Una 'hermana mayor' para Brayan
Catorce universitarios guipuzcoanos acompañan a niños inmigrantes en riesgo de exclusión El proyecto de SOS Racismo busca que chavales extranjeros de entre 10 y 14 años tengan cerca un «modelo positivo en el que confiar»
Diario Vasco, , 20-03-2016Hasta hace cuatro meses no se conocían pero, en este tiempo, Alba y Brayan han hecho de casi todo juntos: han ido a pasear, han acudido a un partido del RETAbet.es Gipuzkoa Basket, han visitado el Aquarium, el museo de la Real Sociedad… «Incluso ha venido a ver películas a mi casa», explica Alba. «Es una maravilla de chaval». Ella tiene 23 años y Brayan «12 para 13». No son hermanos, ni madre e hijo. Tampoco son amigos, aunque habitualmente se mandan mensajes de WhatsApp. Tienen una cita cada semana a la que ambos acuden sin falta. Brayan es un chaval de padres ecuatorianos que viven en Donostia y ha encontrado un nuevo referente en su vida: Alba, una hernaniarra que estudia la carrera de Pedagogía y que ha decidido acompañarle para favorecer su integración. «Somos como una vía de escape para ellos a través del ocio», asegura la joven.
Alba Celemín y Brayan forman parte del proyecto de mentoría Urretxindorra, impulsado por SOS Racismo. En él, catorce jóvenes universitarios acompañan de forma voluntaria a niños de entre 10 y 14 años en riesgo de exclusión, escolarizados y principalmente de origen inmigrante. Son algo así como ‘hermanos mayores’ con los que realizan distintas actividades durante, al menos, tres horas a la semana, que les ayudan en un proceso de integración social no exento de problemas.
Un programa que crece con un amplio respaldo«Son chicos y chicas que parten con desventaja por algo que se les está recordando permanentemente: ser de fuera. Eso en ocasiones no crea ningún problema, pero otras veces sí», explica Karlos Ordóñez, uno de los responsables del programa Urretxindorra. De hecho, a la hora de seleccionar a los niños participantes, en el que toman parte cinco centros escolares, es la propia escuela «la que nos dice que algún niño es tímido, que no se relaciona con los amigos, que está apartado o que es conflictivo y monta bronca… El objetivo del proyecto es que jueguen en igualdad de condiciones que el resto de los niños».
Y los resultados del programa dan sus frutos. «Está demostrado que, cuando se refuerza ese vínculo con el mentor, los niños van ganando confianza en sí mismos» añade Ordóñez y tienen «muchas menos posibilidades de caer en problemas de drogas» y delincuencia, «con lo que acaba siendo un ahorro para la propia sociedad».
El objetivo del programa es que el joven universitario se convierta en un modelo positivo y en un referente. «Todo esto repercute positivamente en la vida del menor y, gracias a que el mentor es un estudiante universitario, abre la posibilidad a que el niño, en el futuro, opte por acceder a la universidad», explican en SOS Racismo.
Además, el programa no solo acarrea beneficios para los pequeños. «Yo también aprendo muchísimo con Brayan y no solo de su cultura y su vida. Al tener que entenderle y ponerme en su situación, me ha hecho comprender que cada cosa y cada persona tiene su proceso que hay que respetar», asegura Alba, que reconoce que «siempre ha tenido una especial sensibilidad hacia la gente migrante y las dificultades que tienen para seguir adelante».
Los nervios del primer día
Alba todavía recuerda los nervios del primer día que conoció a Brayan. «Organizaron una fiesta de encuentro para los mentores y los chavales, pero nadie sabía a quién le había tocado», explica. A cada uno les dieron una pieza de un puzzle que debían completar buscando a su pareja. «Y yo encontré a Brayan», recuerda. Empezaron a hablar. «Él estaba avergonzado y yo estaba a tope. Hablamos de nuestros gustos y vimos que a los dos nos gustaba escalar. Me dijo que le gustaba el fútbol», cuenta.
De hecho, para Brayan, que cursa sexto de Primaria, el fútbol es su pasión. «Soy del Barça, pero en clase la mayoría son de la Real», afirma el chaval mostrando una enorme sonrisa. También practica este deporte en el equipo infantil del Sporting de Herrera, «de medio izquierdo o delantero, con el número 21 a la espalda»
Los miedos de Alba llegaron con la primera cita a solas. «Tenía un poco de miedo de si iba a poder conectar con él, si iba a coger confianza conmigo, si se lo iba a pasar bien…». Al final todo fue miel sobre hojuelas. En esa primera cita «dimos una vuelta por Amara, me enseñó su ikastola y tomamos un Cola-Cao en una cafetería, donde me habló de su familia», explica.
Desde entonces quedan como mínimo tres horas a la semana, normalmente el sábado. «Le pido que piense un plan, aunque al final siempre me toca pensarlo allí. Nos lo pasamos bien», afirma. Así lo corrobora el chaval: «Me gusta estar con Alba. Me divierto mucho».
A Brayan le cuesta un poco abrirse pero, a fuerza de encuentros con Alba, ya habla sobre sus problemillas. «En el colegio debe tener sus más y sus menos con sus amigos, y poco a poco hablamos un poquito. Muy despacio. Me lo ha empezado a contar ahora», dice Alba.
Los problemas de Brayan pueden ser hasta pequeños si se comparan con los de Pedro, un chaval de 14 años que, con trece años recién cumplidos, viajó de una zona montañosa de Bolivia a Hernani, a donde llegó para reunirse con su madre, que lleva diez años aquí. Cuando le propusieron a Lua Essery, estudiante de Antropología Social en la UPV, ser ‘hermano mayor’ de Pedro, no lo dudó. «Siempre queremos aportar algo para que el mundo vaya mejor. La menor semilla que puedas plantar puede dar fruto. Además, siempre he tenido este tipo de inquietudes interculturales por mi propia existencia», asegura Lua, un donostiarra nacido en Brasil hace 22 años y que ahora vive en Hernani.
Su relación va viento en popa, pero los inicios no fueron los mejores. De hecho, Pedro no llegó a la fiesta organizada en la que se iban a conocer. «Se perdió por el camino. No encontró el centro educativo, le entró miedo y se fue a casa», recuerda Lua. Así pues, el primer encuentro tuvo lugar en casa de Pedro. «Al principio fue un poco cortante», recuerda.
Pedro estudia segundo de ESO en un colegio de Hernani. «Es un chaval que lo pone muy fácil todo, tiene un carácter muy bueno. Se ha encontrado aquí muchos problemas y obstáculos. Dejó atrás todo, se enfrentó con buena cara a lo que tenía que enfrentarse aquí. Yo tenía miedo en encontrarme con un chaval con problemas de socialización, pero no los he visto», explica el universitario.
De hecho, a Pedro en el colegio le va bien. «Salvo el problema del idioma, porque estudia todo en euskera y es una lengua que hasta ahora no conocía, lo lleva bien. No suspende nada y no tiene ningún problema. Pedro tiene buena relación con muchos chavales. Cuando voy con él por la calle en Hernani le saluda mucha gente. Se hace querer».
Lua queda con Pedro todas las semanas para ir al cine, jugar a pelota o al fútbol. «Pero sobre todo le gusta que le enseñe rincones de Gipuzkoa y le cuente sus historia. De aquí no conoce apenas nada, salvo Hernani y el centro de catequesis de Donostia. Yo le llevo a conocer los lugares con su contexto. Le llevo a Urgull y le explico la historia de la zona. Hago como de guía turístico», asegura el universitario.
Lua también reconoce que la experiencia está siendo muy positiva. «Se puede decir que somos el referente de esas persona que quizás le gustaría ser dentro de unos años. Pero esta experiencia también me está aportando muchísimo. Este chaval tiene 14 años y con esa edad muestra una capacidad importante para afrontar muchas cosas. Me fascina y lo admiro. Yo no sería capaz con la edad que tiene de enfrentarme a esto y asumirlo de esta manera», añade. De hecho, según cuenta el universitario, Pedro «lleva la casa por su cuenta, porque sus padres trabajan y no vuelven a casa hasta muy tarde. Tiene una madurez que asombra».
La relación entre ambos se está consolidando. «Me ha llegado a comentar alguna confidencia, como que no se lleva bien con algún chaval o que alguno le mete un poco de caña. Me comentó cómo respondía ante eso y me sombró porque decía que no merecía la pena meterse en movidas», cuenta Lua.
«Le gusta ver el mar»
A Mohamed, otro de los menores que participan en el programa, le cuesta abrirse. «Pero es normal porque le ha tocado de golpe cambiar de país con 13 años. Para él ha sido muy duro. A veces me cuenta cosas de su país y de lo bien que se lo pasaba con sus amigos», asegura Laura Novoa, estudiante de Turismo en la Universidad de Deusto en Donostia. A sus 22 años tampoco dudó cuando vio a oportunidad de entrar en un programa para acompañar a un menor inmigrante. «Hasta ahora no había hecho voluntariado y esta es una oportunidad para aportar algo», señala esta pamplonesa.
Ella acompaña a Mohamed, un chaval de Marruecos que lleva apenas un año en Errenteria. «Su padre vino antes a trabajar, luego su madre y después Mohamed y su hermano», explica.
Como en otros casos, los primeros días de encuentro «fueron de nervios». A lo que se unió el problema de la comunicación. «Al principio hablaba muy poquito castellano y nos costaba hacernos entender».
Pero eso no fue obstáculo. «En las primeras citas, él me fue enseñando Errenteria. Me hizo de guía turístico», recuerda Laura con una sonrisa. A este encuentro le han seguido otros muchos que han ido consolidando la relación. «Le gusta mucho ver el mar», añade Laura, para quien la experiencia le hace sentir que puede «ayudar a la gente que necesita ayuda».
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