«No conocí al Papa, sino a un ser humano»

El refugiado sirio Hamza Rashid cuenta cómo fue compartir mesa con Francisco en Lesbos

El Mundo, LLUÍS MIQUEL HURTADO LESBOS, 18-04-2016

Hamza Rashid es como usted, como yo y como Jorge Mario Bergoglio, el Papa Francisco. Nació en Siria hace 20 años, vivió en Damasco, no consiguió entrar en Cambridge en beneficio del hijo del jefe del programa de becas, estudió Ingeniería en la Alepo en guerra y, a finales de 2015, huyó porque, si acababa allí sus estudios, lo reclutarían a la fuerza. El sábado tuvo «un gran día»: Hamza comió con el Papa.

Mesa rectangular. El Santo Padre ocupó el centro de uno de los largos costados, flanqueado por dos traductores. Al lado de uno se sentó nuestro joven protagonista. Junto al otro, una chica siria, con velo. Algo más allá, se repartieron una familia siria con dos hijas y dos afganos. Frente a Francisco, el Patriarca de Constantinopla, Bartolomé; y el Arzobispo de Atenas y Grecia, Jerónimo. De menú, para todos ellos, arroz con carne, zumo de naranja y un dulce.

El Papa bendijo la mesa. «Durante la comida, pedimos contarle nuestra historia. Le conté la mía», explica Hamza. «Trabajo con una ONG, todos me conocen y quieren. Era el chico correcto para tener esta oportunidad», alega para justificar haberse sentado a la mesa. El Papa asentía, con rictus grave, ante cada una de las historias. La comunicación, lamenta Hamza, no era fluida, porque cada palabra que pronunciaba debía pasar por dos traductores.

«Tras relatarle mi vida, me cogió las manos y me prometió que rezaría por nosotros», explica. «En ese momento, sentí algo especial. No puedo explicarlo». Sensación compartida por el resto de refugiados que estuvieron en la comida, todos musulmanes. «Teníamos la esperanza de que pudiese ayudarnos. Si él no puede, nadie puede», dice Hamza, que ha pedido asilo en Grecia con el deseo de reencontrarse con su familia, que está en Alemania. Sigue bajo amenaza de deportación a Turquía.

Hasta la fecha, lo más cerca del cristianismo que había estado Hamza era con «algunos amigos siríacos de Damasco». En el campo de Kara Tepe de Lesbos, donde vive, misioneros canadienses le hablan de Jesús; pero en el Papa vio algo más que cristianismo. «Su visita no tenía nada que ver con la religión, sino con la humanidad. Nuestro encuentro fue entre seres humanos. Un ser humano con poder ayudando a un ser humano sin nada. No conocí al Papa, sino a un ser humano».

Pero todo acabó, cree, demasiado pronto. «Me hubiese gustado hablar con él de tú a tú. Deseaba decirle que no es mi error nacer en la cara B del mundo. Que no es culpa mía ser de un país en guerra. Que no hay derecho a que me encarcelaran en Lesbos por buscar mi libertad. Quedar atrapado en una isla por un crimen no cometido. Tu vida en suspenso, lejos de los tuyos, esperando ya no sé qué. Que pregunte a los presidentes europeos qué harían en mi lugar».

Texto en la fuente original
(Puede haber caducado)