Un viejo proverbio chino asegura que “una buena imagen vale más que mil palabras” y tiene razón, aunque nos escueza a los plumillas. Estamos en un mundo donde impera lo visual, lo multimedia. Los ojos se han impuesto a los demás sentidos, haciendo retroceder al oído, olfato, gusto y tacto. En todo este proceso, la palabra se ha llevado la peor parte, porque se ha perdido la argumentación y se ha cargado de despropósitos, de falacias, y de sofismas. El silencio muy pronto sonará más sincero. Ayer se hicieron públicos los premios World Press Photo 2016, los galardones más importantes de fotografía a nivel mundial. El ganador ha sido el fotógrafo australiano Warren Richardson, un freelancer con base en Budapest. La fotografía vencedora lleva el título de: ‘Esperanza en una nueva vida’, y muestra a un refugiado que entrega un bebé a otra persona a través de una alambrada de espino levantada en Röszke, en la frontera entre Hungría y Serbia. Es una imagen con una iluminación escasa que llena la escena de sombras y dramatismo. El autor explica que: “Acampé con los refugiados durante cinco días en la frontera. Llegó un grupo de 200 personas, que se situaronbajo los árboles en la línea de la valla. Enviaron primero a mujeres y niños, luego a los hombres de mayor edad. Debí estar con ellos unas cinco horas, jugando al gato y al ratón con la policía toda la noche. Estaba agotado cuando saqué la foto. Eran las tres de la mañana y no podía usar el flash porque la policía nos hubiera descubierto y nos habría expulsado. Solamente pude usar la luz de la luna”. Eso es periodismo, unsentimiento interior difícil de explicar e imposible de comprar. Mientras la UE miraba para otro lado, los objetivos de los fotógrafos capturaban obsesionadamente tanta muerte, tanto dolor, tanto llanto de tantos refugiados. En 2015 se premió la imagen de una pareja gay en Rusia. En 2014, otra vez los refugiados. Y en 2013 el cortejo fúnebre por dos niños palestinos en una calle de Gaza.Escenas terribles que los ojos del mundo prefieren no ver.