Incluso en las circunstancias más adversas, la ilusión por aprender y la vocación de enseñar son capaces de abrirse camino y alumbrar un pequeño milagro en forma de escuela.

Es lo que ocurre en el campo de refugiados de Qab Elías, en el valle de la Bekaa, en el Líbano. Ahí, Fatima Jaled, una refugiada siria de 30 años que en su país trabajaba de maestra, montó en su tienda una primera aula a petición de los padres. Daba respuesta así a una necesidad acuciante pues, de los cientos de niños sirios que habían llegado a esa localidad, solo dos habían logrado plaza en la escuela local.

Ahora, sentados en el suelo, en una precaría chabola hecha con tablones y mantas, decenas de niños refugiados atienden a las explicaciones de sus profesores.

Los profesores dan clase de forma voluntaria, para evitar que las decenas de niños del campo se queden si escolarizar. Según ACNUR, el 41% de los 338.000 niños sirios que están refugiados en Líbano están escolarizados.