Fantasmas en la costa turca

El Periodico, , 07-04-2016

Podría haber sido un pequeño hotel o un gran chalet. Ahora es solo un esqueleto. Un edificio a medio construir, abandonado, en uno de los extremos más occidentales de la costa de Turquía que baña el mar Egeo. Está en una península que casi toca la isla griega de Quíos, y sus costas son bien visibles desde las aberturas de la casa que habrían hecho de ventanas. Apenas cinco kilómetros de agua separan un país de otro.

Hay cartones en el suelo, que usaron personas que pasaron por allí, durmieron allí y salieron de allí rumbo a Grecia. Refugiados. Hay restos de bricks de leche, cajas y tarros de alimentos para bebés. Hay ropa tirada en el suelo y hay mochilas y botellas de agua vacías. Pero este edificio es solo un preámbulo. A unos minutos de camino quedan las ruinas de lo que fue el punto de espera de miles de personas antes de partir, entre los arbustos de una colina pasada la localidad turca de Çiftlikköy.

Se aprecian las agrupaciones en torno a lo que ahora son restos de hogueras para pasar la noche. Corros de basura, de cubiertos, de calzado y ropa abandonada. Plásticos. Unas lonas pretenden formar una pequeña tienda. Incluso un manual de instrucciones de un motor de lancha. En muchas ocasiones, los propios refugiados son los encargados de dirigir sus embarcaciones hacia suelo europeo. Muchos de ellos jamás han visto el mar y no saben nadar, como ha podido constatar este diario en las decenas de entrevistas realizadas con los inmigrantes.

Abajo de la colina, el agua es turquesa y el paisaje, paradisíaco, pero entre las rocas se ven restos de lanchas inflables, de pateras, que la marea ha arrastrado hasta ese punto. Hay bajadas escarpadas para ganar las calas y una cuerda larga y robusta yace junto a una de ellas, muy probablemente usada para facilitar el descenso. En una playa cercana, chalecos salvavidas evocan relatos de supervivencia y de muerte.

No es el único punto de partida. A varias horas de carretera en dirección norte, la costa turca juega a acercarse a la isla griega de Lesbos, por la que el año pasado pasaron medio millón de refugiados. Debido al exponencial aumento de la vigilancia costera en los últimos meses, las salidas de refugiados hacia las islas son ahora nocturnas, de la manera más sigilosa (y arriesgada) posible, para no llamar la atención y ser interceptados. En silencio, sin luces.

En una visita a las playas de Bademli al inicio de la noche, se pueden ver más restos de ropa y calzado, la mayoría de bebé. Un body descansa sobre la ladera donde termina la playa. La escena es escalofriante. También hay cajas de infladores para dar forma a barcas y flotadores. En una caseta que aloja un par de tumbonas hay tres chalecos salvavidas de color naranja.

La noche es clara y el mar está en calma, y aunque en la playa no hay nadie en el momento de la visita, luego se sabrá que de esa zona partirá al menos una lancha rumbo a Grecia y que ésta será interceptada por los guardacostas turcos, que desde la entrada en vigor del acuerdo entre la Unión Europea y Turquía controlan con más ahínco sus fronteras. Hasta entonces, basta una vuelta por estas playas para comprobar la nula voluntad de Ankara en hacer los deberes.

De la mayor vigilancia de las fuerzas de seguridad en la zona dan cuenta unos pescadores que han plantado sus cañas en la arena de una playa a las afueras del pequeño pueblo de Küçükköy. Cuentan que de vez en cuando se ven helicópteros y patrulleras, porque desde allí también salen refugiados. Y, en efecto, adentrándose en la cala vecina se pueden ver restos de chalecos salvavidas y lanchas rotas.

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