Austria decide si pone un ultra en la presidencia

La Vanguardia, Ricardo Estarriol, 22-05-2016

Los austríacos podrán elegir hoy, en segunda vuelta electoral, a su nuevo presidente, en unos comicios que se han convertido en un pozo de sorpresas. Los dos candidatos en liza proceden de la oposición. El evidente descontento popular general por la gestión de la gran coalición de los partidos tradicionales (socialdemócratas y populares) hizo que hace cuatro semanas los electores ignoraran mayoritariamente a los candidatos oficiales de los dos partidos gobernantes.

Ahora son el veterano político de la izquierda verde, Alexander Van der Bellen (72 años), y el joven diputado del ultranacionalista Partido de la Libertad de Austria (FPÖ, por sus siglas en alemán), Norbert Hofer (de 45 años), quienes se disputan la presidencia de la República. Van der Bellen consiguió en la primera vuelta un 21% de los votos y Hofer un 35%.

La incertidumbre sobre los resultados es grande: los profesionales de la demoscopia no sueltan prenda, porque no disponen de bases de cálculo que les permitan adivinar qué votarán ahora los 1.865.981 austríacos que en la primera vuelta dieron su voto a los otros candidatos ni tampoco cuántos de los dos millones que no votaron en abril lo harán ahora. El estamento político apuesta por Van der Bellen.

Las elecciones presidenciales han venido siendo en Austria tradicionalmente pacíficas (a excepción de las de Kurt Waldheim en 1986) porque los poderes del presidente federal son muy limitados: sólo puede tomar decisiones políticas serias a propuesta del canciller. El presidente puede nombrar y cesar un nuevo canciller y un Gobierno, pero de hecho tiene que contar con el apoyo del Parlamento (puede obligarle a dimitir retirando la confianza). En condiciones normales el presidente no puede disolver el Parlamento.

Esta vez, y a pesar de la limitada relevancia constitucional del papel del presidente, el enfrentamiento político ha sido espectacular. En un debate público y sin moderador transmitido por una emisora privada, la controversia desembocó en altercado con insultos mutuos de muy bajo nivel.

En la primera vuelta, la base –sobre todo los jóvenes– hizo llegar un claro mensaje de rechazo al poder establecido: contra la corrupción, la creciente presión fiscal, la política de inmigración y el aumento del paro. Tal fue la presión de esta base, que el canciller y jefe del Partido Socialdemócrata (SPÖ), Werner Faymann, se vio obligado a dimitir de un día para otro. Su sucesor, Christian Kern, ha tenido que cesar por su parte a cuatro de los siete miembros socialistas del Gabinete.

La orientación ultraderechista del partido de Hofer ha alimentado críticas, temores y acusaciones, muy lógicos si se tiene en cuenta que se trata del mismo partido que dirigía en el 2000 el populista Jörg Haider.

El actual líder del FPÖ, Christian Strache, es también un populista con ramalazos de xenofobia. Hofer en cambio no ha hecho ninguna declaración de marcado carácter extremista, sino que ha mantenido una posición moderada y poco conflictiva.

No obstante, la opción de que pueda lograr la presidencia ha unido a otras fuerzas en una dura campaña contra él.

Y la industria, por su parte, también teme que la elección de un ultra pueda provocar un aislamiento del país, como ya sucedió cuando el FPÖ entró en el Gobierno.

Una causa de la irritación pública es el sentimiento de inseguridad que cualquiera puede detectar entre la población, tanto en las grandes ciudades como en el campo, debido a la masiva llegada de inmigrantes. Durante el 2015, mientras más de un millón de refugiados e inmigrantes llegaban a Alemania atravesando suelo austríaco, 95.000 más se quedaron y pidieron asilo en Austria.

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