Los movimientos de ultraderecha que corrompen Europa

Euroescepticimo, rechazo a la inmigración y autoabastecimiento. El auge de los partidos de extrema derecha en el viejo continente se ha convertido en una realidad que ABC analiza con la ayuda de Ignacio Molina, experto en política europea del Instituto Elcano

ABC, , 15-05-2016

Es el país en el que surge el primer movimiento de extrema derecha de las últimas décadas. Lo hace de la mano del Frente Nacional, el partido fundado por Jean Marie – Le Pen y ahora liderado por su hija Marine. Una organización que experimentó un fuerte impulso en la primera vuelta de las últimas elecciones regionales francesas, en 2015. Este éxito alertó a sus contrincantes y tiene su origen en el clima de tensión que se respiraba en el país. A los suburbios repletos de inmigrantes que se sentían al margen de la sociedad francesa, se añadían el atentado contra la publicación satírica «Charlie Hebdo» y los ataques del 13N.

La derecha de Le Pen se vio favorecida por el descontento y la crispación de parte de la ciudadanía, que, ante una economía cada vez más débil, se dejó convencer por un ideario basado en la autarquía y en establecer fuertes barreras migratorias.

Por un lado, el partido apuesta el proteccionismo económico. Persigue la reindustrialización de Francia y el reforzamiento de sus servicios públicos. Anhela un estado fuerte que se valga por sí mismo, que no se vea obligado a consumir productos del exterior teniéndolos dentro de sus propias fronteras y que reduzca su deuda externa dando más protagonismo al Banco Central Francés. La soberanía nacional es crucial para ellos, de modo que no ven a la Unión Europea (UE) y al euro con buenos ojos.

Además, el partido apuesta por un sistema educativo férreo y por recortar los subsidios para los más desfavorecidos.

Aunque sin duda, la parte más controvertida es su política migratoria. El Frente Nacional quiere reducir el número de inmigrantes legales de 200.000 a 10.000 y favorecer a quienes tengan nacionalidad francesa a la hora de acceder a un empleo. Por supuesto, el partido no está favor de la acogida de refugiados y su líder pide que termine, ya que «la seguridad de los franceses hace imperiosa esta precaución».

Todo ello ha hecho que muchos miren con recelo al partido de Le Pen y que califiquen sus políticas de paternalistas y xenófobas.

Como cuenta Ignacio Molina, experto en política europea del Instituto Elcano, al igual que Francia, Austria cuenta con una larga tradición en el ámbito de la ultraderecha europea. Aunque advierte que hay que tener cuidado a la hora de interpretar el término de «extrema derecha»: «No son partidos fascistas pero sí tienen parte de esa narrativa; se acompañan de elementos populistas. Quieren resultar atractivos, por lo que no se pueden mostrar demasiado radicales. Su discurso es siempre el mismo: que nos protejamos de la inmigración, de la competencia de los países emergentes, de la Unión Europea… Llaman a un elector que teme la pérdida de identidad de su país y que además quiere algo diferente».

El Partido Liberal de Austria (FPÖ), presidido por Heinz Christian Strache, no es una excepción y posee las características que expone el politólogo. Como el partido de Le Pen, trata de alejarse de sus miembros más polémicos y filonazis, del radicalismo extremo. Ultranacionalista y anti – inmigración confeso, es la tercera fuerza del país desde 2013. Ahora, en plenas elecciones presidenciales, ha puesto contra las cuerdas al Partido Socialdemócrata – en el poder – y ha hecho que su líder, Werner Faymann, dimita tras unos resultados históricamente malos.

Norber Hofer, candidato del FPÖ, es quien cuenta con más apoyos según las encuestas. Las líneas maestras de su programa se basan en el rechazo a la inmigración – con especial atención en la gestión de la crisis de los refugiados – , la «defensa del ciudadano de a pie» y el escepticismo sobre la Unión Europea. Además, el partido ensalza el patriotismo austriaco y se vanagloria de su pasado nacional germánico.

Aunque Francia y Austria tengan una tradición de ultraderecha más fuerte, a partir del 2000 y con la llegada de la crisis estos partidos afloraron en Holanda, los países escandinavos, Europa del Este e incluso Reino Unido. Sin embargo, hay un país que ha seguido una trayectoria diferente, más pausada, con respecto a sus vecinos. Se trata de Alemania, que huyendo de su pasado, manifiesta cierto rechazo hacia los movimiento de ultraderecha y los ve como un tema tabú.

Aun así, se producen movimientos como el Pegida (Patriotas Europeos contra la islamización de Occidente), cuyas protestas se han extendido por otras ciudades, no solo alemanas, sino también del resto de Europa. A esto se suma que polémicos partidos como Alternativa por Alemania (AfD), la formación xenófoba que critica a Merkel por abrirles las puertas a los refugiados, han visto cómo ha aumentado su número de votantes. Su islamofobia y su batalla contra velos y mezquitas lo están haciendo cada vez más popular entre la ciudadanía germana. Además, su euroescepticismo es manifiesto. «Si hablamos de crecimiento económico yo veo que crecen más los países fuera de la Eurozona. Los grandes partidos políticos nos mienten cuando dicen que la única forma de crecer es estando todos unidos, pero la gente ha dejado de escucharles», declaró Beatrix von Storch, la número dos de la formación, en su entrevista para ABC.

De todos modos, según Molina, el volumen de votantes que tienen los partidos de extrema derecha en Alemania (entre el 10% y el 15% ) no es comparable, de momento, al de Francia o Austria, que oscila entre el 35% y el 40%.

Si el ya de por sí conservador gobierno de Viktor Orban, líder de Fidesz, y su negativa a acoger refugiados han hecho saltar las alarmas en la Unión Europea, partidos como Jobbik (Movimiento por una Hungría Mejor) dan el perfil para ser considerados de extrema derecha.

Se autodefine como radical, conservador, cristiano y patriota y desde su nacimiento, en 2003, ha cargado con el sambenito de ser un movimiento neonazi, racista y homófobo que rechaza todo lo que no sea húngaro. En las elecciones europeas de 2009 experimentó un éxito sin precedentes, colocándose como la tercera fuerza más votada del país. Con Gábor Vona como cabeza visible, convencen a buena parte del electorado húngaro con su rechazo a la globalización y las inversiones de extranjeros – judíos e isralíes – en su nación, su política anti – inmigración y su apoyo a los compatriotas que viven fuera del país.

El partido apuesta por el consumo de los productos propios y por fortalecer sectores tan básicos como la agricultura o la industria, para lo que sería necesaria una bajada de impuestos que ellos consideran «abusivos». Preocupado por el medioamiente, también defiende el rol principal que debe jugar el Banco de Hungría y rechaza a la gran banca internacional. Su marcado carácter xenófobo hace que dedique todo un apartado de su programa a los gitanos y magiares, que constituyen gran parte de la población húngara y cuya presencia califica como «uno de los problemas más graves de la sociedad húngara».

El electorado de Grecia, sumida en la depresión económica, ha sufrido una notable polarización: por un lado el populismo de la izquierda, cada vez menos radical, de Syriza; por otro, el extremismo de Amanecer Dorado, liderado por Nikos Michaloliakos. El tercer partido más votado de Grecia, neonazi confeso. Para esta organización, la inmigración es la responsable de la criminalidad y aprovecha el temor de los griegos a la pérdida de su identidad nacional para hacer sus campañas xenófobas y anti – europeístas.

Proponen la salida de Grecia de los organismos internacionales: ONU, OTAN, UE, así como expulsar a los inmigrantes que viven en el país heleno y cerrar sus fronteras, que deberían estar protegidas por minas antipersonas y vallas electrificadas, para evitar la llegada de inmigrantes ilegales. Además, Su rechazo a los matrimonios mixtos entre griegos y extranjeros viene acompañado de su apuesta por fomentar la natalidad.

Pero los movimientos de extrema derecha no solo se han asentado en Grecia, también han llegado a Italia. A pesar de que la Liga Norte – una organización que lucha por la independencia de la Padania – es el más conocido por su tendencia conservadora, separatista y euroescéptica, hay otros partidos que están creciendo y que se acercan a las posturas de la extrema derecha. Es el caso de Forza Nuova, famoso por sus campañas contra la homosexualidad y por un racismo que no intenta ocultar.

Aunque en España y Portugal existan algunos grupos de ultraderecha, no son especialmente significativos. Pero ¿por qué los movimientos de extrema derecha no triunfan en estas naciones? Ignacio Molina explica que existen tres razones.

En primer lugar, el pasado de ambos países juegan un papel fundamental: han tenido dictaduras de derechas –España la de Franco, Portugal la de Salazar – – , por lo que tienen este tipo de posturas políticas muy estigmatizadas. «Es complicado triunfar en países como estos con discurso xenófobo. Su pasado Es como actúa como una vacuna, posee un efecto de reacción».

La dinámica de partidos políticos, uno de izquierda y otro de derecha, que se alternan en el poder ha ayudado a evitar el auge de la ultraderecha. No obstante, «en otros países como Austria, Holanda o Suiza, que han estado gobernados por coaliciones centristas muy moderadas y que han visto que las cosas no cambiaban, los movimientos de extrema derecha han surgido con más fuerza», cuenta Molina. La población de estos países ha visto a los nuevos partidos, que se salen de lo establecido, como una salida para castigar al gobierno. Sin embargo, «en España castigamos a un partido votando al contrario».

Un tercer factor que ha condicionado que en España no surjan estas organizaciones ha sido la irrupción de Podemos que, al igual que los partidos de utraderecha europeos, «tiene esa idea de castigar a la élite y se sale del establishment», se sirve del populismo para atraer el voto de quienes quieren algo diferente y alejarse de «lo de siempre».

En definitiva, en España se ha dado una combinación de factores. Se trata de un país que rechaza a la derecha; en el que ha habido alternancia política y una cierta variedad y han aparecido otros partidos atractivos para los electores que también presumen de ser diferentes y romper con lo establecido.

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