«Mi hermana me animó a venir y hoy me siento superintegrada»
Doris Santeliz, que reside en Irun, acaba de iniciar el proceso para lograr la nacionalidad y así poder traer a su hija desde su Nicaragua natal
Diario Vasco, , 01-02-2016Doris Santeliz dejó su Nicaragua natal hace cinco años para instalarse en Irun, donde vive su hermana Jenny, la primera de la familia en emigrar. Hoy se confiesa «feliz» por el salto que decidió dar en busca de un proyecto de vida mejor. «Me animó mi hermana. Me dijo que probara suerte, y que si no me salía bien ya tendría tiempo de regresar a mi país. Decidí arriesgarme». Nunca se ha planteado la opción del retorno, como les ha ocurrido a otros compatriotas que han visto frustradas sus expectativas por el zarpazo de la crisis. A Doris, en cambio, no le ha faltado trabajo. Como casi un tercio de los inmigrantes, la gran mayoría mujeres, está empleada en el servicio doméstico. «He tenido mucha suerte – admite – . A los dos meses de llegar ya encontré mi actual trabajo. Cuido a una persona mayor. Me quieren como si fuese de su familia», agradece con sinceridad, consciente de que no todos los inmigrantes pueden contar el mismo relato positivo.
«En lo laboral nunca he tenido ningún problema. Siempre he tenido contrato, todo legal. Cotizo a la Seguridad Social como cualquier ciudadano», subraya. En lo personal, también se le dibuja una sonrisa. «Me siento superintegrada. Mi novio es español y estoy encantada con su familia».
Menos de cien euros al mes
Su proyecto migratorio sigue adelante y acaba de iniciar los trámites para lograr la nacionalidad española, el papel «definitivo» que le permitirá cumplir su gran deseo. traerse a su hija, Maryely, de trece años. «Vive en Somoto con mi madre. Fui madre soltera», cuenta. Ella también residía en el hogar materno. Trabajaba en una tienda de una amiga y también ayudaba en casa. «Ganaba menos de cien euros al mes, lo que me daba justo para comer. Yo solo quería trabajar y ganar dinero para poder prosperar. Por eso me marché».
Además de su hermana, en Irun cuenta con la ayuda de la asociación Adiskidetuak, donde le abrieron las puertas a su llegada y le facilitaron los pasos para ir asentándose. «Al principio alquilé una habitación y me empadroné en casa de una amiga. Entre todos nos echamos una mano», una cadena de solidaridad entre compatriotas a la que siempre estará agradecida.
(Puede haber caducado)