Ante la indiferencia, las mafias
Los refugiados sólo pueden registrarse y pedir asilo por medio de una llamada de Skype a un contacto que solo atiende una hora al díaLa falta de información y de soluciones legales les lleva a pagar a los 'smugglers' para que salir de Grecia de forma ilegal
Las Provincias, , 08-05-2016Sobre Polykastro hay unos nubarrones negros que amenazan con descargar una buena tormenta en cualquier momento. Cerca de este pueblo próximo a la frontera con Macedonia hay miles de refugiados que protegen sus tiendas de campaña con plásticos y ponen a cubierto lo poco que tienen. La pérdida de esperanza se ha apoderado de muchos de ellos, sobre todo de los más mayores. Los niños siguen jugando, correteando y llenando de risas sueltas el silencio que sólo rompen los coches que pasan a gran velocidad por la carretera.
El campamento de Eko se ha formado alrededor de una gasolinera en la que pueden cargar los móviles e ir al baño. Fuera tienen unas cabinas, pero el olor es insoportable. Allí mismo, una mujer descansa en el suelo junto a su bebé de seis días. Casi no puede moverse porque todavía tiene los puntos del parto muy recientes. Dio a luz en un hospital cercano, y allí le dieron una cartilla con el peso del niño (2,7 kilos) y un papel en árabe con unas recomendaciones para madres primerizas. Nada más. El pequeño Alí no tiene ningún papel que le acredite como europeo aunque haya nacido en Grecia. Esta familia y sus ‘vecinos’ están completamente desesperados, porque ningún organismo les informa; nadie les dice qué futuro les espera. En total son más de 50.000 atrapados en este limbo europeo.
Los refugiados que están atrapados en este país de Europa creían que al venir de una guerra serían recibidos de otra manera, y la única opción que les dan es hacer una llamada por Skype a un contacto – asylum.service.relocation – que nunca descuelga, que atiende sólo una hora al día y nunca a la misma.
Ahman enseña en su móvil la cantidad de intentos que ha hecho durante semanas. El listado es larguísimo y siempre el mismo mensaje: “Call failed” o “call no answer”. Dice que no es justo, que esto no debería ser así. Cuando el 20 de marzo Europa y Turquía firmaron lo que los voluntarios llaman el “pacto de la vergüenza”, los centros oficiales de registro cerraron. La Oficina Europea de Apoyo al Asilo (EASO) ya no se hace cargo de ellos. A partir de aquel día, sólo podrían inscribirse quienes llamaran por Skype, pero al otro lado no hay nadie. Sobre las vías muerta del tren que atraviesa Idomeni, un joven se planta todos los días delante de los autobuses antidisturbios de la policía con un cartel en las manos en el que informa de que ha llamado miles de veces, pero nadie contesta. Ese vacío, esa falta de respuestas, volatiza sus ánimos. “Nos están matando lentamente. Qué quieren conseguir tratándonos así”, clama un hombre comido por la falta de esperanza. Llegados a ese punto, pocas opciones legales les quedan.
La difícil espera
Conjugar el verbo esperar es ya cansino. “No tenemos nada que hacer. Sólo esperar y dormir. Esto no es vida”. Quien dice esto es un abogado sirio que tuvo que salir huyendo cuando ISIS bombardeó su casa. “Siria es un infierno. Pensé que al llegar a Grecia todo sería diferente, que, de alguna manera, volveríamos a nacer”. Pero se dieron de bruces con el cierre de la frontera con Macedonia, y esta nueva vida se ha convertido en una perversa agonía. Sólo hay una solución, recurrir a las mafias, a los traficantes que se venden como ‘salvadores’ del drama de la emigración.
Varios refugiados – prefieren no dar sus nombres – cuentan con detalle cómo funcionan los ‘smugglers‘. Lo primero que dejan claro es que están por todos lados, que se mueven por todos los campamentos. Van charlando con la gente, preguntando cómo están y, lo más importante, si tienen dinero para comprar un pasaje a una vida mejor. Muchos no tienen ni para comer, pero otros sí. Entre los refugiados hay personas de diferentes posiciones sociales y económicas. “No todos son gente sin recursos. Mirad qué móviles tienen”, apunta un voluntario de Madrid. Llama la atención ver que la mayoría tiene un buen smartphone y que las colas para cargar la tecnología que portan son largas. No en todos los campamentos hay electricidad, por eso se reúnen cerca de gasolineras o bares de carretera. De esa forman chatean con sus familiares, con los que se han quedado en sus países de origen y con los que están esperándoles en algún lugar de Europa. A este destino es dónde quieren llegar, y ahí es cuando los refugiados se convierten en carne de cañón para las mafias. Siempre que tengan dinero, claro. Por cantidades que giran en torno a los 2.000 y 4.000 euros, los ‘smugglers’ les prometen que les ayudarán a llegar donde quieran.
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