Crónica de la llegada de un tren de refugiados a la estación de Schönefeld, cerca de Berlín

Alemania prevé recibir este año 500.000 solicitudes de asilo

La Vanguardia, MARÍA-PAZ LÓPEZ, Schönefeld, 22-02-2016

La afluencia de refugiados a Alemania huyendo de guerras y persecución no cesa. Son las ocho y media de la mañana, y en el antiguo vestíbulo de la estación ferroviaria de Schönefeld, en las cercanías de Berlín, un puñado de voluntarios ultima preparativos para pasar a la acción. A las 9.50 horas llegará un tren desde Freilassing, ciudad bávara cercana al confín con Austria, y del convoy descenderán personas que han huido de sus países de origen y buscan amparo en Alemania.

“Hoy viene poca gente; esperamos a 49 personas, de las cuales 22 son niños, y entre esos niños hay tres bebés”, dice de memoria Stefan Pauly, miembro del grupo de voluntarios Train of Hope-SXF, que funciona vía Facebook. Eligieron usar las siglas SXF, porque es el código de identificación del aeropuerto de Schönefeld, cuya terminal está enfrente de la estación, aunque a notable distancia.

Desde mediados del pasado septiembre hasta finales de 2015, los voluntarios de Train of Hope-SXF han dado la bienvenida en este vestíbulo desangelado, y al tiempo desbordante de energía, a 46.000 aspirantes a obtener asilo en el país.

Alemania alcanzó en el 2015 la cifra récord de casi 1.100.000 solicitantes de asilo, la mayoría procedentes de Siria, Iraq y Afganistán. Tras la decisión de la canciller, Angela Merkel, de abrir las fronteras el pasado septiembre para acoger a los migrantes que habían quedado varados en la estación de Budapest, la afluencia de refugiados ha continuado, aunque a un ritmo cada vez más pausado. Con todo, Alemania se prepara para tener este año 500.000 solicitudes de asilo, según han publicado distintos medios germanos citando fuentes gubernamentales.

Stefan Pauly, de 32 años, que estuvo en el ejército alemán y ahora estudia un master de gestión de crisis, ha observado atentamente la evolución de este vestíbulo en los meses que lleva viniendo, y plantea que quizá sea representativa del conjunto del país. “Al principio, llegaban muchos hombres solos, o menores no acompañados también varones –dice Pauly-, pero en las últimas semanas, aunque llega menos gente, se trata sobre todo de familias con niños”.

Hasta hace muy poco arribaba a Schönefeld desde la ciudad bávara de Freilassing un tren diario ahora suelen ser cinco convoyes por semana, y a esta antesala llegaban hasta 600 personas al día.

Los voluntarios de Train of Hope-SXF entretienen a los niños tras el viaje, animándoles a dibujar en un sector de la estación donde cuelgan ya dibujos de otros niños refugiados han pasado por aquí
Los voluntarios de Train of Hope-SXF entretienen a los niños tras el viaje, animándoles a dibujar en un sector de la estación donde cuelgan ya dibujos de otros niños refugiados han pasado por aquí (María-Paz López – La Vanguardia)
El sistema funciona así: los recién llegados reciben una primera asistencia, sin que se les tomen datos, y al cabo de una hora suben a autocares que les llevan a Berlín o a Eisenhüttenstadt, ciudad próxima a la frontera polaca. Luego, se les asignará albergue. El contingente que llega hoy partirá hacia Eisenhüttenstadt, en un autocar que ya está aparcado fuera.

Dentro del edificio, Indra Pfister, educadora de 42 años, se afana untando queso cremoso en hogazas de pan de pita. “Participo en proyectos de apoyo a los refugiados en mi barrio de Berlín, pero es el primer día que vengo a Schönefeld; me han dicho que prepare esto para el desayuno”, explica.

También hay café, té, leche y zumos enviados por el Ayuntamiento de Berlín, mientras circulan algunos policías, bomberos, traductores, y personal sanitario y de servicios sociales de Brandemburgo, land al que pertenece Schönefeld.

“El tren está aquí, ya llegan”, vocea un policía. Hacen entonces entrada despacio los primeros pasajeros, cargando niños y fardos, a todas luces desorientados. Se les ve exhaustos; han pasado toda la noche de viaje en el tren, y antes tuvieron que cruzar media Europa.

Fadila, una madre siria, explica en francés como puede que ella, su marido y sus hijos de 3 años y 8 meses dejaron su casa de Hasaka, en el nordeste del país. Pide pañales para cambiar al bebé. Pañales, biberones y jabón infantil son productos básicos en estas situaciones.

Los voluntarios entretienen la espera de los niños animándoles a dibujar y a hacer pompas de jabón, o a trazar rayas de tiza en el suelo. Los críos se apuntan en seguida. También les van regalando peluches donados. La pared está llena de dibujos realizados por pequeños refugiados que ya han pasado por aquí.

Muy cerca, una mujer se encuentra mal; se queja de fuertes dolores de barriga. “El médico ha decidido enviarla directamente al hospital, con sus tres hijas, pero el marido no irá; son yazidíes del Kurdistán iraquí”, explica el intérprete. Los yazidíes son una minoría religiosa perseguida por los yihadistas de Estado Islámico (EI).

El afgano Mohamed Nassim, con su esposa, dos hijos y un sobrino adolescente, acierta a comunicar en inglés que vienen de la provincia de Uruzgan. Y una señora kurda señala sus gastadas botas y, para hacerse entender, se tapa la nariz indicando mal olor. Es evidente que camina con ese calzado desde hace semanas. La voluntaria Indra Pfister corre al almacén de ropa y zapatos donados y regresa, triunfante, con un par del mismo número.

Aunque hay cansancio, abundan las sonrisas y los ademanes de agradecimiento. Entonces, les emplazan a dirigirse al autocar, y todos se ponen otra vez muy serios. Aún queda mucho por recorrer.

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