No tienen la culpa los refugiados
El Mundo, , 23-03-2016«Europa ha vuelto a ser atacada y todo el mundo debe preocuparse», declaró ayer el presidente francés, François Hollande, poco después de reunirse con sus asesores de seguridad en el Elíseo. «Es una amenaza global y hay que responder globalmente». Las principales potencias europeas respondieron con reuniones de urgencia de sus responsables de seguridad, el reforzamiento de los controles y de la vigilancia en los sistemas de transporte, la multiplicación de los intercambios de datos sobre sospechosos y la intensificación del debate sobre las porosas fronteras de la UE, especialmente en la zona Schengen.
«Lo temíamos y ha ocurrido», reconoció el primer ministro belga, Charles Michel, en su primera rueda de prensa tras los atentados en el aeropuerto y en el metro de Bruselas. «Sabemos que hay muchos muertos y heridos», añadió sin precisar.
Para Bélgica es el equivalente del 11-S en Estados Unidos y del 11-M en España. Pero, por tratarse de la capital que acoge a las principales instituciones de la UE y a la sede política de la OTAN, se trata de un ataque en el corazón de Europa y de Occidente, con un efecto multiplicador en los mercados y en los transportes del continente.
Bélgica paga hoy un precio parecido al que pagó España el 11-M por permitir durante años, mirando al cielo, su conversión en santuarios de los terroristas yihadistas sin pensar en el riesgo de zarpazos dentro de casa.
«Sin seguridad no habrá inversiones ni estabilidad económica», advirtió Hollande en su mensaje televisado. A pesar de su advertencia, ningún dirigente europeo recogió el guante –tampoco lo hicieron tras los atentados de enero y noviembre en París– del presidente francés, que ayer volvió a suplicar una respuesta mucho más contundente de la que sigue dando la mayor parte de los socios europeos. Se ha mejorado en cooperación y todos los países de la UE intensificaron ayer sus controles, pero el despliegue de otros 1.600 policías y gendarmes que el ministro francés del Interior, Bernard Cazeneuve, anunció ayer en Francia, que sigue en estado de emergencia, es excepcional en el contexto europeo.
Algunos, como el Reino Unido –posiblemente por su condición de isla, por no estar en Schengen y por la respuesta al 7-J hace ya 11 años–, no consideraron necesario elevar el nivel alerta. El Gobierno español convocó a primera hora de la tarde a los miembros de la Mesa de Evaluación de la Amenaza Terrorista y de la Comisión de Seguimiento del Pacto contra el Terrorismo para analizar la situación y decidir si se elevaba o no en España.
Hasta el propio Hollande reconoció que, se haga lo que se haga, estamos en «una guerra larga» en la que, además de muchos más medios, necesitamos «calma».
La defensa de objetivos blandos como los elegidos cada vez más por los terroristas es muy difícil y la defensa absoluta imposible, de modo que el tratamiento exige normalizar lo que va a ser norma durante años o generaciones. Estamos condenados a vivir con este tipo de atentados. Desaparecerá el IS y surgirán nuevos grupos con nuevos nombres y cada vez más, como ya está sucediendo, con raíces locales.
Con miles de europeos con experiencia en las filas del IS y alrededor de una cuarta parte de ellos de vuelta en Europa, la amenaza de atentados se ha multiplicado, aunque sigue siendo reducida si la comparamos con la que representan los más de 7.000 tunecinos o los 5.000 rusos (dato poco conocido pero importante para explicar la intervención de Rusia en Siria) que se han incorporado al IS. En Europa se sigue manteniendo una imagen muy distorsionada de las causas de la amenaza y de sus víctimas, el 99% de ellas no europeas.
Se necesitan más medios, más dinero, mejor coordinación y mucha más cooperación de los principales países de tránsito de los combatientes y terroristas que van y vienen de Irak, Siria, Yemen, Libia…, empezando por Turquía, y se ha avanzado en ese camino, pero queda aún mucho por hacer.
En Bruselas ayer no hubo sorpresas, aunque en el momento de escribir estas líneas había más interrogantes que respuestas sobre los autores directos e indirectos de los atentados.
Eligieron Bruselas igual que Al Qaeda eligió el 11-S Nueva York y Washington por ser las capitales financiera y política de Estados Unidos, pero sobre todo por la fuerte presencia de las redes del IS en territorio belga, la debilidad de sus fuerzas de seguridad y la incompetencia demostrada durante años por su policía y sus servicios de inteligencia para hacer frente a la amenaza yihadista local.
Eligieron Bruselas porque en dicha ciudad está uno de los barrios, Molenbeek, del que han salido más voluntarios europeos para unirse al IS y disponen de más y mejores apoyos que otras ciudades europeas.
Muchos de los, aproximadamente, 500 que han hecho el camino han regresado, se han organizado en redes y células, y han seguido reclutando nuevos miembros sin fichar por la policía y preparando nuevos atentados.
Lo preocupante es que todo esto se sabe desde hace tiempo y no se han evitado los últimos atentados. Desde que las principales potencias de la OTAN, hace tres años, empezaron a bombardear –primero en Irak y después en Siria– objetivos del IS para frenar el avance de su soñado califato, se han sucedido las amenazas del IS contra objetivos europeos dentro y fuera de Europa.
Los principales atentados en África occidental y en el Magreb forman parte de la misma estrategia. A finales de noviembre del año pasado, tras el segundo gran atentado de 2015 en París, el IS incluyó unos 60 países en la lista de sus objetivos, en la que están todos los miembros de la UE y de la OTAN.
El día de ayer se recordará como el 11 de septiembre de Europa. No por el número de víctimas, muy por debajo de los 130 muertos de París en noviembre, ni por la audacia de los dobles atentados de Bruselas, sino porque los ataques suicidas de ayer lograron paralizar el transporte y las comunicaciones a lo largo y ancho del continente. La interconexión de Europa hizo inevitable que la suspensión total de todos los transportes públicos de Bélgica (trenes, aviones y autobuses) se reflejara en toda Europa. Más de una docena de países se vieron obligados a adoptar drásticas medidas de seguridad sobre transporte aéreo, que quedó afectado especialmente. Un continente entero quedó tocado y contagiado de miedo.
Los atentados de ayer fueron un recordatorio visible de la coordinación, la fuerza y los efectivos del Estado Islámico en Europa, mucho más eficaz incluso que la de Al Qaeda en su momento de apogeo. Apenas cuatro días después de la captura de Salah Abdeslam, el único superviviente y, posiblemente, cabecilla de los 10 hombres involucrados en los atentados que acabaron con la vida de 130 personas en París y sus alrededores el 13 de noviembre, el IS ha tomado represalias.
Es evidente que la célula que ha llevado a cabo los atentados de ayer funcionaba con bastante independencia de la que llevó a cabo los atentados de París, aunque con el conocimiento de Abdeslam. Una vez que éste fue detenido por la policía belga, es posible que esta célula independiente decidiera atentar por miedo a quedar ahora expuestos.
Lamentablemente, estos atentados también eran predecibles. A principios de 2015, cuando los servicios occidentales de Inteligencia comenzaron a hablar de que cientos de activistas musulmanes europeos se dirigían a Siria e Irak a través de Turquía para unirse al IS, los gobiernos europeos vacilaron sobre lo que había que hacer.
Hubo poco apoyo a una acción militar occidental o de la OTAN contra los éxitos del IS sobre el terreno, mientras los yihadistas recibían una cantidad asombrosa de extranjeros que, procedentes de todo el mundo, llegaban a luchar junto a ellos. El año pasado acudieron cada mes al menos un millar de combatientes extranjeros de 90 países para unirse a ellos.
Con la expansión del IS, y a pesar de sus primeras declaraciones de que no estaban interesados en atacar objetivos en Occidente, era inevitable que tuvieran la tentación de utilizar a sus combatientes extranjeros en la propia Europa.
En el verano pasado el Estado Islámico cambió de tono y empezó a instar a sus seguidores en Europa a que llevaran a cabo atentados, incluso ataques de lobos solitarios que emplearan cualquier clase de armas que el grupo fuera capaz de poner en sus manos.
También entonces, cuando los gobiernos europeos se esforzaban en mejorar sus propios servicios de Inteligencia dentro de sus fronteras, todavía se resistían a cooperar con sus vecinos europeos en el fortalecimiento de los servicios secretos a pesar de la cohesión de la Unión Europea. Es más, Occidente siguió negándose a coordinar una respuesta militar al IS.
Muchos europeos van a intentar echar la culpa de estos atentados a la afluencia de decenas de miles de inmigrantes a Europa. Pero se van a equivocar. La crisis migratoria se debe a los cinco años de abandono que los gobiernos europeos han mostrado mientras continuaba la guerra civil en Siria y escapaba casi la mitad de su población. Es más, los grupos terroristas no necesitan el pretexto de los refugiados para montar sus células cuando tienen tantos militantes con pasaportes europeos.
Lo que evidentemente se hace necesario ahora más que nunca es una estrategia decidida de Occidente para derrotar al Estado Islámico sobre el terreno en Siria e Irak, una alianza de amplia base dirigida por países árabes pero apoyada firmemente por la OTAN. Eso no será suficiente si falta una mejor coordinación entre los servicios de Inteligencia en Europa.
Cuentan que la razón por la que Ahmed Ibn Taymiya dio en desarrollar la versión integrista y xenófoba del islam de la que se alimenta en última instancia el Daesh o Estado Islámico fue el trauma que sufrió tras la destrucción por los mongoles de su ciudad natal, Harrán, allá por 1269. Como reacción a esa barbarie, se convirtió en el auspiciador de una barbarie de signo contrario, tan reprobada por sus contemporáneos que llegaron a expulsarle de la mezquita de Damasco, tal y como refiere el célebre viajero tangerino Ibn Battuta. Su interpretación fundamentalista del islam habría sido históricamente irrelevante de no ser por la influencia que tuvo en Mohamed Ibn Abd el-Wahab, fundador a su vez del wahabismo, y por la extensión de éste, en un principio marginal, a lomos de los petrodólares de sus devotos seguidores de Arabia Saudí y otros países del Golfo. Es la del Daesh una fe que nace de la destrucción y llama a la destrucción, y que, gracias a sus hombres-bomba, provoca que 747 años más tarde se pague en Bruselas por la ferocidad de los mongoles.
No podemos nosotros, europeos y habitantes del siglo XXI, vernos devueltos por la fuerza a esa oscura noche medieval de la que surge el ideario que alienta a los suicidas. No podemos dejar que la civilización, la libertad, la ilustración, la igualdad, la solidaridad y tantos otros valores que nos distinguen de los que sólo creen en la devastación perezcan a manos de su odio ciego. Frente a su voluntad de doblegarnos por el terror, hemos de ratificarnos en todos y cada uno de esos valores, y más que restringirlos o negarlos, examinar dónde y cómo no hemos acertado a practicarlos o a reconocerlos con la extensión y la profundidad debidas; dónde y cómo, renunciando a lo que somos, hemos dejado que el monstruo ponga su simiente de rencor. Pensemos en cómo se ha llevado la integración de la población europea vulnerable a los cantos de sirena de los bárbaros, o en el trato dado a quienes huyendo de ellos llaman a nuestra puerta.
Dicho lo anterior, sin ánimo de situar la responsabilidad del asesinato en otros que los asesinos, y con el único afán de dejar de facilitarles la tarea, tenemos un problema, grave pero no insoluble, si de una vez se toman en serio ciertos asuntos. En primer lugar, la pervivencia de ese seudoestado demente y criminal en amplias zonas de Irak y Siria. Europa, que se ha convertido claramente en su objetivo primordial, debería preguntarse si la lenta estrategia impuesta por Washington es la que le conviene, y si no ha llegado el momento de presionar, y como es lógico, poner de su parte, para acelerar el fin de esa fábrica de terror.
En segundo lugar, la impunidad con que versiones intolerables del islam, inhumanas y consideradas incluso heréticas por muchos musulmanes, se convierten en el pan de cada día de mezquitas europeas, merced a la financiación de estados a los que ni siquiera se afea la propagación de creencias que llevan a la justificación del homicidio indiscriminado. Hay credos que no son admisibles, porque excluyen a quienes no los profesan y hasta llegan a negarles el derecho a existir. Es hora de rechazar y repeler esa ponzoña con absoluta determinación.
Y en tercer lugar, el secuestro de la voluntad de los propios musulmanes por quienes se arrogan el derecho a matar en su nombre, y quieren, a ellos antes que a nadie, negarles la libertad y la misma vida si se oponen a sus designios. Hay que tenderles la mano y ayudarles a librarse de semejante calamidad.
La pregunta es si tiene el liderazgo necesario esta Europa en la que últimamente no parece haber nadie al timón.
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