesgo de desaparición, son la filosofía griega, el derecho romano y el cristianismo. Estos llevaron a la democracia, la separación entre fe y razón, la libertad de pensamiento, la igualdad ontológica entre todos los seres humanos y la liberación de la mujer. Una Europa fuerte, con capacidad de acción interior y exterior, con conciencia clara de identidad, de dónde viene y a dónde va, podrá solucionar muchos problemas e irradiar su luz y ejemplo al mundo. El Brexit en vez de una amenaza puede ser una oportunidad si Europa se refuerza aunque solo sea en un círculo central. De lo contrario, la resolución del problema de los refugiados, y de tantos otros, por la Europa actual no dejará de ser un oxímoron histórico.

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