Esta no es mi Europa
La Vanguardia, , 02-03-2016No hay día en que las noticias de la tragedia que viven los miles de refugiados que entran o transitan por Europa no hieran la sensibilidad de las conciencias. Este lunes era la policía de Macedonia la que lanzaba gases lacrimógenos a refugiados que pretendían cruzar la frontera griega. El mismo día el Gobierno francés empezaba a desmantelar las tiendas de los campamentos de Calais para distribuir por todo el país a cuantos pretenden sin suerte cruzar el canal de la Mancha y plantarse en Inglaterra. Los franceses les echan de las tiendas de campaña y los ubicarán en contenedores vivienda. El nombre se las trae.
El profesor Manuel Castells intervenía el jueves en el Palau Macaya para exponer la cruel realidad de cientos de miles de personas que intentan reubicarse en algún lugar de acogida. La diferencia entre inmigrante económico y refugiado es jurídica y política. En todo caso, son personas que huyen del hambre, la guerra, la persecución o la muerte en busca de horizontes más humanos.
No son casos aislados ni de un país determinado. Son frecuentes las imágenes de albergues de refugiados en Sajonia ardiendo entre los aplausos de los vecinos. Circuló la noticia de diez mil niños perdidos y nadie se inmutó. Unos centenares de niños fueron apaleados por enmascarados en la estación de Estocolmo. Dinamarca ha decretado la confiscación de los bienes de los refugiados y desde Escandinavia se ordenan deportaciones en masa.
En Viena se ha celebrado una reunión de veinte ministros de Asuntos Exteriores de las zonas afectadas por el tránsito masivo de refugiados. Ni Grecia ni Alemania fueron invitados. Las tesis restrictivas son propiciadas por Hungría, la República de Chequia, Polonia, Eslovaquia y los países de tránsito de las repúblicas exyugoslavas.
En una reunión celebrada en Bruselas en septiembre pasado se acordó repartir a 160.000 refugiados por todos los países de la Unión Europea. Sólo se han ubicado unos quinientos. A España le correspondían unos 15.000 y sólo consta que haya acogido a ocho. En medio de esta falta de sensibilidad y ante el incumplimiento de los compromisos adquiridos, ha salido la canciller Angela Merkel el pasado fin de semana para recordar el artículo primero de la Ley Fundamental de la República Federal de Alemania que dice que la “dignidad humana es intangible y respetarla y protegerla es obligación de todo poder público”. Esta afirmación es válida, dijo, para todo el que esté en Alemania, tanto para los alemanes, como para los refugiados. “Yo hago política para todos”.
Por este compromiso con los refugiados, Angela Merkel ha perdido mucha popularidad, que se manifiesta en el auge de los partidos xenófobos y en las manifestaciones de la organización Pegida, que cada lunes concentra a miles de personas en Dresde y en otras ciudades alemanas. En su propio partido es severamente criticada y en las elecciones en tres estados dentro de dos semanas le pueden castigar en las urnas.
Merkel fue duramente criticada antes, durante y después del rescate de Grecia. Mientras Europa mira ahora a Atenas como responsable de la desbordada inmigración que llega a sus costas, Merkel se levanta como la voz de la conciencia de muchos europeos. Primero para buscar una salida razonable a la crisis de los refugiados. Segundo para mantener el espacio de Schengen y la libre circulación de personas. Y tercero para defender la necesidad de una Europa unida como antídoto a las consecuencias nefastas que podrían producirse para todos en caso de la vulneración unilateral de los tratados.
Ante el descontrol y la desconsideración de muchos países europeos hacia los refugiados, Merkel ha dicho que “esta no es mi Europa”. Puede que esta posición contraria a los vientos populistas que soplan en todo el continente le cueste el cargo. Pero es en estas ocasiones cuando se distinguen perfectamente los políticos vulgares que sólo piensan en las próximas elecciones y los estadistas que miran a horizontes a medio y largo plazo, al margen de lo que digan sus compatriotas en las urnas. Una encuesta reciente indica que el 81 por ciento de los alemanes piensan que el Gobierno ha perdido el control de la crisis de los refugiados.
La situación es muy compleja y las soluciones no son fáciles. Se puede optar por levantar vallas y alambres con púas en todas las fronteras o bien buscar salidas, con la colaboración de Turquía y la generosidad de todos, para resolver la vergonzosa situación de los fugitivos de la guerra, la persecución y la miseria. El avance de los partidos xenófobos puede encerrar a Europa en su propio laberinto de intolerancia y falta de respeto a la dignidad de los que llegan.
Es una inyección para el invierno demográfico y para la crisis económica.
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