uNA FAMILIA DE REFUGIADOS REHACE SU VIDA EN PAMPLONA
Recuerdos de Alepo a salvo en Pamplona
La crudeza de la guerra queda reflejada en cada una de las historias de los refugiados que llegaron el martes
Diario de Noticias, , 03-06-2016“Todos han sido muy acogedores y nos han hecho sentir de nuevo que somos personas”
“Diez días después de irnos de Alepo bombardearon la casa en la que vivíamos”
“Con miedo al agua crucé el mar con mi bebé en una barca hinchable como las de juguete”
La expresión pícara de Muhammed Saad Abou Alghazi, que no deja de sonreír y jugar tras su llegada a Pamplona, no deja entrever las penurias que ha compartido con su familia. Cuando tan solo tenía unos meses emprendió una huida en brazos de su madre escapando de su país, una carrera contra el horror de una guerra de la que aún no podía ser consciente y que ha terminado por fin en la ciudad navarra, donde podrán asentar en paz los cimientos de una nueva vida. Todo esto gracias al trabajo de Cruz Roja Navarra.
Hiba Muhammed Turkmani es solo una pincelada dentro les mural de historias que se han jugado su punto y final en el Mediterráneo . La guerra segó la vida de su marido, dejándole sola en un mundo bañado por el polvo de las bombas y al cuidado de Muhammed y otras dos niñas de seis y cuatro años, Ruba y Rahf. En su horizonte se silueteaba el deseo de marcharse de Alepo hacia un lugar más seguro atravesando los bosques, pero no todo el mundo se lo podía permitir. “Al principio no podíamos irnos porque el precio que imponían las mafias era muy caro, pero cuando empezó a llegar mucha gente a Europa o bajaron y nos pudimos marchar”, recuerda.
En su lista de prioridades estaba en primer lugar buscar un lugar seguro para ella y sus hijos, el dónde no importaba. Se establecieron durante aproximadamente un año en Turquía, lugar en el que comenzó a trabajar en una fábrica de confección. “La vida allí era demasiado cara, así que no pudimos quedarnos más tiempo y nos fuimos a la casa de una tía que tengo en El Cairo”, asegura.
En Egipto permanecieron en relativa tranquilidad durante un año y medio, pero también fue aquí donde esta familia sufrió uno de los sucesos más funestos de su vida, el intento de violación de una de las pequeñas. Hiba confiesa que su situación allí no era demasiado buena, pero este hecho fue la gota que colmó el vaso y les empujó a volver a Turquía para emprender su viaje a la tan ansiada Europa. “Primero pensamos en atravesar el mar desde Egipto, pero nos enteramos de que el porcentaje de muertos era muy alto”, apunta, por lo que finalmente se decidieron por recurrir nuevamente a las mafias. Esta vez contactaron con ellos en Izmir, el puerto nada clandestino de salida de refugiados hacia Grecia.
a ciegas por el mar Sola, con tres hijos y encerrada en un mundo de hombres no cabe esperar ningún tipo de compasión. “Yo no me podía defender y se aprovecharon cobrándome mucho más que a otros”, rememora. Finalmente fueron 1.500 euros de desembolso que consiguió gracias a sus familiares y con los que ella y sus tres hijos se lanzaron a un viaje que poco tuvo de vacacional. “La policía nos interceptó cuatro veces o mas, así que nos llevaban a Turquía y lo teníamos que volver a intentar”, afirma recordado cómo en uno de los trayectos uno de los mafiosos, que dirigía el barco, se lanzó al agua cuando vio al patrullero y les dejó solos en el mar.
La teoría dictaba que en el interior del bote viajaban las mujeres y los niños mientras que los hombres se colocaban en la parte exterior, la más peligrosa. La práctica, para su desgracia, era la ley del más fuerte, por lo que siempre se quedaban con los puestos más comprometidos.
Después de varios intentos el mar les perdonó la vida y se toparon en la isla de Quios con los voluntarios y los campamentos de refugiados. “Me dijeron que habían cerrado las fronteras, pero yo no me lo creí y solo estuve cuatro días, después me fui a Atenas”, declara apuntando a que las condiciones de higiene eran muy malas y no había suficientes recursos para todas las personas que allí se encontraban.
A partir de aquí comenzó un camino de dignidad para la familia, que en la capital helena se apuntó al programa de refugiados y, tras hacerles una entrevista, fueron alojados en un hotel a la espera de que fuesen destinados a su futuro hogar, en su caso Navarra.
Pese al largo viaje, los cuatro parecen cargados de energía. A Hiba no le faltan las ganas de hablar y, lejos de hundirse, intenta buscar briznas de humor en sus peripecias. Muhammed no puede estar quieto y choca con la timidez de sus hermanas mayores, Rahf y Ruba, que no dejan de mirar al futuro y comentan que de mayores quieren ser policía y azafata de vuelo, respectivamente.
“Todo el mundo aquí ha sido muy acogedor y nos han hecho sentir de nuevo que somos personas”, reconoce la madre, que asegura que sus hijos se pusieron a dar saltos de alegría cuando se enteraron de que viajarían a nuestro país.
La misma conclusión positiva se saca de la llegada a la Comunidad foral de la otra familia de refugiados sirios que desde el martes se encuentra en Pamplona. Hassan El Fares y Malek El Nasser, una joven pareja de 27 y 20 años respectivamente, tienen claro que su objetivo primordial es rehacer su vida aquí e integrarse para sentir este país como su propia patria. “Allí no tenemos nada, así que lo que queremos es empezar aquí de nuevo, aprender el idioma y encontrar un trabajo”, afirma rotundo el marido asumiendo que es un buen país y con el deseo de dar una buena imagen del pueblo sirio.
Un petate bajo el brazo Solo quince días tenía la hija de este joven matrimonio cuando se decidieron a abandonar su vida y su familia en Alepo para buscar un futuro, preferiblemente mejor. “Cuando nos dormíamos lo hacíamos sin saber si al día siguiente seguiríamos teniendo nuestra casa o no”, reconoce. Un miedo lógico, ya que solo 10 días después de abandonarla la bombardearon. Un mal menor si se compara con que han salvado sus vidas y la de su hija Lana, que con suma inocencia ha visto pasar ante sus ojos azules la crudeza de la guerra.
En un primer momento se resistieron a abandonar su país y decidieron alejarse de los disparos en la casa de unos parientes que vivían en el campo. Pese a que en las zonas rurales la guadaña de la guerra es más corta se decidieron finalmente por emprender su camino a Europa y dirigieron sus pasos hacia Grecia. Una ruta cortada por ese mar asesino que tantas vidas se ha tragado ya.
Izmir y su trapicheo de mentiras se cruzaron también en la vida de esta familia, que como Hiba y sus tres hijos acudieron en busca de una oportunidad frente al Mediterráneo. Eso sí, previo pago por un cacho de plástico a precio de asientos de primera clase. “Nunca había visto el mar y tenía miedo al agua, pero no tuve más remedio y crucé con mi bebé y mi marido en una barca hinchable como las que usan los niños para jugar”, afirma la mujer. Fueron tres horas en mitad de la noche hasta llegar a Mytilene, la capital de Lesbos, en lo que ambos describieron como el peor momento de sus vidas.
Ellos tuvieron más suerte y se encontraron con la bienvenida de los voluntarios en el primer intento. “Nos trataron muy bien – asegura Hassan – , nada más llegar nos dieron una manta térmica para el bebé y zumo y galletas para nosotros”.
Cuatro meses en total pasó este joven matrimonio cruzando fronteras hasta finalmente llegar a Pamplona tras apuntarse en Atenas al programa de refugiados y superar un reconocimiento mientras se alojaron en un hotel provisionalmente. Creen que tuvieron suerte en llegar al país heleno justo en el momento en el que se cerraron las fronteras, ya que eso les permitió apuntarse en este programa de acogida en los días en los que este comenzó a gestionarse.
Se abre ahora un nuevo capítulo para todos ellos. Lana ni siquiera recordará el frío de su paso a Grecia, pero ahora comparte con los otros 13 refugiados que llegaron el martes un destino común en un territorio que llevaba ya tiempo llamándoles y preparándose para poder recibirles con su mejor cara.
(Puede haber caducado)