Europa y la sociedad abierta

La Vanguardia, Lluís Foix, 03-02-2016

Europa ha entrado en zonas de turbulencias cuando se ha dejado arrastrar por soluciones extremas y cuando ha perdido su conciencia de que es una sociedad abierta, plural y respetuosa con sus vecinos.

No hace falta esperar el veredicto de la historia para poder afirmar que lo que ha ocurrido en Europa en los últimos sesenta años es la historia de un éxito. Sobre todo si tenemos en cuenta que lo natural en Europa, antes y después de la Paz de Westfalia de 1648, había sido la guerra como instrumento frecuente para dirimir los conflictos entre reinos, naciones y estados. Por razones económicas, políticas, religiosas, sociales o dinásticas.

El éxito no ha sido solamente político y económico, sino de civilización. Las dos guerras del siglo pasado dejaron millones de muertos en las trincheras europeas y sembraron la discordia entre los nacionalismos de Estado que se entregaron a luchas absurdas para modificar fronteras. Los tratados derivados de la Conferencia de París de 1919 produjeron un nuevo mapa político europeo que levantó vallas cada vez más altas e infranqueables hasta que al final de la Segunda Guerra Mundial Europa quedó dividida en dos bloques contrapuestos desde el punto de vista económico, cultural, ideológico y militar.

Contra quienes sostienen, una vez más, que el declive de Europa y de Occidente está acelerándose hacia el precipicio de la descomposición, conviene tener presente que las necrológicas de Europa vienen escribiéndose regularmente de generación en generación.

Hay indicios de cambios profundos en Europa y en todo el mundo. Son mutaciones imperceptibles entre los periodos electorales que son lo que más preocupa a todos los políticos. Pero esos cambios salen a la superficie y se formulan en distintas formas de organizar las políticas nacionales y supranacionales.

La canciller Angela Merkel atraviesa uno de los periodos más negros de sus más de diez años de mandatos y tendrá dificultades en llegar a fin de año siendo canciller de Alemania. Su popularidad ha caído y en su propio partido ya no goza del apoyo con el que ganó las elecciones del 2013. No es por cuestiones económicas o por políticas sociales equivocadas. Su fragilidad en estos momentos es por haber impulsado una política para aceptar a cientos de miles de refugiados por creer que no se les podía dejar tirados en los caminos y campos de Europa central. Alemania suele tirar por el despeñadero de la historia a sus grandes estadistas. Bismarck y Kohl son dos ejemplosemblemáticos.

La Europa que se construyó con criterios económicos fue evolucionando hacia posiciones de un reparto de la riqueza más equitativo y justo. Pero no nos engañemos, la crisis occidental no es económica ni política solamente. Es también y principalmente una crisis de confianza entre gobernantes y gobernados.

En los años setenta y ochenta había personalidades desconocidas, como Václav Havel y Václav Benda, que creían que “vivir en la verdad” podía cambiar lo que en la historia parecía inmutable. Quienes transitamos por la otra Europa en los últimos tramos de la guerra fría sabíamos poco de estos hombres que desde sus celdas señalaban la fragilidad de regímenes que se sostenían en la mentira.

El denominador común que vinculaba a estos pensadores silenciados era la convicción de que las corrientes más profundas de la historia son las morales y las culturales. Europa desplegó un espíritu de solidaridad al abrir la puerta a los países que habían caído en el dominio de Moscú. La viabilidad de aquella decisión era incierta. Pero se hizo. Puede que estemos ante un retroceso de dimensiones incalculables y que aquel espacio de convivencia y de protección de minorías sea engullido por los populismos xenófobos que llenan muchas bancadas de parlamentos democráticos.

Los sistemas libres están permanentemente en crisis. Cuando superan una, afrontan la siguiente. Y así hasta el infinito. Europa se enfrenta a amenazas graves. No menores ni mayores que las vividas en el siglo XX. Pero lo que nos puede salvar son los valores de la libertad y de la dignidad humanas, que hacen que la civilización occidental siga siendo el atractivo más potente de la inmensa mayoría de ciudadanos del mundo.

Las diversas crisis políticas en Europa, la de España y la de Catalunya también, se superarán en un ámbito abierto de libertades y pluralidad de intereses y de ideas contrapuestas. Siempre desde el respeto al que piensa diferente. Javier Zubiri coincidía con Paul Valéry en que la filosofía griega, el derecho romano y la religión de Israel, “dejando de lado todo su rigor y su destino divinos”, son las creaciones mayores del espíritu humano.

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