El fugitivo gitano del nazismo

Raymond Gureme, de paso por Barcelona, es uno de los últimos supervivientes del ‘Samudaripen’, el exterminio de romaníes en los campos de concentración del Holocausto

El Mundo, JORDI RIBALAYGUE BARCELONA, 01-02-2016

Raymond Gureme empuja liviano
sus 91 años. «Nací en una caravana.
Así que ruedo», dice este anciano
francés menudo y tocado con
sombrero de hombre respetable, de
paso por Barcelona la semana pasada.
La agilidad le viene de haber
trotado de muchacho con el carromato
del circo familiar. El padre era
volteador de caballos; él, acróbata,
payaso y trompetista. Vivía en la
carretera con sus padres y sus ocho
hermanos hasta que unos gendarmes
les dieron el alto. Era la Francia
de 1940, recién ocupada; aquella
detención les truncaría la vida y
el joven Raymond tuvo que emplearse
con destreza circense para
escapar de los campos de concentración
nazis.
La comunidad gitana barcelonesa
rindió a Gureme (al tío Raymond,
como lo llamaron) una ovación de
héroe: es uno de los últimos supervivientes
romaníes del Holocausto, lo
que en caló se conoce como Samudaripen.
Masacrados como los judíos,
los polacos, los homosexuales
o los opositores políticos, entre medio
millón y un millón y medio de gitanos
murieron bajo el yugo hitleriano
durante la II Guerra Mundial.
«Para el pueblo gitano, el Holocausto
fue un eslabón más en una
cadena histórica de persecuciones
perdurables en el tiempo. No estamos
vacunados contra un nuevo Holocausto
», previno el sociólogo José
Heredia, en una jornada de recuerdo
a las víctimas calés del nazismo, promovida
por la asociación Veus Gitanes.
«Nos han descrito como un pueblo
sin historia, pero la estamos recuperando.
Y lo hacemos nosotros, sin
victimismo, sino como una forma de
reivindicarnos, de dignidad y combatiendo
discursos xenófobos que vuelven
a Europa. Estamos recuperando
a nuestros héroes, nuestros supervivientes
», ensalzó la antropóloga romaní
Anna Mirga-Kruszelnicka.
A su lado estaba Gureme para dar
fe de ello. Con menos de 20 años, se
convirtió en un fugitivo pertinaz. Se
escabulló varias veces del internamiento
en Francia y Alemania.
«Nos quisieron exterminar durante
la guerra y no lo consiguieron.
Nuestro delito era ser nómadas. Nos
tuvieron presos por toda Francia»,
rememoró el anciano. Fue un chico
descarado que, tras burlar todo control,
se acercaba en bicicleta con una
bolsa de comida al campo del que
había huido, y la lanzaba por encima
de la alhambrada para los suyos.
Prisionero en más campamentos,
se peleó con guardianes tercos en dejar
hambrientos a los encarcelados y
se apoderó de víveres de las SS para
la Resistencia. «Me llevaron a un tribunal
de oficiales alemanes, considerado
como terrorista. Y me condenaron
a muerte, pero por suerte estoy
aquí», resumió Gureme, risueño.
Lo deportaron a Alemania, donde
siguió demotrando pericia en esfumarse
tras las rejas. Lo encerraron
en un campo de alta disciplina, en
Oberürsel. Allí trabó contacto con un
ferroviario que accedía al presidio y,
junto a un compañero, se escondió
entre el carbón que alimentaba la locomotora
del tren. Percatados de
que faltaban dos prisioneros, los carceleros
inspeccionaron los vagones.
No los hallaron.
La fuga libró a Gureme de acabar
en Auschwitz, el temible lager polaco.
Meses más tarde, se produjo el
único levantamiento que se conoce
dentro de aquel campo: hombres,
mujeres y niños gitanos se rebelaron
a las SS con estacas hechas con literas
astilladas y piedras. Unos 3.000
murieron gaseados poco después, en
una noche de agosto de 1944; en
aquel mismo mes, Gureme participó
en la liberación de París.
«Él no lo quiere decir, pero no ha
sido reconocido ni con una pensión
de guerra», apuntó el director del
Museu d’Història de Barcelona, Joan
Roca. Gureme prefirió remarcar que,
como todos quienes se salvaron del
genocidio, se ha encomendado una
misión: «Es a los jóvenes a los que
tengo que convencer. Han de tomar
el relevo. Deben resistir, tener fuerza.
Sólo pedimos que respeten nuestra
libertad».

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