Ikusi makusi

Todos estamos en el barro

Diario de Noticias, Por Alicia Ezker, 18-03-2016

Hace unos años la ONG británica Save the Congo lanzó un polémico corto de ficción titulado Unwatchable para denunciar las atrocidades y violaciones de los derechos humanos de las fuerzas militares en ese país africano. Aunque su táctica fue objeto de numerosas críticas desde el punto de vista de la deontología de la cooperación, la cinta basaba su eficacia en algo muy sencillo: la historia no se ubicaba en un poblado africano sino en una entrañable casa en el centro de Inglaterra. Allí una niña rubia juega en el jardín con su vestido blanco mientras su padre se entretiene en lavar el coche, la madre recoge la cocina y la hermana mayor, adolescente, asoma con su móvil por la puerta. Todo muy cotidiano, muy como nuestras vidas. El zumbido de un helicóptero les distrae de pronto y una aeronave de combate aterriza en el jardín. Un comando de hombres blancos, británicos, desciende y asalta la tranquilidad de la familia: golpean al padre y a la madre, violan a la hermana mayor, el padre lo ve todo hasta que deciden sacarle fuera y asesinarle a quemarropa… Brutal e impactante. Su intención era clara. Buscaba golpear al espectador al hacerle ver que eso que creemos que solo puede pasar a miles de kilómetros, si se cambian los papeles podría ocurrir aquí, en nuestra impoluta Europa. Las tragedias se nos acercan cuando sentimos que nos puede pasar a cualquiera y nos solidarizamos más a medida que se nos representan como posibles. Cada semana vemos como miles de refugiados, ciudadanos y ciudadanas como nosotros, mueren a las puertas de los nuevos muros europeos o en las aguas de idílicos mares mientras gran parte de las autoridades siguen impasibles pese a la creciente movilización social. Resulta increíble e inaceptable cómo se sigue afrontando el “problema” de los refugiados. No podemos seguir pensando en un mundo sin fronteras para el dinero, la especulación, la deslocalización de empresas, el tráfico de armas… y lleno de muros y alambres de espino para las personas y los derechos humanos. Los vemos en el barro y solo podemos sentir su frío, porque todos estamos metidos en el mismo lodazal, atrapados entre la injusticia y la desolación, incapaces de articular una salida digna para esas personas que, si un día cambian los papales, podríamos ser cualquiera de nosotros.

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