La ruta invisible de Atenas
El Periodico, , 27-03-2016Un hombre dormita en el suelo en las inmediaciones de la ateniense plaza Exarchia. Tiene el gesto apretado, como intentando dormir sin conseguirlo, y viste una vieja camisa azul con pantalones grises. Junto a sus roídos zapatos, un cartel: «Dedicado a los pobres y sintecho de aquí y del mundo». A una manzana de allí, una persona sentada en el suelo, cubierta con un manto y aferrada a un bastón, proclama: «No necesito discursos. Necesito un trabajo». Son dos de los numerosos grafitis que decoran el barrio de Exarchia, un distrito conocido por las actividades anarquistas de algunos de sus moradores. También un barrio de moda, en el que el propio Yanis Varoufakis – esa estrella del rock embutida en el cuerpo de un profesor universitario que fue ministro griego de Finanzas durante la primera mitad de 2015 – fue atacado junto a su esposa por algunos de estos jóvenes anarquistas. A pocos días de las elecciones del 20 de septiembre, el movimiento en el barrio era visible, con enfrentamientos entre jóvenes encapuchados con cócteles molotov y la policía, que dispersó el jaleo a base de gas lacrimógeno y se llevó a unos cuantos detenidos.
Desde la plaza Exarchia, un paseo de cinco minutos hacia el suroeste hará que desemboquemos en la plaza Omonia, centro de uno de los barrios más deprimidos de la ciudad. En la boca de metro, un hombre vende ‘Shedia’ (‘Balsa’, en griego), el equivalente heleno a la revista ‘La Farola’ o ‘La Calle’. Tres vendedores de mecheros y pañuelos de papel se sientan en las escaleras de un edificio: el Banco Nacional de Grecia. Poco que esperar de unas arcas en bancarrota.
Al otro lado de la plaza se encuentra el Bageion, un imponente edificio ahora abandonado y que, hasta 2017 y en un intento por dotarlo de nuevo de vida, alberga un par de obras de la bienal ateniense. Un rinoceronte de cartón aguarda en una de las salas. Un animal en peligro de extinción en un edificio olvidado. El descuido general y el desconchado de sus paredes lo dotan de un encanto que, no obstante, superaría con creces con una buena reforma.
También la necesitaría el antiguo Hotel Ionis, ahora Refugio Municipal de Acogida, en el cercano cruce de las calles Favierou y Marni. María, una ateniense en la cincuentena hasta ahora residente ahí, cuenta que tiene capacidad para 140 personas, de las cuales la inmensa mayoría son hombres. «Está provisto de servicios médicos, agua caliente, dos comidas al día y una cama para dormir», explica, en inglés. Desde que cerró la empresa familiar de exportación en la que trabajaba, en el cambio de siglo, María ha estado sobreviviendo con trabajos ocasionales, hasta que entró en contacto con ‘Shedia’, la asociación editora de la revista homónima y que trata de proveer a los sintecho de oportunidades para ganarse la vida dignamente. «Últimamente, en el albergue son más flexibles. Antes solo te podías quedar allí un año, pero ahora no les echan. Y desde el año pasado, también dejan entrar a refugiados», detalla. Ella está a punto de mudarse a su propio piso al haber logrado estabilizar su situación económica. Entre las ventas de la revista ‘Shedia’ y los honorarios que logra como guía de estas ‘Rutas Invisibles’ (Invisible Tours: http://www.shedia.gr/diadromes/) por la Atenas de los indigentes, ahora puede mantener su independencia. «Pero los muebles de la casa me los dan los del albergue», apunta.
Mientras, no muy lejos de allí, en la plaza Victoria, cientos de refugiados acampan a la intemperie mientras aguardan un modo de desatascar su situación. Hace unos días, dos migrantes desesperados intentaron ahorcarse allí mismo, donde varias oenegés distribuyen alimentos entre las madres y entretienen a los niños con globos. Pero la ‘Ruta Invisible’ que lidera María no llegará hasta ahí. En su lugar, la griega dirige ahora al grupo hasta la cercana plaza Vathis, donde varios vagabundos duermen sobre cartones.
Más que una plaza, es un cruce de calles con tráfico bastante intenso. «Aquí hay muchos problemas con la droga. Por eso han creado un centro de rehabilitación cerca», señala. María no está metida en la droga, pero ha necesitado también de algún tipo de terapia para sobrellevar su situación. «Tenemos un grupo de teatro de sintecho», cuenta frente al Teatro Nacional, en la avenida Konstaninou, al tiempo que un chatarrero pasa por detrás de los turistas con un carrito de la compra repleto de bártulos. «¿Quieres ser actriz?», le pregunta a la guía una de las integrantes del grupo. «Naaah, yo ya soy demasiado vieja para eso», se ríe María.
Unos pocos pasos más allá se ubica la sede de Praksis, una oenegé que permite a los sintecho lavar su ropa y bañarse. «Ayudan con el pago de los alquileres y las facturas, y se aseguran de que al menos uno de los miembros de la familia tenga trabajo», indica. Praksis también distribuye ayuda entre los refugiados en el país heleno.
Mas adelante, en la calle de Sófocles, junto a la plaza Odiou, se encuentra el comedor de la iglesia ortodoxa que, en dos turnos de comida, sirve 1.500 raciones al día. Una veintena de beneficiarios, todos hombres, están en la acera frente al comedor, mientras una mujer encorvada, casi una sombra, les vende droga. Según María, antes el 80% de los receptores de estos servicios eran inmigrantes, mientras que ahora la proporción se ha invertido: solo el 20% son foráneos.
Continuando por la calle Sófocles y girando a la derecha por la de Sócrates, se desemboca en una peste que seguramente es resultado de años de basura filosofando al sol. Es justo antes de una plaza junto al Mercado Central de Atenas, ubicado en la calle Athinas, la cual conecta la deprimida Omonia con el turístico barrio de Monastiraki. Frente al mercado, pasan dos autobuses turísticos repletos de visitantes. Pero desde los asientos de éstos no se alcanza a ver al hombre que, a plena luz del día, duerme tirado en el suelo de la plaza.
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