Dormir en el albergue ayuda, pero no es vida»

En Gipuzkoa hay unas 600 personas sin hogar, historias de paso en la ruta de la pobreza, como la de José o Abdul. «Pon que somos personas igual que el resto»

Diario Vasco, ARANTXA ALDAZ | TOLOSA, 08-02-2016

A las siete y media de la tarde, cuando cae la noche sobre Tolosa, se apaga la oscuridad para José Pereira Nieves. Apoyado contra una pared frente a la entrada, la maleta junto a sus pies como una fiel compañera, este portugués clava la mirada sobre la luz recién encendida del Abegi, el hogar del transeúnte. Hoy dormirá bajo techo. En el interior, Patxi se mueve como una peonza dentro de la cocina para terminar el menú: alubias, carne guisada, plátano y mucha conversación. «La gente viene con ganas de hablar», dice con conocimiento de causa después de diez años de trabajo en el centro. Para muchos, serán las primeras palabras que crucen con alguien ese día. «Me pego una ducha y os cuento lo que queráis», responde José. No hay tanta suerte con las fotos. Todos ponen la misma condición.

El Abegi necesita voluntarios, en especial jóvenes Siete centros de baja exigencia que se llenan con el frío

La visita de los periodistas altera la rutina en el centro y genera cierta desconfianza, aunque al final hay que disculparse para dar por terminada la conversación. «¿Qué queréis saber?», pregunta José. Una chapa colgada del cuello con el símbolo del Camino de Santiago sirve para arrancarse a hablar. «He hecho el Camino dos veces», relata en un español enredado en portugués que se hace difícil de entender. El sonido de fondo de la televisión tampoco ayuda. «La primera fue por una promesa. Tuve un accidente y estuve muy grave. Prometí a Dios que si volvía a andar haría el Camino de Santiago», dice mientras muestra las cicatrices en su cuerpo. «Me atropelló un camión en la carretera entre Tudela y Logroño. Había ido a pelar cebollas. Fue un 23 de octubre de 2009. Pasé mes y medio ingresado y más de un año de rehabilitación». José fue durante años camionero. «Una persona en Pontevedra me engañó y perdí mucho dinero. Yo doy, yo doy, yo doy y me quedo sin nada», zanja cuando se le pregunta por qué está en la calle.

En algún momento terminó por caer en la indigencia. Ha deambulado por media España como temporero. «He recogido fruta, he ido a la vendimia, a podar. También he trabajado en el matadero». En el carné pone que tiene 61 años, aunque se le nota envejecido. «Cuando me sale algo de trabajo puedo alquilar una habitación», explica. El resto del tiempo se busca la vida. La aciaga realidad suele ser el botón de inicio de una ruta de la pobreza por los centros de acogida, que las personas sin techo se conocen al dedillo. Se calcula que en Gipuzkoa hay cerca de 600 personas sin hogar, una cifra que varía porque son un colectivo en continuo movimiento. Cuando unos se van otros llegan.

José viene de dormir dos noches en el centro de Durango y otras tres en el Hotzaldi de Donostia. En el Abegi se pueden quedar ocho días con un intervalo mínimo de tres meses. «Quiero trabajar. Dormir en un albergue ayuda pero no es vida». Y no siempre hay suerte. Especialmente en invierno, por el frío, las plazas de los albergues se llenan. «Por desgracia he tenido que dormir en la calle. Y eso es lo peor». Hace apenas dos semanas apareció muerta una mujer que dormía en un cajero en Donostia. Ninguno lo remarca, pero el suceso ha destapado una realidad invisible.

«La pobreza no descansa»

«Una vez leí que Cáritas decía que la pobreza no descansa. Pero si no descansa, ¿por qué cierran los albergues?». La pregunta que lanza un hombre no encuentra respuesta. «Cuando están llenos o cerrados te quedas en la calle. Yo prefiero dormir en un cajero. Me cierro y me siento más seguro, porque nunca se sabe. Alguna vez también me he metido en un portal, pero sé que ahí molesto y no quiero molestar», se disculpa el hombre, con barba de tres días, y que dice sentirse extraño entre las personas sin techo. «No encajo en la tipología de gente sin hogar. Muchos tienen problemas mentales o con el alcohol. Yo no. Alguna vez hasta me he ido de un albergue y he preferido dormir en la calle, yo solito». Cuenta que nació en Cáceres hace 47 años y que perdió su vivienda hace ocho, aunque tampoco entra en detalles.

Los persistentes aprietos económicos de la crisis han terminado por alterar las historias de muchas personas. En el Abegi de Tolosa, por ejemplo, desde 2012 ha descendido un 10% al año el número de extranjeros alojados y ha aumentado en la misma proporción el de nacionales y vascos.

«Para las personas que no tenemos empadronamiento es difícil encontrar recursos», se queja el hombre, que aprovecha para reivindicar su pequeño púlpito. Más que ganas, tiene necesidad de hablar. «No tenemos derecho a la RGI, ni derecho a voto. Yo no he votado nunca, porque no hay democracia. Votar no es un derecho, debería ser un deber. Votan once millones de personas cuando somos más de 40. Y luego los partidos dicen que ganan por mayoría. ¿Qué mayoría? Tendría que haber una segunda vuelta como en Francia». En ese momento, en la televisión aparece Patxi López, presidente del Congreso, con el Rey en la Zarzuela. Como muchos sin techo que pasan horas y horas en las bibliotecas municipales, el hombre devora periódicos y sigue la actualidad con apasionamiento. «Tampoco hay democracia informativa, aunque ese es otro debate…», suelta. «¿Y por qué no habláis de la Ley Clare? Tenéis que hablar de la Ley Clare», que permitirá a las mujeres de Reino Unido conocer el historial de violencia de sus parejas. «Así se lucha contra la violencia de género y no tanto hablar como aquí».

«Queremos trabajo»

Abdul también espera con su lista de peticiones. «Pon que somos personas igual que el resto», insiste este marroquí de 33 años que llegó a España hace diecisiete y que se queja una y otra vez de que a los que no tienen empadronamiento «se nos discrimina». «En ningún otro lugar se nos da un bocadillo de comida y a la calle», se queja cuando recuerda que en algunos comedores hay que acreditar empadronamiento para el acceso al menú, y al resto se les proporciona una bolsa con un bocadillo y una bebida. «Nadie está en la calle por capricho, ninguno elegimos esto. Lo que queremos es trabajo», reivindica. Él ha sido montador de placas solares, soldador, fontanero, limpiador. Los problemas se acumularon cuando se quedó en paro «por la crisis» y se le terminó la prestación en 2011. «Ahora cobro cero ingresos. ¿Cómo quieres que salga adelante?».

No contempla la opción de volver a su país. Su familia, que sigue viviendo en su Marrakech natal, desconoce su situación. «Cuando mi madre me pregunta qué tal, le digo que voy tirando, que de vez en cuando me sale algún trabajillo, pero no es verdad. No me queda otra que mentirle. No quiero que sepan cómo vivo».

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