Un cooperante vizcaíno, en el campamento de refugiados de Idomeni: «Es caótico, hay colas de 200 metros para comer»

Álvaro Saiz, vecino de Galdakao, llegó hace quince días a Grecia con 4.000 kilos de alimentos, sobre todo lentejas, para ayudar a la legión de inmigrantes que buscan un futuro en Europa. «Ahora se necesitan chancletas, crema de sol, viseras...»

El Correo, Yolanda Veiga, 22-04-2016

La cabina del camión, un horno de chapa que cuece con treinta grados fuera, le sirve de refugio. Pero por las ventanillas se cuela el bullicio: de los niños que improvisan un partido de fútbol en porterías de palos sin red, de los mayores que guardan doscientos metros de cola para comer… Lo que ocurre en el campamento griego improvisado de Idomeni, donde esperan entre 7.000 y 9.000 refugiados, es un malogrado simulacro de vida cotidiana. Álvaro Saiz llegó hace quince días por carretera, desde Galdakao, en el camión que ha donado su amigo Koldo Goñi. Casi tres mil kilómetros en cuatro días, cargados con cuatro mil kilos de comida, casi todo paquetes de lentejas, «porque todo el mundo envía arroz y pasta». Y cientos de abrigos que ya no hacen falta porque ha llegado el calor. «Se necesitan chancletas, crema solar y viseras», pide este voluntario vizcaíno de 37 años que desde hace tres se dedica en exclusiva a proyectos de cooperación y ha desarrollado buena parte de su labor solidaria en Mongolia.

Antes estudió electricidad y mecánica de coches, trabajó siete años de operario de máquinas en una imprenta y llegó a montar un restaurante y un bar de copas en Galdakao. Hace un mes su amigo Koldo, que tiene un concesionario de coches, le hizo la propuesta: «Me dijo: ‘Vámonos a Grecia. Yo pongo un camión y una furgoneta y pago la gasolina’. En una semana recogimos toneladas de comida y estamos gestionando con el Ayuntamiento de Galdakao el envío de contenedores con 28 toneladas de comida y material». Porque hace falta de todo: «La otra noche alguien entró a una tienda de campaña de unos voluntarios y se llevó los botes de champú. Otras veces se llevan pañales… Seguro que dejo la cartera y no la coge nadie».

Álvaro Saiz es el fundador de la Asociación Humanitaria de Voluntarios de Galdakao, que atiende y proporciona alimento a 125 familias del municipio derivados de los servicios sociales y tiene pisos de emergencia social. También ha colaborado en la recogida de comida para los refugiados y Álvaro, junto a otros cuatro voluntarios, la ha llevado personalmente a Grecia. Él cogerá un avión hoy mismo de regreso a casa y le reemplazará en Idomeni su amigo Koldo, el «padrino» de esta iniciativa, aunque Álvaro regresará al país heleno de nuevo en unos días. «Suelen decir que los voluntarios no pueden estar en estos sitios más de dos semanas porque si no, te quedan secuelas. Y es verdad. Psicológicamente es duro, la situación es caótica, muy jodida. En quince días me he duchado dos veces y no puedes dar cinco pasos sin que media docena de personas te pida ayuda para algo. El nivel de estrés que pasas es brutal y te bloqueas».

Hoy se ha levantado a las cuatro y media de la madrugada y a las dos del mediodía aún no ha comido, así que una casi se apura por robarle un rato al teléfono. Atiende paciente dentro de la cabina del camión, el único sitio donde puede estar solo, aunque es imposible abstraerse del drama que se vive fuera cuando junto a las ruedas del vehículo se junta un grupo, mayores y chiquillos, buscando un poco de sombra.

No quiere conocer las historias personales más allá de las ráfagas que le llegan, porque son desoladoras. «Hay gente que lleva atrapada aquí dos meses y hace poco una familia regresó a Irak porque estaba harta. Tres días atrás otra viajó hasta Atenas y después de haber pagado los billetes de avión, la compañía aérea no les dejó salir. El problema es que muchos han llegado de forma ilegal por mar y como no tienen papeles no pueden ni siquiera irse. Y no tienen documentos porque en muchas ocasiones se los han quitado. Un nadador sirio me contaba que estuvo meses sin salir de su casa porque el Ejército, cuando ve a chicos jóvenes con pinta atlética, los lleva al frente pero antes les requisan los papeles».

Idomeni, el campamento improvisado de refugiados más grande de Grecia junto al del Pireo, no ha sido nunca destino para los refugiados, solo lugar de paso en el camino que la mayoría quería emprender a Alemania. «A algunos les han devuelto hasta seis veces en la frontera con Macedonia. Esto va para largo y algunos parecen ya zombis. Los voluntarios quieren repartir la comida pero a veces no es ni seguro porque la gente se agolpa, se empujan… Necesitas intérpretes que hablen árabe para que ordenen formar una cola. Pero una mujer que tiene cinco hijos a su cargo no puede esperar una cola de doscientos metros porque tiene que hacerse cargo de los niños. Si abres el toldo del camión aquello parece una batalla campal, los niños no entienden que tienen que esperar en orden, cogen lo que pueden y se van corriendo. La situación es extrema».

En Idomeni conviven sirios, iraquíes, afganos, paquistanís… «que escapan de la guerra o están perseguidos, aunque aprovechando la fila india también se cuela algún inmigrante económico», reconoce este voluntario. Y da gracias porque «la mayoría son mulsumanes y no beben alcohol». Si no, la convivencia en el campamento, ya de por sí complicada a veces – «hay algunos jóvenes con actitud violenta» – , sería mucho peor. «Hay sirios que dicen: ‘Tú eres paquistaní, ¿por qué estás aquí?’».

Cada mañana un helicóptero hace un recuento de la gente que hay. Mucha, pero cada vez menos. «En invierno ha habido aquí 15.000 personas, calentándose a base de quemar plástico y cartón, lo que ha provocado una nube tóxica tremenda y enfermedades pulmonares. Ahora empieza a haber también muchos mosquitos». Quedarán como mucho 9.000 personas, repartidas entre Idomeni y dos gasolineras cercanas donde se han asentado grupos de cientos de personas, «que se hacen hueco entre los surtidores». «No tienen nada pero por lo menos pueden ir al servicio y cargar los móviles. El dueño de la gasolinera está harto, ha perdido muchos clientes, pero entiende su situación y no les ha echado». La desesperación por no poder llegar a Alemania y los incidentes con la Policía macedonia ha hecho a muchos disuadir, regresar al infierno del que salieron. «Sobre todo después de que hace una semana los agentes reprimieran con gases lacrimógenos el intento de un grupo de refugiados de cruzar la frontera». Los agentes de la Policía griega también vigilan los campamentos, pero «están haciendo un papel excelente. Este es un problema de toda Europa, no solo de los griegos, pero les han abandonado completamente».

Un vendaval arrancó las tiendas

A la ya complicada supervivencia en Idomeni, se ha unido una meteorología que les asa de calor y lo contrario a veces, porque hace tres días un vendaval arrancó «por lo menos el veinte o el treinta por ciento» de las precarias tiendas de campaña donde viven los refugiados. Así que todas las manos son pocas. «El problema de los voluntarios es la continuidad, que sigan llegando». Los hay de España, de Inglaterra, de República Checa… y algunos comparten tienda de campaña con Álvaro, que duerme en el propio campamento. Su ‘rutina’ arranca al amanecer, con un montón de tareas que hacer, las previstas y las que surgen a cada rato. «Un día nos pidieron que lleváramos un cargamento de garbanzos a uno de los asentamientos que está en una gasolinera cercana, a ocho kilómetros. Otro día estuvimos repartiendo un cargamento de quinientas cazuelas, una para cada familia, se les entrega un papelito para que nadie se lleve dos… Me encontré con un hombre que me pedía que le diera una cazuela. Me dijo que estaba solo, que había perdido a su familia. Y no se la pude dar porque no tenía el papel con el número, es terrible».

La necesidad es tanta, la infraestructura tan escasa y las expectativas tan desoladoras que los voluntarios no paran. Todo es cuestión de prioridades y Álvaro tiene que interrumpir la entrevista porque le toca «fregado»… de niños. «Les bañamos, les echamos crema hidratante y loción atipiojos y salen todos peinados. En un día igual lavamos a noventa, pero es complicado porque hay que calentar el agua con bombonas de gas y traer esas bombonas en camiones… Yo digo ‘fregar niños’ en tono cariñoso y con cierto sentido del humor. Aquí hace falta». A los voluntarios y a los refugiados. «Mira, acaban de pasar dos hombres. Uno llevaba un palo y un vaso de plástico dado la vuelta, como si fuera un micrófono, y el otro había improvisado una cámara de televisión con una botella vieja y vacía. Enseguida les han visto los chavales y han corrido a hacer lo mismo y ahora andan riéndose y haciendo entrevistas a los voluntarios por el campamento».

El entretenimiento en este solar donde no hay una sombra es escaso, por eso cualquier novedad es bien acogida. «De vez en cuando hay cine, les ponen películas de acción, de coches… Y llegó a haber hasta una especie de carpa de circo con camas elásticas para los chavales, que representan el sesenta por ciento de la población refugiada. Se la han llevado, si alguien la había traído alquilada, imagino que valdrá una pasta y por eso la han quitado ya».

¿La convivencia entre voluntarios y refugiados es buena?

Sí, el otro día, cuando fuimos a llevarles los botes de garbanzos a un grupo nos recibieron con unos tuppers de macarrones y aceitunas. Comemos con ellos, dormimos con ellos.

Son ya quince días, que a Álvaro Saiz le han parecido «seis meses». Y que tienen fecha de vuelta, en cuanto arregle algo de papeleo en Galdakao, se haga el envío de los contenedores y se reponga un poco de la experiencia.

¿Y su familia, qué le dice?

Mi madre ya se ha dado cuenta de que tiene que dejar ‘al chiquillo’ que haga lo que quiere hacer. Cuando le comenté que me iba a Grecia a ayudar a los refugiados me preguntó: ‘¿para cuántos meses vas?’.

Para quince días que luego serán más. Porque el trabajo no acaba. Antes de partir a Grecia, Álvaro contaba precisamente en este vídeo en la web de ELCORREO sus inquietudes y la labor que iban a hacer. Que están haciendo.

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