Europa no puede permitir la muerte de miles de refugiados
El Mundo, , 04-06-2016EL MEDITERRÁNEO ha vuelto a cobrar un triste
y fúnebre protagonismo en los últimos días.
La llegada del buen tiempo y los acuerdos de la
UE con Turquía, que tuvieron como consecuencia
el cierre de varios itinerarios por tierra utilizados
por las mafias que comercian con los refugiados,
han provocado que se vuelvan a activar
rutas marítimas abandonadas.
El naufragio de una embarcación que, procedente
de Egipto, pretendía alcanzar las costas
griegas con más de 700 personas a bordo ha sido
la señal de alarma. Los servicios de rescate
de ACNUR o de organizaciones como Médicos
sin Fronteras ya han alertado de que en los últimos
siete días han muerto ahogadas en las
aguas del Mediterráneo más de 1.000 personas.
Y todos los días cientos de inmigrantes y refugiados
se juegan la vida por llegar a Europa huyendo
de las guerras que asolan sus países. Muchos
de ellos encuentran la muerte en el mar y
sus cuerpos aparecen días después en la costa
africana, como las 117 personas que han aparecido
en las playas de Libia.
La comunidad internacional sigue sin encontrar
una solución aceptable para la mayor crisis
migratoria desde la Segunda Guerra Mundial.
Los acuerdos firmados el pasado mes de marzo
con Turquía han resultado hasta ahora ineficaces.
Según ha denunciado Amnistía Internacional,
Ankara y la Unión Europea no están preparadas
para resolver todas las peticiones de asilo
que reciben cada día y solucionar los problema
logísticos y de manutención que generan los
más de tres millones de refugiados e inmigrantes
asentados en el país. Muchos de ellos tienen
que esperar años hasta que se decide su destino
final o la repatriación a sus lugares de origen.
Mientras, la inmensa mayoría vive en campos
o en casas mal acondicionadas y apenas tienen
recursos para sobrevivir.
La Unión Europea ha pretendido «externalizar
» el problema aprobando ayudas a Turquía
para que sea ella la que frene la entrada de refugiados,
mientras que los estados miembros de
la Unión, como es el caso de España, que se
comprometieron a reasentar un cupo de ellos,
apenas lo han hecho con poco más de 8.000
personas. Si bien se ha logrado que las mafias
dejen de utilizar las rutas terrestres para alcanzar
Europa, el cierre de las fronteras turcas ha
provocado que, desesperados, los inmigrantes
y refugiados se lancen al mar, con las consecuencias
previsibles.
De esta forma, la única iniciativa comunitaria
adoptada por consenso no está dando los resultados
previstos, por lo que cada país sigue
tomando las decisiones que más le convienen,
desplegando el Ejército en las líneas fronterizas
o directamente levantando vallas y muros para
disuadir a los que pretenden entrar. Pero ésta
no puede ser por más tiempo la respuesta de
una Europa que ha hecho del derecho internacional
su bandera y de los valores de solidaridad
y tolerancia sus señas de identidad. Porque
mientras se mantiene en esta actitud pasiva, cada
día mueren decenas de personas en nuestras
aguas. Y es esta ineficacia a la hora de solucionar
un problema de
esta envergadura lo
que está generando el
resurgir de actitudes
racistas y xenófobas
que como única solución
proponen la expulsión
de los refugiados
e inmigrantes.
Si bien el proyecto
europeo se construyó
sobre la eliminación
de las fronteras interiores,
se olvidó de definir
con claridad las
exteriores, delegando
en cada país la gestión
de las mismas. Pero lo
que está ocurriendo en
Grecia o en Italia nos
atañe a todos los ciudadanos
europeos.
Finalmente, tanto la
UE como el resto de
aliados de la OTAN
deben ser conscientes
de que mientras no se
derrote al IS sobre el terreno y se ponga fin a
los conflictos de Siria e Irak no se detendrá el
flujo migratorio. Miles de familias seguirán huyendo
de la guerra y la intolerancia religiosa y
Europa no podrá darles la espalda.
Europa no puede
permitir la
muerte de miles
de refugiados
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