«Vivimos en un hotel de cinco estrellas. Mirad nuestros lujos»

Familias enteras ocupan edificios abandonados para protegerse de la lluvia

La Voz de Galicia, LETICIA ÁLVAREZ La Voz en Idomeni, 17-03-2016

«Vivimos en un hotel de cinco estrellas. Mirad nuestros lujos», nos invita a pasar a su casa el cabeza de la familia Jomman. Son 61 miembros, la mitad niños, y han viajado todos desde Kobani. Ocupan el aparcamiento del antiguo hotel Evzoni ahora abandonado. Cerró sus puertas hace más de 25 años y se ha convertido en el refugio para un centenar de pakistaníes que se esconden de la policía. Con la lluvia y el frío muchos refugiados se resguardan en edificios que amenazan ruina y en vagones de tren.

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Podría ser la familia más numerosa que acampa en Idomeni. El más pequeño tiene cuatro meses. La mayor, de 72 años, es la abuela Jama, conocida como la «alcaldesa de las 10 tiendas de campaña» porque es la que manda. Calienta la leche que los vecinos le dan por las mañanas. «Estábamos mejor cuando caían las bombas, mucho mejor». Nos muestra a su hijo en silla de ruedas de 31 años. Ciego por la metralla.

«Agua, agua, necesitamos agua», pide Jama. «Mi sueño es que toda mi familia pueda llegar a Alemania, queremos estar todos juntos. Esperaremos aquí aunque no abran nunca la frontera», relata mientras calienta el biberón del pequeño Mohamed. «En Siria vivíamos como reyes comparado con lo que tenemos aquí», explica Yosef, uno de sus yernos. «Ya no sé si somos miserables o nos tratan como miserables», añade. Los pequeños tienen las mejillas rosadas del frío. No hay agua potable ni baños cerca. No se atreven a entrar en el hotel abandonado. «Está lleno de hombres y huele muy mal», susurra la jefa de la familia.

El edificio de tres plantas está destrozado. El humo sale por sus ventanas. Tienden la ropa en los árboles. Los tejados están derretidos. «Somos todos pakistaníes, todos hombres», responde uno de ellos que no quiere decir su nombre. Nos invita a entrar pero el humo es insoportable. «Tomad sopa», insiste. «Hemos intentado cruzar tres veces la frontera pero los militares nos detuvieron. Primero nos tiraron al suelo para después darnos patadas por todo el cuerpo». No dejan pasar al resto de refugiados porque quieren esconderse de la policía.

En el último tramo de la autopista que cruza a Macedonia, a pocos kilómetros del campo improvisado de refugiados de Idomeni, hay hasta otros dos grandes edificios ocupados. Cualquier techo es bueno cuando no para de llover. La policía no los desaloja, son en su mayoría edificios derruidos. Cada día que pasa se ven nuevas tiendas de campaña donde antes no había. El campo se dispersa y se está convirtiendo en una pequeña ciudad.

Los hoteles de la zona están completos. Después de tres semanas en el barro muchos intentan buscar cobijo aunque sea solo por una noche para ducharse y poder lavar la ropa. «Solo es una noche, no puedo más», insiste Fadh, un joven de Alepo que habla por teléfono con uno de los establecimientos cercanos.

En la zona este del campamento se levanta una pequeña ciudad de hierro. Dentro de los vagones de un antiguo tren duermen más de cuatro familias. No tienen colchones, solo mantas grises que reparten las organizaciones internacionales. «Por la noche nos ponemos bien juntos y así nos protegemos del frío», explica Qusay.

«No se duerme bien. Tienes dolores todo el día y está todo muy sucio. Para ducharnos dos de nosotros nos rodean con toallas y nos lavamos con el agua que calentamos en las hogueras». Así llevan tres semanas, cuenta Nedal. Tiene los pies llenos de llagas y heridas. Las botas que lleva son pequeñas para él y no encuentra calzado entre las donaciones de los voluntarios.

«Mama Merkel», como llaman en Idomeni a la canciller, ha pedido a los refugiados que confíen en el Gobierno griego y se suban a los autobuses para trasladarlos a centros de refugiados acondicionados, piensan muchos con candor insuperable. Para las personas que malviven en Idomeni hoy es un día decisivo. Estarán atentos de la reunión del Consejo de Europa. También la familia Jommam. «Mientras estemos vivos habrá esperanza», es el mantra de la abuela Jama.

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