Calais, una aldea en medio de la duda

Diario de noticias de Gipuzkoa, Luis Miguel Pascual /Efe, 25-02-2016

Calais – El campamento de inmigrantes de Calais, dividido en barrios, con colmados, bares, templos, escuela y biblioteca, en el norte de Francia, es una auténtica aldea provisional que puede tener sus días contados.

Mientras las autoridades insisten en la necesidad de derribarlo, el poblado mantiene su rutina, creada como respuesta a las necesidades cotidianas y con el concurso de numerosas organizaciones humanitarias que ayudan a los cerca de 4.000 inmigrantes allí establecidos.

Muchas de estas se oponen a que el campamento sea derribado, porque en el mismo los inmigrantes encuentran una especie de vida social, un tejido que les facilita la convivencia y que no tendrían en el campo de barracones anexo montado por el Gobierno francés.

“Todo lo que se ha creado aquí ha sido en respuesta a necesidades reales. Todo lo que hay allí es artificial”, asegura, mientras señala con su mano a los barracones, Jean – Marc, voluntario de Médicos Sin Fronteras (MSF), opuesto al traslado. La jungla de Calais tiene sus códigos y, aunque ninguno de sus habitantes está allí de forma perenne, sus habitantes no quieren perder esa especie de cotidianeidad creada mientras aguardan su oportunidad para pasar al Reino Unido, el objetivo que les ha llevado hasta allí.

“Allí está el barrio de los sirios, este sendero conduce al de los afganos y un poco más al fondo, junto a la salida, son eritreos y sudaneses”, explica Jean – Marc, que acaba de terminar, junto a otros compañeros, el rutinario reparto de comida. Los que acuden al puesto de la ONG son los más pobres del campamento, porque otros tienen de qué alimentarse. Un grupo de chadianos acaba de terminar de cocinar una comida típica de su país. “Esto no se come en Europa, pero es delicioso”, asegura uno de ellos entre las risas de sus compañeros.

Medhy regenta un pequeño colmado en el que se puede comprar té, pasta, bebidas, cuscús, frutos secos, ketchup, entre otros productos de su limitada oferta. Su tienda está situada en una caseta de madera, una de las formaciones más sólidas de un campamento levantado sobre el barro y el follaje, donde la mayor parte de los habitantes duermen en simples estructuras de lona o viejas tiendas de campaña. De una de ellas, construida de lata, sale Aso, un iraní que lleva en su cuello colgada una cruz de madera.

“La vida es muy difícil en Irán para un cristiano”, asegura este joven de 22 años, que repite una y otra vez que está deseando llegar al Reino Unido, donde le esperan sus dos hermanos. Aso escupe al suelo cuando habla de Francia. “Aquí no nos quieren, pero lo que no saben es que nosotros estamos deseando irnos. Que nos dejen pasar”, afirma con un tono entre enfadado y resignado. El iraní tiene estudios y está convencido de poder encontrar un buen trabajo en el Reino Unido, donde le ayudarían sus hermanos.

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