Europa va a quitarse de encima esta semana ese ‘Dachau moderno’ que el ministro del Interior griego, Panagiotis Kouroumplis, creía ver en el campamento de refugiados de Idomeni, en la frontera entre Grecia y Macedonia, por su supuesto parecido a aquel célebre campo de concentración nazi. El Gobierno de Alexis Tsipras comenzó ayer a evacuar a las alrededor de 8.200 personas, en su mayoría sirias, iraquíes, afganas e iraníes, que habían quedado atrapadas en Idomeni desde que en febrero quedó clausurada la ruta balcánica que cientos de miles de refugiados utilizaron en los meses anteriores para alcanzar los países ricos de Europa.

Las autoridades helenas esperan completar el desalojo antes del próximo domingo y aseguran que se está desarrollando sin violencia, pues han ordenado a los 1.400 agentes de Policía desplegados que no utilicen la mano dura para evitar altercados con los asilados que se niegan a abandonar la frontera con Macedonia. Estos piensan que en los centros de acogida donde están siendo trasladados en autobuses, situados en su mayoría alrededor de Salónica, en la zona norte del país, lo tendrán mucho más difícil para intentar continuar su viaje. El Gobierno tampoco ha dispuesto los medios suficientes para tranquilizar a estas personas, pues sólo hay una línea a través de Skype para conocer los detalles del plan de redistribución de los alrededor de 50.000 refugiados bloqueados en territorio heleno.

Las promesas del Ejecutivo de que el desalojo de Idomeni transcurría de forma pacífica no pudieron ser verificadas de forma completa por observadores independientes, ya que se prohibió a los periodistas y a los activistas que accedieran al campo durante el desalojo. Sólo se permitió el paso a medios estatales.