Esperanza en Lesbos por la visita del papa Francisco

Refugiados en la isla griega sueñan con que el Pontífice logre imponer su mensaje al poder del dinero y a las políticas restrictivas

Diario Sur, DARÍO MENOR , 16-04-2016

«Es más barato alquilar un hotel para acoger a los refugiados que levantar un campamento desde cero. Y, por supuesto, así les haces sentir que son huéspedes y les ayudas a que vayan superando el trauma que cada uno lleva a sus espaldas para poder rehacer sus vidas». El hotel Silver Bay de Lesbos ha cambiado los turistas por los 210 refugiados que hoy acoge, la mayoría sirios, aunque también hay iraquíes, afganos y una familia iraní. «Alquilamos 88 habitaciones desde principios de diciembre para responder a lo que estaba pasando en la isla», cuenta Tonia Patrikiadou, responsable de Cáritas en Lesbos. Gracias a su trabajo y al de los otros 16 empleados de esta organización católica, el Silver Bay brinda una especie de vacaciones sin fecha de caducidad clara para estas personas que escaparon de la guerra y la miseria y se jugaron luego una vez más la vida cruzando Turquía y el mar Egeo.

«Aquí estamos muy bien. Cuando llegamos quise besar el suelo por la emoción y el agradecimiento que sentí». Therese Atala, una siria de unos cincuenta años que trabajaba en Damasco como peluquera y maquilladora, es junto a su familia una de las refugiadas que se benefician de este proyecto patrocinado por las Cáritas de Suiza, Alemania y Austria. Mientras cuenta el miedo que pasó durante las cuatro veces que trató de llegar en barca a Lesbos desde la costa turca, le interrumpe su nieta, una sonriente niña de ocho años que quiere jugar con su abuela.

En el Silver Bay hay críos por todos lados: correteando en la recepción, en los columpios de la zona de juegos y entre las mesas colocadas junto a la piscina (cubierta por unas lonas) en la que los adultos matan el tiempo hasta que llegue la hora de la cena.

Therese es cristiana y lleva orgullosa un rosario colgado del cuello. «Creo que somos los únicos católicos sirios de toda la isla. Me encantaría poder ver al Papa», cuenta con los ojos emocionados y alzando las manos al cielo. Si tuviera oportunidad de poder acercarse a Francisco durante su visita de hoy a Lesbos, le gustaría besar su mano «para que me tocara con su paz». También le pediría que utilizara su influencia para que los refugiados dejaran de encontrarse las fronteras cerradas.

A mitad de la conversación aparece la hija de Therese, Gina, quien lamenta que no hayan podido seguir su viaje hacia Holanda. Como tantos otros refugiados, estas tres generaciones de mujeres se han visto bloqueadas en Grecia tras el cierre de la ruta de los Balcanes debido al acuerdo entre Ankara y Bruselas. En este hotel alquilado por Cáritas la mayoría de los residentes espera ahora que se resuelvan sus solicitudes de asilo en Grecia. Unos pocos creen que podrán emigrar a otra nación del Viejo Continente gracias a la reunificación familiar.

«Todos los refugiados que hay aquí están en una situación vulnerable. Se trata de familias con niños de menos de ocho años, de mujeres embarazadas, ancianos o minusválidos», explica Patrikiadou. «Durante los primeros meses se quedaban dos o tres días y luego seguían su viaje, pero con el cierre de las fronteras ya no pudieron continuar y ahora hay familias que llevan hasta dos meses, por lo que hemos tenido que organizarnos para mantenerlos activos».

Clases de inglés

Gracias a la colaboración de otras ONG y de voluntarios, los refugiados reciben clases de inglés, participan en sesiones para exteriorizar el sufrimiento que pasaron y para ir aprendiendo cuáles son las costumbres y las leyes europeas. Se encargan ellos mismos de la limpieza de sus habitaciones y de los espacios comunes, que están en perfecto orden de revista, e incluso realizan los fines de semana sesiones de yoga. La ‘voz’ de los refugiados es Wael Haffar Habbal, un sirio de 24 años que lleva casi uno y medio en Grecia y trabaja junto a otro compatriota como traductor para Cáritas. Wael, al que todos conocen como Lío, estudiaba derecho en Damasco hasta que estalló la revolución siria. «Me metieron seis meses en la cárcel por participar en las manifestaciones. Al principio eran pacíficas pero luego empezaron los tiros y las bombas. Allí no se podía vivir, así que decidí irme. Hice todo el viaje a pie».

Este joven ya se ha hecho a la idea de que no va a poder salir del territorio heleno. «Intenté 5 veces cruzar por Macedonia, pero siempre me devolvieron a Grecia. Al final acepté que me tenía que quedar aquí. Me siento muy bien ayudando a toda esta gente».

A Lío todo el mundo parece quererle mucho. Mientras habla se acerca otro refugiado y, sin mediar palabra, le regala unos caramelos. Luego llega una niña y le hace una carantoña. Aunque es musulmán, para él también es muy emocionante que hoy el Papa vaya a estar en Lesbos rodeado de personas como él. «Francisco tiene mucho poder y puede cambiar las cosas. Me encantaría que tuviera una varita mágica para que hiciera que no sean siempre el dinero y las políticas restrictivas las que decidan cómo tiene que funcionar este mundo».

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