El gran negocio de la mafia
Camorra, Cosa Nostra y ,Ngrangueta ganan fortunas con la gestión de albergues de refugiados. Los grupos criminales amplían actividades en el Egeo ante la pasividad de los Estados europeos.
El Mundo, , 31-01-2016No ha habido en Europa mayor negocio
en 2015 que la crisis de refugiados.
Lo saben las mafias de Estambul,
que han puesto en marcha
el gran éxodo por mar desde sus
costas hasta el Egeo, con más de
800.000 personas cruzando en botes
de 400 euros y un beneficio por
embarcación de 60.000 euros.
Lo saben los funcionarios de
Macedonia, que habilitaron un tren
para llevar refugiados que incrementó
su precio de cinco euros
hasta 25 por el mismo trayecto. Y
los oportunistas serbios que cobran
tres veces más por un billete
de autobús a los solicitantes de asilo
que a cualquier compatriota. En
esa salsa, sólo faltaban por mojar
los grupos criminales más importantes
de Europa: los italianos Camorra,
Cosa Nostra y ‘Ndrangheta.
Como donde los estados no llegan
surge la mafia, el pasillo desde
Siria, Irak o Afganistán sigue siendo
tierra de nadie para el que quiera
invertir. Pero el negocio se amplía
ahora al alojamiento, medicinas
y manutención de los
refugiados. Es ahí donde la Cosa
Nostra o la Camorra, por ejemplo,
están sacando tajada. Según una
investigación del diario Financial
Times han colonizado los resortes
de ayuda que el Estado italiano ha
externalizado, como son los albergues
y los alimentos. Los fiscales
están investigando la conexión entre
la mafia y los funcionarios que
otorgaron los contratos a los proveedores
de estos servicios. «Este
es un problema muy extendido. La
llegada de solicitantes de asilo se
ha convertido en un gran negocio»,
dice Gabriella Stramaccioni, que es
responsable de la política social en
Libera, una organización antimafia.
«Creemos que muchos centros
están involucrados, en varias ciudades
». El negocio alcanza los 800
millones de euros sólo en Italia.
A veces son los propios mafiosos,
con sus embarcaciones, los que recogen
a los inmigrantes, previo pago
de cantidades disparatadas,
cuando llegan a playas o acantilados
alejados de las ciudades, como
es el caso de los barcos del clan
Brunetto en Sicilia.
El problema, además, es que la
calidad de la atención ha caído en
picado en estos centros de Sicilia,
Nápoles o la capital, Roma, donde
la gestión de los albergues recae,
según las autoridades italianas, en
el grupo Mafia Capitale. «Se ha relajado
la supervisión de los contratos
por el volumen de llegadas»,
asegura la policía.
Las mafias se valían de cooperativas
y organizaciones sociales para
poder acceder a los lugares de
tránsito de inmigrantes y a los contratos
de la Administración. Ignazio
Marino, alcalde de Roma, admite
el problema: «Estamos trabajando
para restablecer la legalidad y la
transparencia. En los últimos años
políticos y funcionarios corruptos
han aprovechado el drama migratorio
», dice Marino. «En lugar de
servir a los pobres, estos funcionarios
hicieron uso de los pobres».
Pero como todo grupo criminal
que se precie, la Cosa Nostra o la
Camorra buscan ampliar negocio.
Mientras que el Mediterráneo central
se ha convertido en una ruta cada
vez menos usada por las mafias,
ven en el paso del Egeo su gran
oportunidad. Ahí los Estados turco
y griego también han dejado grietas
en el sistema que estos grupos aprovechan.
Con su enorme capacidad
de movilizar talleres de costura ilegales
(la Camorra maneja un gran
porcentaje del negocio de las copias
ilegales de ropa) se lanzaron a fabricar
chalecos salvavidas falsos conmateriales de ínfima calidad. Fuentes
jurídicas y humanitarias advierten,
desde la isla de Lesbos, de que
ante la gran demanda de embarcaciones
de goma para cruzar el Egeo,
estas mafias pusieron en marcha la
producción de botes tipo zodiac para
poder abastecer a los traficantes
turcos. En octubre se alcanzó el récord
de más de 100 llegadas de lanchas
a la isla de Lesbos en un día.
Allí se dirigían precisamente 39 refugiados
–entre ellos cinco niños–
de nacionalidad siria, afgana y birmana,
ahogados ayer en otra jornada
negra.
Según Financial Times, en una
llamada telefónica interceptada por
la policía a Salvatore Buzzi, un antiguo
activista social de izquierda que
pasó tiempo en la cárcel por un asesinato
en la década de los 90, comentaba:
«¿Tiene alguna idea de lo
mucho que estoy ganando con los
inmigrantes? Las drogas son menos
rentables». El montante del negocio
es enorme: 170.000 llegados sólo a
Italia, un millón de personas si se
amplía el foco a toda Europa. Muchas
bocas que alimentar.
Por eso otro de los negocios que
han puesto en marcha: la venta de
botellas de agua y bocadillos, a
precio de menú en los Campos Elíseos,
en los diferentes pasos de su
ruta hacia Europa central. O tarjetas
de móviles. O la necesaria ropa
de invierno para aquellos que lo
perdieron todo en el Egeo. Hay familias
que pagaron por abrigos,
bufandas y gorros ya usados, vendidos
por mafiosos y oportunistas,
fuera de los campos de tránsito de
inmigrantes, cuando en el interior
de esos centros Unicef proporcionaba
prendas invernales de forma
gratuita y de primera mano.
Las mafias también mantienen
contacto con los narcoyihadistas
del norte de África, como Mohamed
Badawi Hassan Arfa, un conocido
traficante con el que comparten
el negocio de la cocaína y el
tráfico de personas. Según la policía
italiana, estas mafias usan después
a algunos hombres inmigrantes
como correos de la droga y a
las mujeres como prostitutas.
MÒNICA BERNABÉ ROMA
Propone que nos encontremos en
un bar delante del Ministerio del
Interior en Roma, y solicita que le
envíe por e-mail mi identificación
de periodista. «Es que iré con la
escolta», se justifica. Ignazio Cutrò
es un empresario siciliano que
dijo no a la mafia. O sea, que se
negó a la extorsión de la Cosa
Nostra y ahora tiene que ir a todas
partes con dos guardaespaldas.
Él y su familia.
Ya lleva así siete años, desde
2008, y deberá seguir igual durante
el resto de su vida porque, advierte,
«la mafia no olvida». «Nos
asesinarán en el momento en el
que el Estado nos abandone»,
asegura convencido.
Cutrò se presenta a la cita
acompañado de dos carabinieri
vestidos de civiles y con gafas de
sol oscuras. El empresario apura
un cigarrillo antes de entrar en el
bar y ya en la calle empieza a hablar
a borbotones, como si le faltara
tiempo y palabras para explicar
toda su historia. Uno de los
dos guardaespaldas accede primero
al establecimiento, y después
da indicaciones a Cutrò para
que entre.
«La mafia no me llegó a pedir
dinero», contesta el empresario
cuando se le pregunta la cantidad
que la Cosa Nostra le exigía que
pagara. «Yo soy muy cabezón y
no cedo. Contactaron conmigo,
pero yo no quise hablar con
ellos», relata. Y susurra, como si
alguien le pudiera oír: «¿Por qué
tengo que pagar sobornos? Yo pago
mis impuestos al Estado. No
tengo que pagar a nadie más».
Así que Cutrò no desembolsó ni
un solo euro, pero la mafia le hizo
la vida imposible.
El 10 de octubre del año 1999
le quemaron los camiones, las excavadoras
y otras máquinas de su
compañía, que se dedicaba al movimiento
de tierras, construcción
de casas y carreteras. Pero él no
quiso dar su brazo a torcer: compró
tanto nuevos vehículos como
nueva maquinaria.
La Cosa Nostra volvió a quemárselo
todo, a robarle gasolina,
a lanzar botellas incendiarias contra
su casa, y a enviarle cartas de
amenaza asegurando que matarían
a su familia.
«Intentan destruirte psicológicamente,
darte miedo», narra Cutrò,
que revela que atentaron contra
su empresa 32 veces. Las tiene
bien contadas.
En 2006 la policía abrió una investigación,
y dos años más tarde
cinco personas de la familia siciliana
Panepinto fueron detenidas
y condenadas a tercer grado por
la extorsión y ataques al empresario.
El Estado le ofreció a él entrar
en un programa de protección.
«Existen dos tipos de programas.
El denominado de localidad
protegida. Es decir, te trasladan a
ti y a tu familia a otra ciudad,
cambian tu identidad, te dan una
casa y te pagan una mensualidad
durante al menos cuatro años
hasta que consideran que ya no
corres peligro. Entonces dejas de
cobrar ese dinero, y te abonan
una indemnización por los daños
morales sufridos y para que teóricamente
rehagas tu vida, pero sin
poder regresar a tu lugar de origen
», detalla Cutrò.
«La otra alternativa es quedarte
donde vives. No te pagan ninguna
mensualidad, pero al menos
mantienes tu identidad y te ponen
una escolta que te vigila noche y
día», sigue explicando.
Ésa es la opción que él y su familia
eligieron, dice mientras
muestra orgulloso su pasaporte.
«Yo me llamo Ignazio Cutrò y me
seguiré llamando así. Soy siciliano
y no me moveré de Sicilia»,
sostiene. «No tengo que ser yo
quien se vaya de mi tierra. El Estado
es quien tiene que sacar a
los mafiosos de allí», añade.
Pero vivir con dos personas siguiéndote
siempre los talones no
es vida. El empresario reside en la
localidad de Bivona, un pueblecito
de 4.000 habitantes en la provincia
de Agrigento, en el sur de
Sicilia, y los vecinos no vieron
con buenos ojos que fuera a todas
partes con escolta. «Cuando entraba
en un bar, salía todo el mundo
», describe.
Su mujer, su hijo Giuseppe, que
ahora tiene 26 años, y su hija Verónica,
de 23, también empezaron
a llevar guardaespaldas a partir
de 2011. Cada uno, dos carabinieri.
Además Cutrò se mueve en coche
blindado y su casa cuenta con
videovigilancia. Todo pagado por
el Estado italiano.
«Poco a poco nos empezamos a
quedar solos, aislados. Perdimos
todos los amigos de la noche a la
mañana», lamenta. «Los únicos
que se quedaron a nuestro lado
son las personas que nos escoltan,
los carabinieri, y sus familias.
Tenía razón Giovanne Falcone
cuando decía que no se muere sólo
de mafia, se muere también de
soledad», murmulla citando al famoso
juez antimafia, asesinado
en 1992.
Cutrò creó en 2013 la Asociación
Nacional de Testimonios de
Justicia, que reúne a comerciantes
o empresarios como él que se
negaron a la extorsión de la Cosa
Nostra o fueron testigos de un
asesinato de la mafia y ahora sus
vidas corren peligro.
También se ha convertido en
un asiduo de los medios de comunicación
italianos y de organizar
protestas a favor de los derechos
de las personas perseguidas por
la mafia.
«Al menos yo lo puedo hacer»,
declara con vanidad. «Quien cambia
su identidad, vive con miedo,
como un fugitivo», argumenta. La
asociación exige «dignidad» para
las víctimas y que se les pague
una indemnización por el daño
moral de tener que vivir con vigilancia
permanente.
Ignazio Cutrò está seguro de
que el Gobierno italiano le retirará
la escolta un día y que entonces
le matarán. «Sólo espero que
me asesinen a mí primero y que
el Estado no cometa el error de
abandonar a mi familia». Es su
único deseo.
«Cosa Nostra no olvida»
Un empresario que se negó a la extorsión de la mafia describe la vida
de peligro y aislamiento que espera a quienes se rebelan contra ella
El empresario Ignazio Cutrò, franqueado por sus dos guardaespaldas en Roma. MÒNICA BERNABÉ
«Creemos que
muchos centros
están involucrados
en varias ciudades»
Pueden proveer a los
traficantes turcos de
salvavidas falsos y
lanchas semirrígidas
Usan a los hombres
como correos de la
droga y a las mujeres
como prostitutas
«Nos asesinarán
en cuanto el
Estado italiano
nos abandone»
«¿Por qué tengo que
pagar sobornos?
Soy siciliano y no
me moveré de aquí»
La mafia llegó
a atentar contra
su empresa hasta
en 32 ocasiones.
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