Tribuna abierta
Vamos a contar mentiras
Deia, , 18-06-2016SEIS palabras martillean mis oídos como un mantra. Las veo en todas partes: medios de comunicación, marquesinas, banners de webs de todo tipo… La crisis de los refugiados sirios. El lunes, 20 de junio, es su Día, ¿se hablará del asunto?
No lo duden. Cualquiera puede hablar sobre el tema, de hecho, porque sale gratis. El campo de batalla dialéctica se simplifica para, como siempre, tornarse dual: gente mala que cierra fronteras frente a gente buena que lucha por recibir ese “cupo” de 160.000 personas cuya acogida asumió la Unión Europea en septiembre de 2015. Así todo el mundo está cómodo, tiene su opinión y sabe a quién criticar. No hay más: o defendemos Europa para preservar nuestro equilibrio socioeconómico y cultural o dejamos que todas estas personas comiencen a vivir en nuestros vecindarios.
Yo me salto la dualidad y lo políticamente correcto e invoco al rigor y la prudencia necesarios para hablar sobre la vida y la dignidad de las personas y planteo mis dudas sobre los dogmas aceptados desde hace tiempo sobre la crisis de los refugiados sirios:
¿Es una crisis? Obviamente lo es – no negaré la existencia de una guerra – , si bien no en el sentido que le quieren dar gobiernos y medios de comunicación, con un discurso que nos hace ver que el problema ha surgido en Siria por combustión espontánea como consecuencia de la Primavera Árabe… Se aprovechan de nuestra ignorancia y, si no me creen, hagan una prueba: pregunten a su vecino si sabe quién fue el predecesor de Bashar al – Assad, presidente de Siria desde el año 2000. Seguro que no tiene ni idea. Pues fue su padre, Hafez al – Assad, que instauró en 1971 una tiranía alawita que llega a nuestros días. ¿Crisis? Llevamos 45 años viendo cómo la gente huye de este país o simplemente emigra desesperanzada…
¿Son refugiados? Disculpen, pero insisto en negar la mayor. Algunas de estas personas – las del famoso cupo – son solicitantes de asilo. Y de éstas, a algunas se les concede un estatus de protección subsidiaria que difiere sustancialmente del estatus de (mayor y mejor) protección internacional que otorga el refugio. No se confundan o, mejor dicho, que no les confundan: España, Europa, conceden asilos con cuentagotas. El refugio en nuestro país es una entelequia. Vean las cifras, están en la red, son públicas y veraces, aunque los conceptos empleados casi siempre inducen a error, pues nos evocan una Europa acogedora que en absoluto lo es.
En este punto, se debe plantear otra interrogante: si la guerra comenzó en 2011, ¿por qué se dan ahora estos flujos masivos y no desde el inicio de la guerra? ¿Cuáles son los puntos de partida de estas personas? ¿Será que no todas parten de Siria, sino desde Jordania, Líbano, Turquía, donde llegaron hace ya tiempo… y decidieron dar el salto a Europa cansadas de esperar una solución que no llega, porque estos países les facilitan e, incluso, les presionan para hacerlo? ¿Será que, teniendo una supuesta protección en estos países, ya no tienen ninguna esperanza en prosperar en ellos, ni mucho menos en volver a su país?
En este caso, no hablaríamos de refugio, sino de migraciones forzadas…
¿Son sirios? No exclusivamente. Los informes de los puntos de llegada y registro nos hablan de personas de origen eritreo, somalí, nigeriano, pakistaní, iraquí, kurdo… De hecho, entre las primeras dieciocho personas acogidas por España en noviembre del año pasado había únicamente un sirio (el resto eran eritreos), mientras que entre las veinte llegadas a finales de mayo hay siete iraquíes.
¿A qué viene, pues, tanta inexactitud? En mi opinión, se trata de una maniobra de distracción de la masa crítica sobre la base de un maquillaje de la realidad: la crisis denota un problema a resolver, algo ajeno a Europa, llegado de golpe como un huracán imprevisto… esto es ridículo; dejando de lado el hecho de que el problema sirio ha estado ahí durante décadas, si trascendieran las consecuencias reales de los acuerdos nucleares de 2015 con Irán en la geoestrategia regional del Oriente Medio, quizá entenderíamos por qué solo hasta cuatro años después del estallido de la guerra comienzan a cruzar el Mediterráneo centenares de miles de personas. Por otro lado, sigamos llamándolo “crisis siria” y la opinión pública no caerá en la cuenta de que lo que verdaderamente está en crisis es el sistema de valores de Europa, de Naciones Unidas, de la Convención de Ginebra…
Simplificar el problema El término “refugiados” simplifica el problema. Tras años trabajando con estas personas, jamás había sentido ningún tipo de prejuicio o visión estereotipada de este colectivo, hasta ahora. Ahora que la palabra refugiados es trending topic, ahora que está continuamente en nuestras cabezas, ahora que por fin aparecen como algo cercano a nuestras vidas… paradójicamente su significado se diluye en mi mente como un eslogan comercial o un cocktail de demagogia barata preparado en la barra de un bar. Ahora es el momento de denunciar la manipulación del concepto de refugiado que se está haciendo con el tema sirio: no son refugiados porque, si lo fueran, tendrían sistemáticamente una protección y unos derechos infinitamente mayores, como mínimo los que les confiere la Convención de Ginebra. Antes al contrario, los han tratado como a ratas desde su llegada a Europa, han hecho pasar el invierno a la intemperie a un número de personas que hace 30 años habría sido reubicado en una docena de países en no más de un mes y, para poner la guinda, la Unión Europea – conculcando toda noción conocida de humanidad – los ha malvendido a Turquía, uno de los países que promovieron los éxodos en 2015.
Por ultimo, la limitación poblacional a los sirios reduce a la mínima expresión un problema de movilidad humana forzada de nivel regional – continental, que es mucho más complejo que “un país en guerra”. Las barcas que cruzan el Mediterráneo son el pandemónium de un Oriente Medio en conflicto durante décadas y de un África subsahariana esquilmada, humillada y abandonada desde la conferencia de Berlín; de ahí que estas rutas hacia Europa estén siendo aprovechadas por personas de muy diversas nacionalidades que, sin embargo, están invisibilizadas, pues a su llegada deciden “desaparecer del mapa” y seguir haciendo camino por su cuenta.
Personas Sean lo que sean, refugiadas, migrantes a la fuerza, solicitantes de asilo… son personas. Con circunstancias propias, distintas unas de otras, por las que dejaron sus hogares, pero con un punto en común: la indignidad y la falta de protección que sufren por la inhumanidad con la que se está gestionando su proceso migratorio.
Hace 25 años, Javier Galparsoro voló a Macedonia para traerse a Euskadi en 48 horas a 133 bosnios en un par de autobuses. Hoy, España suma 38 personas acogidas en 9 meses y a este ritmo tardaríamos 130 años en acoger a las 17.000 comprometidas en septiembre. Se nos tendría que caer la cara de vergüenza.
La Convención del Refugiado de 1951 ha muerto. Empecemos a pensar; todavía somos seres humanos.
(Puede haber caducado)