Europa, ¿tierra de refugio?
Diario de Noticias, , 09-03-2016Hay un tema recurrente y desgarrador todos los días en los medios sobre las andanzas (en este caso literales) y penalidades, en su intento de alcanzar Europa, de los miles de refugiados provenientes de países torturados por la guerra, como Siria, Afganistán, Irak, u otros.
Ante una realidad tan lacerante, plasmada estremecedoramente en la fotografía del niño Aylan Kurdi, varado exánime en la playa de la isla griega de Kios, a 5 millas de la costa de Turquía, la reacción más normal de toda persona bien nacida es de congoja y deseo de ayudar, en la medida de lo posible, a tan desventurados semejantes. Su tragedia nos abruma y nos hace pensar en la suerte que tenemos al vivir más o menos apañadamente en nuestros países en paz.
El gran poeta Esteban Tabares, de la Fundación Sevilla Acoge, ha expresado este sentimiento en bellas estrofas trufadas de amor y empatía:
“Saludaré / a quienes vienen del mar / perdidos, heridos, hundidos / agotados de otear horizontes / con el corazón quebrado / por llegar a puertos soñados / o no llegar. / Saludaré / con saladas lágrimas / a quienes nunca regresarán/ engullidos en las aguas / salobres del mar/ mientras a infinitas distancias/ quedan los abrazos vacíos / de tanto esperar”.
El drama de aquellos que buscan refugio huyendo del infierno nos trae, además, recuerdos de una marcha dolorida de muchos compatriotas al final de la Guerra Civil española, a principios de 1939, cuando centenares de los derrotados escapan de Cataluña, ante el avance despiadado de las tropas de Franco, que ven ya próxima la victoria inmisericorde.
En ese frío invierno del 39 los fugitivos buscan refugio en Francia, que, como se sabe, les abrió las puertas, pero podría también haber sido más generosa. Las imágenes que nos han llegado son estremecedoras, recordando todos las tristes peripecias de Antonio Machado, caminando penosamente con su anciana madre, encontrando refugio en Colliure, ya en suelo francés cercano a la frontera y añorando “aquellos días azules y el sol de la infancia”.
Viene, asimismo, a nuestra memoria, la magnánima actitud de algunos países de Hispanoamérica, encabezados por México, cuyo presidente, Lázaro Cárdenas, abrió de par en par sus fronteras a los exiliados republicanos, acogiendo entre ellos a un destacado grupo de intelectuales que habrían de dar en los años siguientes un notable impulso a las ciencias y humanidades mexicanas. Hay que consignar, también, la acogida de Chile y Venezuela a muchos refugiados, entre ellos un nutrido elenco de nacionalistas vascos.
La empatía, la solidaridad, tan necesaria, tan humana, no nos debe, sin embargo, privar del uso de nuestro juicio y sentido crítico, haciendo patentes algunas reflexiones:
En primer lugar resulta sorprendente, o mejor indignante, el contemplar la manera en que tratan de entrar en Europa los suplicantes de asilo, en embarcaciones precarias, hacinados, amontonados, desguarnecidos, con grave riesgo para sus vidas y muy lamentables bajas, y permitiendo que sean las mafias las que terminen de esquilmar a los fugitivos. Sólo algunas ONG y magníficos y esforzados voluntarios les echan una mano en el intento.
¿Cómo permite la comunidad internacional y no solo Europa que, ante un descalabro tan cierto como el que existe en Siria, Afganistán o Irak, que provoca lógicamente la huida despavorida de sus nacionales temiendo por sus vidas, no se hayan tomado medidas para organizar todo un dispositivo solidario, con medios de transporte, albergues y elementos de apoyo dignos y eficientes?
Para qué queremos nuestras orgullosas organizaciones internacionales, y especialmente la ONU, sino para atender a estas víctimas de la guerra, y que ya que no son capaces de detener tales guerras, creando las condiciones para una paz justa que evite la diáspora desgarradora de sus poblaciones, deberían, al menos, instrumentar un ordenado y eficaz sistema de evacuación y acomodo de los refugiados. Sabemos y agradecemos los esfuerzos de ACNUR, con sus limitados recursos, para ayudar a los refugiados, pero haría falta un salto cualitativo a nivel de estados e incluso de su flamante Consejo de Seguridad, para organizar una asistencia completa, con suficientes medios y recursos. Tenemos dinero para comprar armas, pero no para ayudar a las víctimas de las mismas.
Una vez puesto en práctica un rescate efectivo de los refugiados, tras examinar si efectivamente pertenecen a los países en guerra, el siguiente paso sería establecer una ordenada y equitativa distribución de los mismos entre los distintos países de Europa y de otros continentes. Conocemos que algunos estados, como Canadá, ya se han comprometido a albergar hasta 25.000 de estos refugiados. El esfuerzo debe ser de Europa, sí, pero también de toda la comunidad internacional, y en especial los estados más prósperos de los cinco continentes.
En todo caso, mantengamos siempre la compasión y solidaridad con los refugiados, que anuncia, generoso, el poeta:
“Saludaré / a quienes llegan y hacen pie / en esta orilla / obnubilados, atraídos, atrapados / por cantos de sirena / Imaginados / …Aunque es peor allí. / Les saludaré / mientras mis manos / tiendan a las suyas / Y aguantemos sin caer”.
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