Un trato es un trato y de momento, las dos partes parecen estar cumpliendo sus compromisos. La historia de este polémico matrimonio de conveniencia entre la UE y Turquía podría resumirse así. Al habla, Bruselas: «Tú controlas tus fronteras mucho mejor, me quitas el problema de los refugiados y yo, a cambio, te doy 3.000 millones, te prometo acelerar las negociaciones de adhesión al club y liberalizar los visados para tu población». Lo dijo el presidente del Consejo Europeo, Donald Tusk: «Existen dudas que yo comparto pero no hay otra solución». Así que toca defender lo indefendible, mirar para otro lado en cuestiones básicas como la defensa de las libertades y seguir cumpliendo la parte del trato.

Dicho y hecho. Ayer, la Comisión Europea dio el primer paso para que 80 millones de turcos puedan viajar sin visado a la UE para estancias cortas inferiores a 90 días. Y lo hizo, sin embargo, pese a que aún faltan por cumplir 5 de los 72 capítulos necesarios para ello. El problema es que se tratan de áreas muy sensibles y relevantes ya que figuran medidas «para evitar la corrupción, cerrar un acuerdo operacional con Europol, reforzar la legislación antiterrorista o mejorar la cooperación judicial con los Estados miembros», según desveló el vicepresidente primero, Frans Timmermans. Tras destacr los «enormes esfuerzos realizados» por Ankara en esta materia, matuzó que «queda trabajo por hacer» y señaló, tajante, «que ningún ciudadano turco que no disponga de un pasaporte biométrico podrá entrar en la UE sin visado».

La pelota pasa ahora al tejado del Consejo Europeo, donde países como Francia son muy escépticos ante una decisión de enorme impacto, tanto político como de seguridad (Turquía es la puerta de acceso de muchos yihadistas). El debate será complejo.