Erdogan contra el mundo
La estrategia ambigua, autoritaria y expansiva del presidente turco concita numerosos enemigos, pero también fieles aliados
Diario Sur, , 12-06-2016Erdogan está triste. ¿Qué tendrá Recep Tayyip Erdogan? Quizás que el presidente turco no tiene quien le escriba canciones de amor, sino tan sólo poemas virales que satirizan presuntas licitaciones amañadas y sobornos, millones de euros de origen espurio que, según los versos, su hijo Bilal, investigado en Italia por lavado de dinero, ha conducido a buen puerto fiscal. El dirigente brama contra la maledicencia y las injurias, y no le tiembla la mano tras firmar 1.845 denuncias contra quienes difunden esas prácticas ilícitas, a juicio de los detractores. Pero la realidad resulta mucho más compleja. La gestión y estrategia del líder del AKP, el partido gubernamental, concita acérrimos adversarios e inquebrantables partidarios, tanto dentro como fuera de las fronteras del país otomano, y revela las ambiciones y contradicciones de Turquía, una potencia emergente.
La corrupción fue uno de los argumentos esgrimidos por su formación para llegar al poder hace catorce años. Pero el AKP, el partido blanco e impoluto en el idioma local, ha ido dejando una estela mugrienta, asociada a la sospecha de negocios clandestinos, como la compra de hidrocarburos iraníes en los tiempos del embargo y que, según las informaciones publicadas, fueron pagados subrepticia – mente a través de una red compleja de intermediarios. Hasta cuatro exministros resultaron implicados en este tráfico cuya investigación fue desbaratada a finales de 2014 tachándola de ser una mera coartada para cierta conspiración golpista.
El gran respaldo electoral, la mano de hierro y, ahora, la deriva autoritaria, han constituido una herramienta eficaz del dirigente para aplacar los espíritus contrarios, que fueron muchos desde su acceso al Gobierno. Al principio hubo que doblegar al Ejército y, después, vencer las reticencias de la minoría laica. Este sector siempre ha desconfiado de un partido que decía inspirarse en valores religiosos, pero no se declaraba confesional, y reclamaba principios similares a los de la democracia cristiana europea. A Erdogan se le ha acusado, sin embargo, de ser un lobo islamista con piel de cordero democrático e, incluso, poseer una agenda oculta para cambiar el ‘statu quo’ del país. Sus medidas orientadas a la segregación de sexos, la fallida persecución legal del adulterio y declaraciones propias de un caudillo tribal como las que relacionan la feminidad con la maternidad parecen revelar esa ferocidad encubierta y encrespar a los críticos. La quiebra de cualquier crítica ha sido contundente. Dos caricaturistas fueron procesados por plantear una irónica orientación gay del presidente y la siempre independiente Angela Merkel dobló la cerviz ante la demanda de Ankara para enjuiciar al humorista alemán Jan Böhmermann, que había recitado una poesía ofensiva contra el ‘premier’ en la televisión germana.
Preso político
La vida política del presidente siempre ha aparecido ligada a la lírica con pésima fortuna. En 1998, antes de convertirse en un dirigente europeísta sin mácula radical, recitó en un mitin un poema que asegura que las mezquitas son nuestros cuarteles, las cúpulas, nuestros cascos, los minaretes, nuestras bayonetas y los creyentes, nuestros soldados, toda una bélica declaración de intenciones debida a Ziya Gukalp, uno de los ideólogos del nacionalismo turco. La iniciativa literaria le ocasionó una condena de cinco meses de cárcel.
Pero, posiblemente, Erdogan no mienta y la fe sea, fundamentalmente, una herramienta propicia para sustentar su condición de nuevo actor prominente en el escenario internacional. El afán por convertirse en el adalid de la causa musulmana se ha manifestado claramente en su apoyo a la construcción de mezquitas en diversas áreas del Viejo Continente. En el plano político, esta línea de acción le ha permitido establecer vínculos con gobiernos islamistas como el derrocado régimen libio de Trípoli en connivencia con Qatar, su nuevo mejor amigo en Oriente Medio.
La expansión del Estado Islámico, sin embargo, ha conducido a Erdogan a un peligroso limbo político y a la consecución de nuevos antagonistas al nutrido elenco de rivales. Por su posición geoestratégica y como aliado de la OTAN, Turquía estaba llamada a convertirse en la plataforma de la coalición aliada contra el extremismo. La realidad, en cambio, la ha convertido en un agente múltiple. Su posición contra el régimen de Bashar el – Asad y proclive a la resistencia popular ha resultado desbordada por los acontecimientos y la aparición de un complicado mosaico de intereses.
El derribo de un avión militar ruso que había participado en los bombardeos contra posiciones radicales en noviembre del pasado año provocó un grave enfrentamiento con Moscú, su rival ancestral. El boicot implantado por el Kremlin afectó a la economía nacional, ya dañada por la crisis general y la regional generada por el caos sirio e iraquí. Pero todo resulta manifiestamente empeorable y el protagonismo de las milicias kurdas en la lucha contra los yihadistas ha colocado en una situación complicada a Erdogan, su acérrimo enemigo, y es que resulta complicado explicar a Washington por qué se ataca a sus aliados naturales en una zona tan hostil a los planteamientos de la Casa Blanca.
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