FESTIVAL SÓNAR

El Niño de Elche clama por los refugiados en el Sónar

El músico alicantino deslumbra junto a Mikael Seifu y Kode 9 en una estupenda jornada diurna

El País, Luis Hidalgo , 17-06-2016

Su actuación, junto a las de Mikael Seifu y Kode 9, han deslumbrado en la segunda jornada diurna. Es bien sabido que el Sónar no es solo un festival hedonista, pero esta realidad se ha manifestado en la segunda jornada del festival, hasta el dolor. Porque dolor produjo el espectáculo de El Niño de Elche con Los Voluble en el Sonar Complex. Allí desplegaron una actuación dura e ideológicamente explícita que abordó tanto el tema de los refugiados y su huida hacia nuestros infiernos como el del sexo y la identidad. Además de su fenomenal actuación, los directos de Mikael Seifu y Kode 9 redondearon una estupenda jornada diurna. Y decir estupenda puede parecer banal considerando que El Niño de Elche alambró con concertinas las retinas de los espectadores que llenaron su escenario. Repitiendo frases con una intensidad pareja al sonido repetitivo y agresivo que sus músicos extraían de sus ordenadores, las imágenes de los emigrantes naufragando, cruzando fronteras o muriendo en la playa ante la mirada hueca de los bañistas, se clavaban en el alma. Y muy especialmente la mirada perdida de víctima de un detenido esposado, acabado su sueño de una vida mejor. Sí, eran las imágenes poco estilizadas de los telenoticias, pero la ferocidad del sonido electrónico y de la voz del Niño gritando “el miedo protegido como zona protegida por el miedo” aumentaban la intensidad de algo que a fuerza de ser visto en las sobremesas parece condenado a perder sentido.

La tarde había comenzado con un directo impactante a cargo del etíope Mikael Seifu. En Occidente se suele exigir que la música de un africano suena a África, olvidando que el mundo global hace llegar todo tipo de sonidos a cualquier rincón del mundo. Resumiendo, que el Primer Mundo vende Coca Cola pero no quiere oír los eructos que su consumo produce, prefiere el sonido del tam – tam. Al grano, Seifu no sonó africano, a menos que se pudiese conjeturar que Adis Abeba suene así en hora punta. Sus piezas, alguna de ellas pautada por una especie de claqueta metálica, eran una suma de sonidos disruptivos francamente perturbadores, una suerte de caos que además no mantenía un pulso constante, impidiendo el baile.

Más apegados a la tradición, negros sonando africanos resultaron Aka Tak, una banda que ha visto reeditado su casete de 1994. Y era la música que el público esperaba, funk africano idóneo para bailar sin excesivo calor, recibiendo el tímido impacto de alguna gota de agua descolgada de no se sabe dónde. Ya no llovía, pero parecía que algo de agua había estado planeando para caer en la cara justamente cuando el grupo abordaba la excitante y carnal Obaa Sima, título del disco y una de sus mejores piezas.

Pero como en el Sónar nunca pasan dos cosas iguales seguidas, de nuevo tocaba sumergirse en las penumbras del Hall —donde había actuado Mikael Seifu— para contemplar el espectáculo de Kode 9 junto al artista visual Lawrence Lek. El sonido era si cabe más incómodo que el de Seifu, ya que no había pauta alguna y podía combinar bajos retumbantes con melodías sencillas que parecían escapadas de un Casiotone. Una mezcla disímil y por ello perturbadora. Para rematar la sensación, las proyecciones mostraban un punto de vista en primera persona, propio de vídeo juegos de guerra, en los que el espectador era un ortocopter deambulando por espacios interiores en los que el vacío era el rey. Y para colmo de desasosiego, las imágenes no tenían la perfección de un Rainbow Six Siege, sino que buscaban una deseada imperfección de viejo videojuego. Pasado, futuro, tópicos que caen y fronteras que permanecen.

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