«Cuando llegamos se trapicheaba con impunidad en las aceras»

Abrió en 1996 la base policial que va a cerrar y se enfrentó durante una década a los pisos patera, las colas en los puntos de venta, la receptación de productos robados y el islamismo radical

El Correo, Ainhoa De las Heras, 04-07-2016

Eloy Berrueco fue «el jefe» de la comisaría de La Cantera durante once años. «Sin librar ni un día, me lo tomé tres puntos por encima de lo que se debe, por responsabilidad con la gente», relata ahora cuando se acaba de anunciar el cierre para 2017 de la que fue su casa. Una decisión que entiende e incluso le parece «consecuente y acertada». «No quiere decir que se deje desatendido al barrio, pero requiere de un gasto de recursos humanos que nos viene muy bien para sacar gente a la calle», defiende.

Pese a la dureza del barrio, el más deprimido de Bilbao, admite que «disfruté mucho, me lo pasé muy bien porque me gusta mi trabajo». Recién ascendido a sargento, el 4 de diciembre de 1996 le tocó «estrenar» la sede policial, con 35 agentes –ninguno de ellos voluntario, más bien quejosos por el cambio– y cinco mandos. El edificio de Lan Ekintza, antes destinado al control sanitario de las prostitutas y a una remota sede policial que tenía «mazmorras» en lugar de celdas, se convirtió en una nueva comisaría, «con Diligencias (recogida de denuncias), pero sin calabozos». El «primer handicap» con que se encontró fue «motivar» a la plantilla; y el segundo, el social. «Se esperaba algo de nosotros, que se iban a terminar todos los problemas y ni mucho menos. Nunca prometí solucionar, sí trabajar».

Cubrían no sólo San Francisco y Bilbao La Vieja, sino también San Adrián, Irala, Zamakola y Buya, y posteriormente Miribilla. El barrio comenzaba a recibir la llegada masiva de inmigrantes , primero nacionales y después extranjeros. En aquella época, la mayoría eran «norteafricanos», procedentes de Guinea – Bissau, «algunos con heridas de guerra, con machetazos o marcas de mortero que nos enseñaban. Muchos tendrían las manos manchadas de sangre, fijo». «Cuando llegamos se trapicheaba en la calle de forma impune». Se mezclaban con autóctonos, personas mayores en su mayoría, con «mucha tolerancia a lo que sucedía en el barrio».

Berrueco aplicó ya entonces la filosofía de la actual Policía de proximidad, «conectar, conocer a los ciudadanos y escucharles. La ‘temperatura’ me la daban los vecinos y comerciantes, ellos me decían si iba bien o mal». Recuerda sus conversaciones con el entonces portavoz de los vecinos, Juan Carlos Antón, o el dueño de la Joyería Facundo. «Me llamó la atención que mucha gente se conformaba con que le escucharan, y me acababan contando sus problemas personales, y tuve que cortar. Eres ‘el jefe’ y te ponen en un pedestal, pero soy un funcionario y hago lo que puedo». La solución no era ni es «sólo policial».

En su opinión, uno de los grandes problemas era «urbanístico», «con chabolismo vertical, casas de madera llenas de filtraciones de agua». Apuntaban cada nueva pensión que se abría, completaron un censo de los pisos patera o pensiones ilegales que había en el barrio, donde llegaban a dormir «hasta 30 personas, la mayoría inmigrantes , en sacos, en el suelo, en camas calientes… y pagaban todos, les cobraban por noche. Era un cubil de ruinas humanas». Una de las dueñas, de la que aún se acuerda por su avaricia, acumulaba ocho de estos alojamientos. «Era millonaria, pero vestía como una andrajosa». También había gente viviendo en furgonetas en la calle.

Le quedó como espinita un informe del Ararteko que recogió testimonios sin contrastar y «criminalizando a los policías municipales», acusándoles de «racistas». Eran también los años del plomo. La Ertzaintza acababa de desplegarse en Bilbao, y no fue hasta varios años después cuando se creó el dispositivo Palanca, que permanece hasta hoy. El comisario en persona se implicó en un conflicto con los bares de Bilbao La Vieja, de ambiente «borroka», cuyos clientes terminaban ocupando la calle y cortaban el tráfico. «Aparecieron pintadas de ‘munipas, vais a arder’», y «una noche cuando un agente salía de la comisaría le lanzaron desde arriba un cóctel molotov, se libró por los pelos». Los coches de los guardias, aparcados delante de la base, aparecían a menudo rayados.

Le costó también «hacer entender a los meros ocupantes de la acera que no podían estar ahí, impidiendo el paso». Fue uno de los impulsores de la colocación de las cámaras, primera experiencia de vídeovigilancia en la calle en Bilbao. También propuso que se eliminaran las aceras y se jugara con bolardos, pero se ha aplicado en otras calles, nunca en San Francisco. Colaboraron con la Policía Nacional en la lucha contra el islamismo radical, «que sigue», advierte.

Taconazo en la cabeza

Cortes era un «hervidero», empezaba la decadencia de la prostitución, con toxicómanas haciendo la calle para conseguir un ‘pico’, la receptación de productos robados. A Eloy le impresionó «un cochazo en el que un padre me confesó que venía a comprar droga a su hijo, que tenía el mono. ‘Fíjate, cómo le tengo’, le dijo señalando a un joven tembloroso en la parte trasera del vehículo. O la muerte de un crío, con la misma edad que su hijo, que cayó desde una ventana en Irala.

También ha habido anécdotas, como cuando tras perseguir a un ladrón armado con una navaja hasta un tejado y pedirle que arrojara el arma, éste le espetó: «Ven, a ver si me coges». No tuvo más que sacar el revólver y apuntarle a un tobillo para que se entregara. También han tenido que escuchar de unos delincuentes en fuga: «Tira, tira, que esos no disparan, son munipas». Un día se presentó en la comisaría un hombre «con un tacón clavado en la cabeza». Una prostituta con la que había tenido un altercado le atizó con el zapato. «¡No te lo toques!», le advirtió. Al final, los sanitarios se lo quitaron y le pusieron unas grapas.

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