IDOMENI: OTRA VEZ EUROPA
Idomeni, pequeña localidad del norte de Grecia en la frontera con Macedonia, ha revivido algunas de las imágenes más genuinas de la trágica historia de Europa, cuyas arrugas morales son crónica de tantas guerras, persecuciones y abusos. Hoy en día, el núcleo duro político y económico del continente, la Unión Europea, que pretende ser un referente ético mundial, ha preferido abandonar a su suerte a las miles de personas refugiadas en Idomeni, haciendo escarnio de los derechos humanos, para acallar los gritos del populismo xenófobo que incuba en su seno.
Público, , 28-05-2016En cuanto a las condiciones en que desarrollaban su labor, apunta Anna que “no sé exactamente qué son condiciones de trabajo aceptables en esa situación… Si con la pregunta te refieres a un buen ambiente de trabajo, buenos compañeros y ganas de ayudar, pues las mejores condiciones del mundo. Si te refieres a instalaciones y material, pues unas condiciones pésimas. Trabajábamos en una tienda de campaña y atendíamos a las personas en colchonetas en el suelo. También había una caseta para cada ONG de personal sanitario (Médicos Sin Fronteras, Cruz Roja, Medicus Mundi…). Nosotras trabajábamos en la tienda de Bomberos en Acción. Pero la demanda era muy grande, había muy poco personal y no podían cubrirse todas las necesidades de los refugiados, ni mucho menos”. Sin embargo, nuestra interlocutora dice desconocer si se han registrado muertes directamente atribuibles a las malas condiciones materiales del campo o a la forzada penuria de la asistencia sanitaria.
Era muy difícil saber cuántas personas había concentradas en Idomeni… Cuántas familias, cuántos niños solos… “Cada día cambiaba. Muchos refugiados se iban en los autobuses hacia campos de refugiados militarizados en otras partes de Grecia y cada día llegaban numerosas familias al campo… Así que decir un número es complicado, pero la gran mayoría eran niños”, lo cual no resulta extraño, dado que los países de donde proceden tienen un elevado porcentaje demográfico de menores de edad. Miles y miles de personas que se cobijaban en instalaciones provisionales e incómodas, “unas carpas grandes con muchísimas literas, pero no todos los refugiados podían acceder a ellas. Y baños públicos, con duchas sin agua caliente, pero todo se encontraba en malas condiciones”. Otros ocupaban tiendas de campaña “y en las más grandes había hasta 20 personas durmiendo juntas. En suma, no había condición alguna de habitabilidad”. En cuanto a los alimentos, su provisión “corría a cargo de los voluntarios. Ellos traían los alimentos en furgonetas y entre los refugiados y los voluntarios cocinaban y se repartía la comida”.
Por si alguien suponía que los próceres de la Unión Europea velaban de algún modo oculto o poco ostentoso por los refugiados, cuando preguntamos cuál es la intervención de la UE sobre el terreno, la respuesta de Anna es categórica:“Nula. Nosotras no vimos ninguna intervención organizada y oficial durante nuestra estancia”. Con lo cual parece evidente que la Unión ha caído en la depravación moral, aparte de dejar en la estacada a uno de sus miembros, Grecia, en un magnífico ejemplo de lealtad comunitaria.
El contrapunto a la desidia y la insania de Europa vino dado por el comportamiento de los refugiados, “que se distribuían dentro del campo según familias y nacionalidades, sin que viéramos ningún conflicto grave entre ellos”. También eran pacíficas las relaciones entre los refugiados y sus custodios de la policía griega, “simplemente era una relación de ignorancia mutua”, y así se mantuvo hasta los días previos al inicio de la evacuación del campo (24 de mayo de 2016), precedida por la salida obligada de prensa y voluntarios (“la policía destruyó la tienda donde ofrecíamos ayuda médica”). Llegados a este asunto, preguntamos si las mafias del tráfico de personas actuaban dentro del campo, y si se dieron allí agresiones físicas y sexuales. ¿Corrían peligro en su interior las personas más vulnerables? Pero Anna dice carecer de información al respecto. Lo que está claro es que los refugiados aguantaban por pura desesperación: “Ellos no quieren volver a sus países, porque no pueden. Lo han perdido todo. Su única opción para poder rehacer sus vidas es Europa”. Y ya que los gerifaltes europeos les cierran las puertas, por lo menos recibieron la compasión de los vecinos de la zona: “Tuvimos contacto con la población local. Respondieron bien, la verdad. Nos felicitaban por nuestra labor en el campo. Por otra parte, los pueblecitos de los alrededores se beneficiaban de todo el consumo que hacíamos los voluntarios”.
¿Quieres añadir algo más a estas preguntas? “Me gustaría insistir en que es vergonzoso cómo se ha gestionado este tema. Que por encima de todo deben respetarse los derechos humanos y en ningún momento vimos que esa fuera la prioridad. El campo se mantenía a través de los voluntarios que buenamente nos organizábamos como podíamos, pero ni mucho menos llegábamos a ofrecer lo que se merecen esas personas”.
Yo te saludo, Europa, gran patria de hipócritas.
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