En la base de la pirámide social

La Vanguardia, Ana Buj, 26-06-2016

El East End ha sido hogar de inmigrantes desde que los pueblos de trabajadores del este de Londres acabaron formando parte de la ciudad empujados por la revolución industrial. Primero llegaron los irlandeses, rusos y judíos askenazis; luego, a lo largo del siglo XX, los bangladesíes. Ahora, el humilde este de Londres, tierra histórica del Labour, de fieles seguidores del West Ham y de empleados en las fábricas suburbiales, se está acostumbrando a un nuevo fenómeno: ser también la pista de aterrizaje de miles de recién llegados de Europa central y oriental que buscan mejores salarios que en Rumanía, Polonia, Bulgaria o Lituania. Y, por tanto, en un caldo de cultivo para la xenofobia fomentada por discursos como el del UKIP, que culpa a los inmigrantes de la incapacidad de Downing Street para generar más empleo.

Se calcula que en Londres viven más de medio millón de europeos del Este, la mayoría polacos, y llegados hace menos de diez años. “El barrio ha cambiado mucho. Más inmigrantes, y sobretodo más pobreza”, asegura Colin Middleton, que acude con su mujer Carol a hacer la compra semanal en un supermercado barato de Beckton, la última parada del tren DLR que en veinte minutos te lleva a la Torre de Londres. Aquí, el 60% de los niños crece bajo el umbral de la pobreza.

Los Middleton llevan viviendo tres décadas en el suburbio y han sigo testigos de su evolución hasta convertirse en un lugar en el que cohabitan nada menos que 147 idiomas diferentes. Ambos votaron por el Brexit, y no por la inmigración, dicen, sino por la “falta de democracia” de la Unión Europea. Pero lo cierto es que en la empresa de construcción donde Colin ha trabajado toda la vida –casi todos los hombres de Beckton se dedican a este sector– los inmigrantes europeos aceptan trabajar por un tercio de lo que cobra un británico. Y para un empresario, esto es una oferta con la que es difícil de competir.

“Si tuviéramos mejores sindicatos, esto no hubiera pasado”, se quejan estos laboristas convencidos, que temen que la dimisión de Cameron convierta a Boris Johnson en el próximo primer ministro. “¡Imagínate la pesadilla que sería un mundo con populistas como Johnson y Trump al mando del Reino Unido y EE.UU.!”

A las puertas del supermercado, dos de estos jóvenes polacos conversan velozmente con un par de latas de Carling. Sebastian casi no habla inglés porque hace sólo cinco meses que vive en el Reino Unido, pero le han bastado para ver que en realidad el portazo del Brexit bebe del carácter british. “Si te soy franco, los ingleses son unos vagos”. Asegura que por una obra menor, como reparar una instalación eléctrica, un británico cobraría 800 libras y tardaría tres o cuatro días, mientras él lo hace por 300 y en sólo una jornada. “No son conscientes de lo mal que les irá”, advierte.

Es lo mismo que piensa Adam, de sesenta años. Ya lleva trece en Londres, aunque mantiene su casa cercana a Cracovia. Él se encarga de la seguridad del supermercado y denuncia haber sufrido varios episodios de racismo, también de la numerosa población negra y asiática. En Beckton, una de las zonas más empobrecidas de la ciudad, el 20% de los habitantes son de la Europa del Este, sólo superados por el 25% de bangladesíes.

“Tú imagínate que millones de británicos cogieran un autobús y se plantaran en Rumanía o España. Entonces vosotros también os querríais ir de la UE”, dice Peter, un cockney –así llamaban a los habitantes del East End– de segunda generación que trabaja en una fábrica con decenas de inmigrantes. Lo hace mientras toma una cerveza y hojea The Sun, el tabloide más leído y que ayer abría con un cínico “See EU later”. Los discursos populistas le han convencido de que antes de entrar en Europa “se vivía mejor” y nadie “robaba oportunidades laborales” a los británicos trabajadores.

En la calle de al lado, High Street, algunos letreros están en cirílico y los vinos son botellas de Zestrea rumanas, una de las regiones más antiguas en producción vinícola. “La gente tiene miedo, habrá problemas para los negocios”, piensa Dilda, lituana, que atiende en un colmado de High Sreet. Las mayoría de las inmigrantes son dependientas, limpiadoras o camareras. “Los ingleses no quieren los trabajos duros que nosotras hacemos”, se queja.

Pero según el nuevo alcalde, el laborista Sadiq Khan, Dilda no tiene nada que temer. “Quiero mandar un claro mensaje a cada residente europeo que vive en Londres: sois muy bien bienvenidos. Estamos agradecidos por vuestra enorme contribución, y esto no cambiará”.

En el East End, el mejor fish and chips lo lleva Maje, un paquistaní que también vende comida halal.

“Es la magia de Londres –suspira–. Su diversidad”.

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