DÍA MUNDIAL DEL REFUGIADO
Los últimos refugiados de una larga fila
La necesidad ahoga a campos de desplazados africanos, como el de Dzaleka, en Malawi, lejos del centro de atención y de los fondos
El País, , 20-06-2016“Aquí también hay una crisis, aunque sea prolongada. Lo estamos gritando: estamos en un grave estado de necesidad”. Enid Ochieng habla muy suave. La responsable de protección de Acnur (el alto comisionado de la ONU para los refugiados) en Malawi no chilla, pero sus palabras y las cifras que expone sí que lo hacen. La situación en un campo de refugiados siempre es desesperada. Pero el último de la fila es siempre el que peor lo pasa. Y ese último lugar es para los campos que ni están a las puertas de Europa, ni tienen una emergencia declarada, ni muestran unos números especialmente escandalosos. Todos esos van antes. Y después, solo después, van lugares como Dzaleka.
Más de 25.000 refugiados y solicitantes de asilo se apiñan como pueden en este recinto de poco más de 200 hectáreas de tierra rojiza cedido por el Gobierno de Malawi en 1994. Se trata de una antigua cárcel a 40 kilómetros al norte de Lilongüe, la capital de este país del sudeste de África, pequeño para los estándares del continente, con graves problemas de seguridad alimentaria y a la cola en casi todos los indicadores de desarrollo.
Aunque hubo un momento prometedor, por ahora el cambio legal está estancado. El Gobierno ha decidido fundir la reforma de esta normativa con la de las políticas de inmigración (como la recepción y tránsito de migrantes con destino a Sudáfrica) y otros temas en un solo proceso, dejándola por ahora empantanada en el Parlamento. De nuevo, Dzaleka debe esperar su turno.
Y eso que, pese a todas las dificultades, en el campo hay oportunidades para formarse. Es cierto que las escuelas están saturadas. Faltan aulas, material y personal, se quejan los profesores. En primaria hay dos turnos de clases y el absentismo, muchas veces forzado por las circunstancias, es un problema. Pero el trabajo de la organización jesuita JRS culmina con sendos proyectos de formación profesional y una universidad online en colaboración con centros estadounidenses como el de Regis. Aunque solo unas 30 personas acceden cada año a los grados de tres años en educación, negocios o trabajo social.
En esa educación es en la que pone sus esperanzas el joven Dany, que lleva en el campo desde hace casi tres años. Estaba en el colegio cuando estallaron los enfrentamientos y huyó con su tío, al que ha perdido de vista. Nunca más supo qué fue de sus padres ni de sus cinco hermanos. En Dzaleka vive con una familia que le acogió, y la mirada, apagada y triste, solo se le ilumina al hablar de los estudios, pese a que a su edad aún sigue en Primaria por los años perdidos. Le gustan el inglés, las matemáticas y la ciencia. Sonríe al contar que suele ser el primero de la clase y le ilusiona poder construirse un futuro.
“Solo pido quedarme y tratar de sobrevivir a los retos”, ruega Francine. Pero para que pueda haber futuro, antes hay que garantizar el presente. Y eso, de momento, no está nada claro. “Los más vulnerables entre los vulnerables”, en palabras de Ochieng, esperan. Y esperan. No queda otra cuando tus gritos de auxilio tienen que ponerse a la cola.
Se han atribuido nombres ficticios a los refugiados entrevistados para proteger su identidad y garantizar su seguridad.
Este reportaje se ha realizado con la colaboración del Comité Español de Acnur (www.eacnur.org).
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